Escritores mayores

Escritores mayores

por Álex Saldías

Desde hace mucho tiempo que existe una cierta preferencia en los medios de comunicación locales por la llamada “literatura joven”, debido a cierta creencia que liga a los autores de menor edad con una mayor originalidad en sus propuestas poéticas o narrativas, que algunas veces se cumple y otras no, eso ya nos lo han demostrado varios libros. Sin embargo, esta vez, me gustaría referirme a tres novelas excelentes que leí el año pasado y que casualmente fueron escritas por tres autores que tienen más de sesenta años y que, si bien algunos ya tienen una buena colección de obras, ensayos o crónicas, sus propuestas me parecen de una frescura envidiable y las temáticas de sus novelas reflejan cierto estado de ánimo político e histórico bastante valioso para la literatura nacional. Me refiero a La Mano (FCE, 2023) de Roberto Rivera, La novela del corazón (Laurel, 2022) de Roberto Castillo y Yomurí (Pengüin 2022) de Cynthia Rimsky.

La novela La Mano me fue regalada por un buen amigo que quiso mostrarme las novedades de la editorial. Dentro de los libros que recibí, junto con Chicago Chico y una hermosa compilación de poemas de Jorge Teillier, venía esta novela de Roberto Rivera (1950), un autor al que yo no había leído nunca y con el que quedé gratamente sorprendido por haber construido una obra tan rica en su estilo, como en su temática y estructura. Para recomendarla preguntaría a los lectores si estuvieron atentos a todos los casos de corrupción y “lobby” que salieron durante principio de este año, donde Zalaquett invitó a políticos y dueños de empresas a finos almuerzos donde se conversaría sobre las inversiones y proyectos que darían forma al desarrollo económico del país bajo el gobierno de turno, sea este o el siguiente, porque para nadie es un secreto que los poderes fácticos se mueven por una zona invisible para los ojos del ciudadano de a pie, a través de favores, votos vendidos, coimas, intereses familiares, tráfico de influencias y otro sinfín de actividades que para la gente que las lleva a cabo no tiene nada de malo y lo hacen con todas las de la ley, mientras que para otro sector, este sería el germen de la corrupción, el monopolio y la desigualdad en el país.

Sobre este escenario tan difuso entre la legalidad y la corrupción, se construye esta muy bien lograda novela de Roberto Rivera. La Mano trata sobre un protagonista que se da vuelta la chaqueta olímpicamente tras el retorno a la democracia después de vivir en el exilio. Aquí tenemos la historia de un joven de izquierda que pasó a concertacionista y que incluso llegó a bailar un par de tangos con lo más oscuro de la derecha después de haber hablado en el lenguaje de los revolucionarios y haber compartido todas sus tribulaciones. Los puntos altos de esta obra destaco el buen uso de la prosa, muy atrapante y rápida, en un estilo indirecto que avanza a mil por hora y que se detiene justo cuando debe detenerse. Los capítulos son breves, las escenas eróticas son eróticas y el protagonista es un ser humano de carne y hueso, no el portador de verdades esenciales, sino alguien que sufre, se contradice y es castigado por su pasado, por dejar a los compañeros atrás, por pasarse al bando enemigo y aburguesarse hasta la náusea. Se la recomiendo sobre todo a los lectores de Houellebecq y Saer.

La novela del corazón, de Roberto Castillo (1957), la compré directamente en Clepsidra, la librería que me queda al lado del trabajo. Fui corriendo a buscarla después de saber que había ganado el Municipal del Santiago (sí, soy de esos). La sorpresa fue muy grata. Esta novela me pareció una bomba, un aire refrescante que no me encontraba hace mucho tiempo. Una novela llena de vida, de imperfecciones, de párrafos cortados con hacha, de un hilo conductor grueso y la presencia del narrador en todas partes, todo lo contrario, a una novela bonsai, esta obra me pareció un cactus destartalado y grandote. Al igual que con la novela anterior, a Roberto Castillo no lo había leído nunca, aunque había visto una reseña bastante elogiosa del profesor Ignacio Álvarez en su libro de apuntes sobre literatura “La clase que hice al revés” en que describía con lujo de detalles por qué le había gustado tanto su anterior trabajo Muriendo por la dulce patria mía. En fin, leer La novela del corazón fue como tomarme unas buenas vacaciones de la literatura fina, espectral e identitaria. Aquí sentí que había ganas de contar historias, de inventar relatos fuertes y poderosos a través de una saga (que nunca me di el tiempo de comprobar si era real o no) sobre el primer trasplante de corazón llevado a cabo en Chile. Con este escenario, el autor se dio el tiempo de construir un montón de ficciones alrededor de este suceso, construyó a un narrador que está presenciando una operación en vivo, contó la historia del donante del corazón, de la que iba a recibir el corazón, del doctor que transplantó el corazón, contó la historia de la técnica del transplante del corazón y a la vez construyó su novela en latidos: sístole, diástole, sístole, diástole, y al lector le quedaba la tarea de saber por qué se separaba de esta forma, o sea, la novela se plantea también como un desafío que invita a jugar con las estructuras, pero con un juego fácil, comprensible y divertido. Se la recomiendo sobre todo a los lectores de Schwob, Vila Matas, Bolaño, Perec y Calvino, también a los de Cristian Geisse.

Por último, Yomurí de Cynthia Rimsky (1962) al igual que las otras dos, la primera novela que leía de esta autora que ya me habían recomendado un montón, pero nunca con el entusiasmo suficiente como para decidirme a escoger uno de sus libros hasta que supe que ganó el premio a mejor obra literaria del 2023. Esta novela la compré por en Antártica junto con Meridiano de Sangre de Cormac Mcarthy, como la clásica compra de libros para leer en verano. Partí con Yomurí porque había algunos críticos conocidos míos, como Marcelo Lara, quien elevaba por las nubes los trabajos de la autora, no solo esta novela, sino que también La vuelta al perro de la que publicó una muy extensa crítica que me dio algunas luces sobre el estilo de la autora.

En primer lugar decir que me gustó mucho, sin embargo, aquí se marca una diferencia con los otros dos autores ya que aquí el estilo de escritura toma mucha más protagonismo que el argumento, aunque la historia no se queda atrás, puesto que es una especie de drama familiar en que un padre, consciente de que vive sus últimos años, busca establecer un lazo de confianza entre hijas de relaciones distintas en un pueblo ignoto, perdido entre las montañas, fuera del Estado, al que llaman Yomurí, y que tiene una historia muy compleja que viene desde los tiempos de la colonia hasta nuestros días; un territorio que no han logrado comprar ni adherir a los mapas, una especie de no-lugar al que llegan constantemente agentes del gobierno para dialogar con el grupo de anarquistas, al cual se acoplan el padre y la protagonista, que buscan realizar una “recuperación simbólica” del territorio. Toda esta trama es aderezada con una prosa finísima y muy bien trabajada que no llega a densificarse tanto por la breve extensión de los capítulos y los excelentes diálogos en estilo directo entre los personajes, cada uno más brillante que el anterior, sobre todo el padre de Elisa, la protagonista, a quien llaman Kovacs, quien se expresa de una manera muy cómica, siempre utilizando la ironía para esquivar el tratamiento pasivo-agresivo que le da su hija. Mención honrosa para el capítulo del viaje en camión hacia Yomurí y la descripción del campamento en la neblina que hace “la veedora”. Se la recomiendo mucho a los lectores de narrativa latinoamericana del siglo XXI escrita por mujeres, también a los que disfrutaron la aclamada novela Los llanos de Federico Falco, Leñador de Mike Wilson y A lo lejos de Hernán Díaz.

En fin, me pareció bien recomendar las últimas novelas de estos tres excelentes autores ya que me parece que se pueden extraer un montón de ideas respecto al ánimo social del Chile de los últimos años con una perspectiva tal vez algo más amplia que en los autores jóvenes. Más sabe el diablo por viejo que por diablo, dicen. A pesar de que el spotlight de la originalidad literaria siempre se lo lleven los subcuarenta, creo que es necesario considerar que la liga senior de la narrativa chilena también tiene a sus figuras.

Álex Saldías

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