Texto de presentación para: “El lugar donde nacimos por última vez” de Carmen García, por Macarena Urzúa Opazo

El lugar donde nacimos por última vez de Carmen García (Pez Espiral, 2023)

por Macarena Urzúa Opazo

 

¿Qué significa que una imagen toque lo real? Se pregunta Didi – Huberman. En éste texto cita a Rilke, quien al escribir sobre la imagen poética nos dice: “Si arde, es que es verdadera” (26)[1]… “Así pues, podemos proponer esta hipótesis de que la imagen arde en su contacto con lo real. Se inflama, consume a su vez” (27). Desde aquí quisiera relacionar esta idea —la imagen arde— con la lectura de este poemario, donde, si bien no hablamos de visualidades pictóricas o fotográficas, sí nos encontramos ante imágenes que aparecen desbordando la página, con un imaginario finamente construido que se conduce en direcciones múltiples,  en un vaivén entre ausencias, muertes, presencias espectrales y nacimientos, hijos, lenguajes, palabras que germinan en este lugar sin domicilio donde se habla un lenguaje desconocido.

Una luz se enciende en la madrugada. Atraviesa

oscuridades. El pueblo está abandonado. No hay

nadie más en este lugar. Solo los fantasmas de las

cosas y las muchachas que se asoman por ventanas

escondidas… (15)

En una entrevista Anne Carson señaló: “si la prosa es una casa, la poesía es alguien en llamas corriendo a través de ella”: entremos entonces a esta casa, y a este lugar, como se entra a un pueblo donde se deambula entre las ruinas de la poesía y los bosques de la prosa oscura y a veces iluminada.[2]

Ya el epígrafe de Pedro Montealegre nos convoca a un espacio de enunciación, de un nosotros, en plural, que está presente desde el inicio del libro: nacimos, imaginamos, somos fantasmas:

“Todos podemos imaginar fantasmas

en la superficie del blanco. Pero los verdaderos silban”.

Los fantasmas se imaginan, silban y me pregunto si los poemas son entonces un lenguaje fantasmal, o, son sonidos que quedan en el aire resonando después de su articulación.

Leemos en la primera parte: “Ya nadie habita este pueblo azul”, las marcas de una prosa poética, que a mi, al menos me sugiere fragmentos, trazos o postales, en donde ciertos saltos de frases o versos parecen encuadrar el ritmo de estos poemas: “Sólo los fantasmas de las / cosas y las muchachas se asoman por ventanas / escondidas” (15).  Esas marcas llevan a mirar las junturas de los textos, a la vista, exhibiendo sus dobleces, como niñas que deambulan sin rumbo fijo.

En la entrada al primer poema nos encontramos con estas imágenes incandescentes y corporeidades fantasmales en un pueblo olvidado, sin señales ni referencias familiares, este se ubica a orillas de un lago, en una casa llena de elementos y también de costuras. “Ellas recogen el secreto que oculta el / tiempo” (16), son ellas o somos ellas, me pregunto, mientras me voy sintiendo atrapada en la lectura, o “haunted” en inglés,  entre estas voces y presencias espectrales, tópicos que se hacen eco en la poesía de Carmen: “Un/ eco que se dibuja como un círculo negro en la frente / de los insomnes” (17) o más adelante: “Su voz es el eco de las horas” (19).

En esos poemas hay gatos que maúllan a la nada, cartas a los pájaros, sombras, luces, sonidos, insectos, silencios en donde esos vacíos emiten ruidos y hablan en otra voz, muy diferente a los nombres reconocibles con los que comunicarse en un espacio cotidiano y hacen eco en toda esta sensorialidad de la que sinestésicamente, se van rellenando estas imágenes. Un lugar que duerme, una luz que ciega, la muerte que se disuelve, una sombra blanca, un abrazo bajo el agua, es el yo que deambula en la primera persona del plural, buscando presencias espectrales. Toda esta atmósfera contribuye a crear y potenciar este imaginario al que accedemos también en plural como lectoras, al universo de Carmen García, de sus poéticas y de sus diferentes hablantes. Es esta una poética que se configura como un universo colmado de visiones, y que se confirma como una escritura sólida y original, revelando un lenguaje propio y único que surge de la lectura de la poesía de Carmen y en particular de este, su tercer libro de poesía.

 

  1. Escuchamos los secretos con los que entierran a los muertos: intentar entonces con el lenguaje otorgarle una legibilidad a esa lengua de los muertos.

