Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa (2023)
Mario Vargas Llosa (1936)
Alfaguara
ISBN: 978-84-204-7560-8
281 páginas
La lectura de este compendio de ensayos puede ser no tan solo un estímulo intelectual para quién lo lea, sino también, emocional. Sucede que Un bárbaro en París aúna capítulos variopintos y eruditos que llevan —o más bien, pueden llevar— a la exultación. Estos Textos sobre la cultura francesa, como es el subtítulo, se centran en autores de literatura y de filosofía de esa nacionalidad, e igualmente, en observaciones y en impresiones de Mario Vargas Llosa sobre Francia. Vale destacar que nada es inédito en este libro, por lo que, su valor está en compilar publicaciones disímiles en tiempo y lugar.
Entre los varios autores abordados —considerando que son 19 capítulos donde se revistan y entrelazan a 13 notables autores— hay uno que se destaca por sobre el resto: Jean-Paul Sartre. No obstante, que sea el más abordado no implica ausencias de críticas y/o de discrepancias, por el contrario, sobre él se exponen aciertos y desaciertos. A modo de ejemplo, la lucidez del francés está en cómo se enfrentó al eurocentrismo, en su visión del colonialismo y su interpretación del tercer mundo, y por contraparte, está su deslucida defensa a la Unión Soviética al afirmar que allí existía libertad de crítica y por justificar sus campos de concentración.
La examinación sobre Sartre sigue más allá de la contrastación individual, continúa con lo que podría llamarse la influencia que ejerció y ejerce aún sobre el escritor peruano. Una de estas influencias es la visión —catalogable como sartreana— de estar a favor de la existencia del Estado de Israel y del Estado de Palestina en un momento donde la izquierda era anti-sionista y pro-palestina. Inclusive, pudo haber sido el primer intelectual que abiertamente manifestó tal postura. Otra, es su idea original de literatura. En un primer momento, Sartre postuló en ¿Qué es la literatura? de 1948, que su función era combatir el oscurantismo, las dictaduras y las injusticias, pero en un reportaje de Le Monde de 1964, afirmó que mientras exista la injusticia social la literatura era inmoral. De lo antes expuesto, tanto en algunas ficciones como no-ficciones de Vargas Llosa se expresa su apoyo al territorio y a la población Palestina sin perder de vista la existencia del Estado de Israel, y a su vez, su vocación literaria se ilustró y se ilustra con la idea original de literatura de Sartre.
En referencia a otros autores notables, se sostiene que Víctor Hugo oficia de teólogo en Los miserables porque esa obra es un tratado religioso en razón de la redención de Jean Valjean; que Flaubert fue escritor más por tenacidad que por talento, que inventó al narrador y que en Madame Bovary sobrepuso la racionalidad a la intuición; y que la franco-peruana Flora Tristán en Memorias de una paria demuestra lo avanzada que fue a su tiempo y que se adelantó a Marx con la idea que la clase obrera debía ser internacional.
Si bien, gran parte de esta obra engrándese la cultura francesa, ésta también es retrucada. Lo anterior, porque en varios capítulos el autor muestra preocupación por lo que podría llamarse una cerrazón cultural de derechas y de izquierdas, tanto en la elite política como en la sociedad civil. Inclusive, alude a Jean-François Revel porque tal pensador observó que mientras Esparta cayó por ser una cultura cerrada, Atenas aún pervive dada su apertura, y que si Francia llegó a ser un centro cultural mundial, lo fue por ser más ateniense que espartana.
Por último, Carlos Granés —autor de Delirio Americano— sintetiza con total excelencia el resultado del afán del otrora joven Mario Vargas Llosa por llegar a París y dedicarse a su pasión literaria, superándose a él mismo: “queriendo ser un escritor francés, acabó convirtiéndose en un peruano universal”.