La cancerbera (Igor Venegas de Luca)

La cancerbera (2023)

Igor Venegas de Luca

Ed. Oso de agua

ISBN: 978-956-09794-8-3

108 páginas

 

La Cancerbera: criatura atávica, histórica e íntima
 Por Miguel Villalobos Martínez

 

 

La memoria, concepto que hoy es disputado con fervor por la Neurociencia, la Psicología, la Filosofía y la Pedagogía; ese territorio que durante siglos fue ocupado por los estandartes de la Enciclopedia y que luego tuvimos que repensar con la irrupción de Internet y, más actualmente, con el arribo de las Inteligencias Artificiales.

Sin embargo, aunque en permanente cambio, la memoria parece seguir siendo por excelencia el lugar donde se guarda lo que recordamos. Y lo que recordamos —a veces se nos olvida— es lo que nos sucede, lo hayamos vivido en carne propia o no. ¿A quién le duele más la muerte?, ¿al que la vive o al que la recuerda? ¿Será que el recordar también es una forma de (re)vivir?

En las últimas décadas, numerosos libros sobre la Dictadura y su intrahistoria han aparecido por aquí y por allá con la intención de ofrecernos una respuesta. Algunos han sido realmente sorprendentes, ya sea por la perspectiva que ofrecen, por los rincones oscuros que iluminan o por su lenguaje corajudo y valiente que nos revela verdades tan consistentes que resultan demoledoras. Otras, por el contrario, no pasan de ser un ejercicio autoficcional, en el que, lamentablemente, la vasta experiencia humana del dolor y la pérdida queda subordinada —irónicamente— a una especie de “tiranía del yo”. Me refiero con esto a una literatura que se repliega sobre sí misma (egocéntrica, si se quiere) y que permite, a lo sumo, por esta misma razón, observarla desde fuera: espectarla, mas no participar de ella.

Afortunadamente este no es el caso de La Cancerbera, que se posiciona orgullosa en el primer grupo. La primera obra del poeta chileno Igor Venegas De Luca (Chile, 1980) —editada con pulcritud por Oso de Agua a fines del 2023 y  epilogada ni más ni menos que por la inmensa Elvira Hernández— nos propone un viaje hacia los rincones más olvidados del recuerdo desde tres perspectivas diferentes, pero absolutamente complementarias: la atávica, la histórica y la íntima.

El recorrido comienza en el corazón de un mito clásico. Haciendo alusión directa al título de la obra y su distribución, en la primera parte del libro presenciamos el nacimiento de la ya mencionada bestia tricéfala. No obstante, la novedad radica en que esta criatura universal toma un cuerpo nuevo, inesperado y trágico, al encarnarse de forma particular en las Hermanas Quispe, tres mujeres de la etnia Colla que fueron encontradas muertas en el norte de Chile. La historia cuenta que las pastoras se ahorcaron juntas y que sus cuerpos fueron encontrados colgando de una gran roca, entre los restos de sus perros y su ganado.

¿Suicidio u homicido? Venegas parece tenerlo muy claro: “Entendieron que la tierra seca levantaría polvo tras su caída/ Pero no nos equivoquemos/ A estas tres las llevaron a la muerte”. Al dejar este plano, Justa, Luciana y Lucía se transforman en un solo ser; o, más bien, dan a luz a “la perra que no tocó el suelo/ Y se quedó amarrada a la piedra de las tres animitas/Pastoreando el rebaño de muertos que somos todos”. Desde este momento, los versos adquieren un tono profético, poniendo el lenguaje al servicio de la revelación. Y aunque se podría pensar, en este sentido, que la propuesta se va volviendo críptica, yo diría que es más bien al revés: mediante las palabras, el poeta intenta reponer el sentido que deja la muerte arbitraria, llenar ese vacío histórico inexplicable y absurdo que amenaza nuestra capacidad de recordar, nuestra capacidad de hacer memoria con un discurso que confronta la realidad de lo vivido con la realidad de lo contado: “Y aunque el canto que escuché hablaba de una historia sencilla/ Sin nombre alguno la cuento como una historia de terror/ Donde miles de cuerpos vacíos poblaron la patria de angustias/ Y esa angustia es nuestro Amuleto”.