Celebramos, caminamos, abrazamos “por el jardín de la memoria” (28) bajo el agua, de noche, en un sueño antiguo, deambulamos también por lugares de paso, ritos de algún tipo “celebramos las noches al revés”(28), dice el texto. Ritos y ceremonias en donde nos situamos como una más de estas hablantes, en un intersticio de unos versos que son de mis favoritos, por lo que me permito citar:

Nunca comprenderemos lo suficiente

alguno dirá que sí, que está bien a veces un final

pero nosotras cerraremos los ojos bajo el agua

buscando la distorsión de la luz

Esto es un rayo, esto es una sombra

Este el equinoccio de los muertos (28)

 

Ese rayo, esa sombra, se configuran como espacio pasajero, así también lo es el tiempo del equinoccio, los que me remiten también a este lenguaje poético en el que en ciertos fragmentos se filtran de “una cierta luz”, como reza el verso de Emily Dickinson.[3] En este caso, esta se tiñe rápidamente de una sombra o de un lenguaje propio, de un secreto, “cuando la luz es mucha / y solo nos queda el recuerdo” (35), nos dice el poema, la lengua de los muertos, del ausente, la palabra que evoca y convoca, es lo que deviene acá en ese tiempo y espacio en que se sitúa el poema:

“En la habitación de al lado / alguien habla en un idioma desconocido” (35)

No decir ciertos nombres, cuidando el germen de lo que está bajo tierra, aguardando una palabra que suene y resuene en el tono azul que va tiñendo la hoja del poema y del momento de la lectura:

“Evitamos decir el nombre de los muertos / para no despertar todo lo que duerme bajo tierra” (39)

 

III. Los hijos se acercarán corriendo pero sin alas

También germinan los hijos bajo y sobre la tierra, proviniendo desde el lugar del sueño, devienen en presencias, posibilitan la entrada a otro lugar en el que se vislumbra un mensaje indescifrable, en círculos, revelándose, más allá de los libros y diccionarios, adentrándose así, en otro conocimiento: “para dejar entrar al silencio y su estrella olvidada”.

“seguir el mapa de lo que estuvo escrito / Un alfabeto nuestro pero ya olvidado”

De esta manera, con la voz que nos guía en estos poemas, creemos oír  otra lengua, que posibilita crear otro alfabeto. Si las imágenes arden o son incendios, aquí hay pájaros que se incendian, a pesar de la lluvia (48), pienso en Leonora Carrington y Remedios Varo, pintoras surrealistas creadoras de imágenes ardientes y explosivas, de otros lenguajes, de otros tiempos y espacios, los que sé que resuenan y corresponden con el imaginario de Carmen. Sangre que cae de las nubes, pájaros, o intentamos, se pregunta acá la voz poética, habitar el espacio de los vivos:

“Nos sentaremos frente a un espejo / a escuchar el espíritu de lo desconocido” (50)

Otro trazo de una cartografía espectral y estelar se bosqueja hacia el final del libro, hay, sin embargo, espacio para palabras hechas de sueño, borrosas, escritas con tiza “en el misterio de lo reflejado” (51).

Este poemario se cierra como un ritual, como ese encabezado que cierra el último texto “De rodillas”, la voz poética, este nosotros, acaba por invitarnos a recordar este lugar en que nacimos, germinamos, espejeamos, en el lenguaje de una última vez.

La poeta y teórica argentina Alicia Genovese en su libro Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco, señala:

En el poema, el mundo representado sale de la indiferenciación

con la que se presenta en el mundo real, se mezcla con procesos subjetivos, se asocia

con los contenidos inconscientes que todo poema lleva en su lenguaje, esa agua barrosa y mezclada con sedimentos, empujada desde su energía compositiva (33-34).

 

Cada poema es un mundo y cada mundo real está poblado de imágenes que arden, desbordan e invitan a adentrarnos, (uso el plural a propósito), en esa agua y tierra de la que se compone cada texto, de la voz poética que transforma y moldea con ese barro, pone el cuerpo y las manos para hacerse una con el lenguaje, la imagen y el espacio poético.

Es común asociar a los poetas con lugares que les son propios, o bien pensar los poemas como casas, ríos, bares, jardines, el de Carmen García es uno donde nacemos todos, por última y por primera vez, al devenir de fantasmas, de hijos, al nacer de un lenguaje que está siempre por venir.

 

[1] R.M.Rilke, “Vois…” (1915), trad. Marc Petit, Oeuvres poétiques et théâtrales, ed. G.Stieg, Gallimard, Paris, 1997.p.1746. En Didi-Huberman, Georges et al. Cuando las imágenes tocan lo real (Madrid: Círculo de Bellas Artes, 2018).

[2] “Anne Carson: ‘Si la prosa es una casa, la poesía es alguien en llamas corriendo a través de ella’ ”. Entrevista de Valeria Tentoni. Blog Eterna Cadencia. https://www.eternacadencia.com.ar/blog/contenidos-originales/entrevistas/item/anne-carson-si-la-prosa-es-una-casa-la-poesia-es-alguien-en-llamas-corriendo-a-traves-de-ella.html

[3] “There’s a certain Slant of light”, (320), Emily Dickinson:

There’s a certain Slant of light,

Winter Afternoons –

That oppresses, like the Heft

Of Cathedral Tunes –

Lo que leímos

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