El segundo segmento de esta obra nos empuja a dar dos saltos en el tiempo. El primero, al 8 de diciembre del 2010, cuando en la Cárcel de San Miguel un incendio consumió la vida de 81 reos. La Cancerbera sigue ahí, solo que ahora ha tomado la forma de Prometeo, ofreciéndonos su voz para desempolvar una tragedia convenientemente olvidada, pero que resuena a través del tiempo: “Quitarme el maquillaje para no ser reconocida/ Abandonar el cuerpo tricéfalo y ocupar el músculo del mito/ cambiar de piel para evitar la matanza de rotos vaticinada”.

Para poder expresar los horrores de este terrible suceso, Igor reestructura su discurso desencajando los versos del poema para jugar con un registro diferente, una prosa poética (a falta de mejor nombre) que funciona como una ventana abierta hacia los horrores de la Torre Cinco, que son a su vez los horrores del país que habitamos: “¿Qué pasaría si Chile entero se resumiera en una torre diminuta? (…) ¿Con quién te amotinarías en ese microuniverso alterno? ¿Con quién te rebelarías ante el destino y la derrota? ¿A quién dejarías a tu lado para ser abandonado y olvidado en una esquina del relato? ¿Quién sería tu otra letra?”. En este ejercicio de empatía, el poeta nos invita a pensar nuestra propia cuota de responsabilidad; otros fueron los victimarios, otros las víctimas, pero el hedor de los cuerpos quemados se siente (y sentirá) aunque nos neguemos a mirarlos: “Un personaje colectivo que nos resume a todos y justifica lo peor de nosotros”.

El segundo salto nos remite al 2019, año de crisis social, levantamientos y revoluciones. En el mismo tono que el segmento anterior, Venegas De Luca propone mirar a través del mito: el Estallido Social deviene en Estallido Ocular; el Estallido Ocular, en el gigante Polifemo. Un disparo del rastrero Ulises provoca la ceguera de quien se ha atrevido a mirar; entonces comienza la batalla por la justicia y la verdad: “La esfera abierta expulsó las esporas/ Lo visto se difuminó por todas las oscuras esquinas/ Y se fecundaron todos los espacios”.

Como si de algún antiquísimo relato se tratara, en un momento Polifemo se encuentra con la Cancerbera, quien, aboliendo los límites del tiempo y la ceguera, acompaña al gigante a contemplar la ciudad. “Depende de cómo se cuente la historia/ Y de quién la cuente/ Le dice un agónico Polifemo a la pastora”. Un nuevo mito nace y da pie al último segmento: el íntimo.

Resulta difícil ofrecer un análisis que le haga justicia al final de La Cancerbera.  Bastará con decir que a estas alturas del libro me brotaron las lágrimas. No porque haya vivido lo que el escritor cuenta, sino porque —esta es la clave— lo cuenta de tal manera que es inevitable vivirlo. Vuelvo a la reflexión inicial: ¿a quién le duele más el dolor?, ¿a quien fue torturado hasta el hartazgo?, ¿al sobreviviente que se arma de valor para contarlo?, ¿o al que está dispuesto a escucharlo atentamente, sin importar los años que hayan pasado? No existe una sola respuesta a estas preguntas y, en realidad, poco importa si “Pareciera que todo tiene que ver con eso/ Nadie se atreve con este relato/ Y terminamos perdidos en la letra”.

Un hombre decide contar una historia. La historia. De su boca, sin embargo, no se desprenden palabras, sino el dolor mismo que cala hondo. Accedemos a la experiencia pasada por medio del lenguaje, que es un simulacro del dolor que dolió, al mismo tiempo que es el dolor que se recuerda. Igor entiende muy bien que la experiencia familiar-personal no es sino un lente más a través del cual revivir lo vivido: “Una marca en nuestras espaldas nos recuerda/ Que no se trata de un dolor rizomático ni transcultural/ Sino una herida genealógicamente visceral”.

Como el Uróboros, esta genealogía se expresa en un impresionante ciclo que trasciende tiempos y espacios: el dolor vivido es el dolor recordado, el dolor recordado es el dolor contado, el dolor contado es el escuchado, y el escuchado es otra vez el dolor vivido. Lo que le pasa al padre le pasa al hijo. Y el viejo adagio que dice: “quien no conoce su historia está condenado a repetirla” cobra un sentido absoluto en esta obra que nos invita a aferrarnos a nuestros propios mitos —nuestros propios recuerdos— para mantenernos lúcidos y cuerdos en estos tiempos de confusión y olvido inexpugnable.

Lo que leímos

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *