Vivir sin lengua. Cuando el tiempo ya no hace historia (Pablo Aravena Núñez)

Vivir sin lengua. Cuando el tiempo ya no hace historia (2023)

Pablo Aravena Núñez (1977)

Ediciones Inubicalistas

ISBN: 978-956-9301-89-6

123 páginas

 

La Historia: artefacto y mercancía.
por Silvia Veloso

 

Decía Nietzsche en un pasaje citado con frecuencia, elevado casi a la condición de cliché y controvertido que “no hay hechos, sólo interpretaciones“.

A primera vista y en una lectura lineal, la frase tiende a ser interpretada como una postura subjetivista sobre las teorías de desarrollo y adquisición del conocimiento y del acceso a la comprensión de los hechos. Sin embargo, para el filósofo el conocimiento no es un cúmulo de hechos perfectamente acabados, estancos y auto subsistentes por sí mismos, si no acontecimientos que se elaboran y relaboran a partir de las interpretaciones que los sujetos hacen de ellos según sus necesidades y patrones de valoración, siendo a su vez estos sujetos entes no sustanciales o completamente estables o estancos.

En otro fragmento relacionado con el anterior, Nietzsche afirma que son nuestras necesidades las que interpretan el mundo. De alguna forma entonces podríamos decir que, según estos enunciados, el hecho se rebela y se hace cognoscible a partir de la interpretación (de un sujeto observador o intérprete), pero esto quizá en un sentido más cercano al de las conjeturas de la moderna física cuántica (en las que el observador de un hecho influye en la manera en que ese hecho es percibido) que al de las propuestas de Schopenhauer (como teatro de la mente).

En Vivir sin lengua Pablo Aravena nos interpela acerca de la función o mejor dicho, acerca del sentido, que en el contexto de acontecimientos acelerados puede hoy tener la Historia y la Teoría de la Historia como herramienta válida de estudio y crítica de la cultura.

Tras la lectura del libro, subyace quizá una pregunta aún más desconcertante e incómoda. En el texto no aparece específicamente formulada pero de alguna forma queda dando vueltas: ¿nos encontramos tal vez ante una imposibilidad de la Historia? ¿Podemos aún pensar en historia o la Historia ante (y cito según sus palabras) “la aceleración en la que caduca nuestra experiencia, la velocidad en la que emerge lo inédito y el radical regreso del acontecimiento insubordinado, emergencial y amenazador”? Una imposibilidad que nada tiene que ver con un fin de la Historia en el sentido en que Fukuyama elaboró su concepto ideológico como término de un proyecto que abría paso a una dinámica de homogenización histórica donde aún subsistía la continuidad. Desde algunas de las perspectivas del texto, subyace la sensación de que no nos enfrentamos al fin de la Historia en cuanto dinámica de sucesión y registro de acontecimientos si no al fin mismo del tiempo (como tiempo humano).

Aravena hace referencia a que la linealidad o lo que permitía mantener una unidad (hasta ahora llamada Historia) entre lo ya acontecido y el acontecimiento presente (que eventualmente pueda proyectarse sobre un futuro hipotético) se ha roto. El acontecimiento presente apenas mantiene relación con el pasado de forma disociativa o histérica. La Historia pasa (o nos sobrepasa) antes incluso de producirse, de pensarse, de darnos la oportunidad de aprehenderla.

Por un lado, estamos expuestos a acontecimientos cuya velocidad acelerada no nos permite su experiencia y comprensión. Tampoco existen agentes, estos, completamente atomizados, no dan cuenta o no son capaces de dar cuenta de lo que hasta hace poco identificábamos como experiencia ‘macro’ o colectiva, conformándose por el contrario en un caleidoscopio de microhistorias inconexas incapaces de articular una lengua, o relato, común.

En este sentido, del mismo modo que antes mencionaba el paralelismo con las propuestas de la física cuántica, podríamos decir que la realidad, la fenomenología del acontecimiento se diluye en una multiplicidad inaprensible de perspectivas (veloces) que, al no ser capaces de producir un código de signos común, comprensible, o lengua, impiden que el tiempo (acelerado) consiga, como propone el subtítulo del libro, hacer Historia. Como también apunta el texto: “el torrente del devenir pareciera haber aumentado su flujo y nada se puede nombrar”, acarreando en esta imposibilidad una pérdida de la lengua, del signo, del pacto. En definitiva, una pérdida de lo humano. La lengua, oral o escrita, es el vehículo de la memoria. En la lengua inscribimos los mitos, las historias y la Historia, sin lengua nos extinguimos en el silencio eterno de un tiempo que ya no podrá ser nombrado ni contado. Sin lengua renunciamos a la esperanza.

Nos encontramos pues ante la paradoja a la que nos somete la incesante aceleración y al igual que la mecánica general newtoniana y la mecánica cuántica aún buscan una tercera vía que explique la racional convivencia de ambas como dinámicas complementarias de la realidad posible, del mismo modo la Historia necesitará un nuevo formato que le permita aprehender su objeto en esta nueva modalidad de tiempo acelerado que ha roto con la linealidad y con la “esencial y necesaria cadencia que la producción historiográfica necesita”. Ese nuevo formato debe necesariamente pasar, si aún se puede, por recuperar la lengua, o aceptar que hemos llegado a un tiempo en el que tanto Aravena como otros autores afirman que ya no es posible la idea de proyecto y solo nos queda asumir acciones y políticas paliativas.

Por otro lado, junto a la aceleración de la que hablamos, la naturaleza “irreconocible” y emergencial de los acontecimientos que han dado lugar al nuevo concepto de Antropoceno como edad geológica, abunda también en este sentido, pues no solo sale de la ecuación de futuro la idea de crecimiento y progreso si no que el futuro mismo, el futuro humano, está en riesgo y es muy susceptible de desaparecer. Frente a esa posibilidad podemos entonces de nuevo preguntarnos si nos encontramos ante la imposibilidad misma de la Historia. Como apunta el autor, es esa falta de disponibilidad y la imposibilidad de futuro lo que nos diferencia de forma radical de las generaciones precedentes. En el horizonte se vislumbra quizá por primera vez una posibilidad fehaciente de extinción.

Velocidad y emergencia se constituyen pues en factores o artefactos que perturban la realización esperable de la (tradicional) operación histórica. La teoría de la historia tal vez pueda adaptarse y sobrevivir en un entorno de aceleración de los acontecimientos, pero esto requerirá una reevaluación constante y una apertura a nuevas formas de pensar sobre el pasado, siempre y cuando aún haya futuro disponible para intentar esa reflexión.

Vivir sin lengua no es un texto cerrado, hay preguntas, aristas y puertas abiertas para el análisis. Pablo Aravena nos coloca ante otro punto interesante cuando hace notar el formato en el que actualmente ‘consumimos’ el pasado. A partir de la aceleración el pasado se torna incongruente, no nos es posible experimentarnos históricamente en él. El pasado entonces se ‘cosifica’, se convierte en mercancía, entretenimiento, turismo, patrimonio o recurso político, ya no es Historia, ni constituye memoria. En ese cajón de sastre el relato colapsa, no podemos componer una narrativa, apenas seguir el trazo de fragmentos inconexos en una suerte de alzheimer que infiltra y carcome el espíritu de la memoria y del tiempo historiográfico.

Tendemos a culpar a la tecnología de todo aquello que nos perturba y que por impericia, soberbia o avaricia se nos escapa de las manos. Pero somos un mono mecanicista. De las primeras herramientas complejas del sapiens al smartphone, las redes, los drones teledirigidos, la nanotecnología, la inteligencia artificial o la explotación indiscriminada de recursos que termina por descompensar el clima del planeta, parece haber un abismo, pero no estamos tan lejos. En La conquista social de la Tierra, el biólogo Edward Wilson dice que “hemos creado una civilización de Star Wars, con emociones de la Edad de Piedra, instituciones medievales y tecnología de dioses”.

Progreso no es evolución. La tecnología es aséptica y objetiva, como la pelota, no se mancha. Tal vez nos adaptamos a las innovaciones que nos facilita, cuando no nos complica, la vida material mientras que nuestras emociones permanecen enraizadas en el lejano despertar de una especie llamada a conquistar el planeta por la cooperación y la técnica. Nunca las cosas fueron fáciles y casi nunca las resolvimos bien. En lo colectivo fundamos nuestros logros y escondemos nuestro miedo. Quizá la soledad de nuestro tiempo es la herencia que permanece en nosotros de aquel humano primitivo perplejo ante la incertidumbre de la vida, la inmensidad de la naturaleza y la fragilidad del ser. La misma extrañeza que toda persona experimenta ante el abismo cuando se enfrenta a la grandeza y el vacío de la existencia y asume su soledad.

Los acontecimientos se aceleran y atropellan y el futuro es incierto. La ansiedad ante la incertidumbre refleja la inquietud del mono mecanicista que ha olvidado que más allá de su sofisticado pensamiento y sus herramientas, está fuera de su alcance controlar todo lo que sucede a su alrededor. Y que hoy, como en las noches en las que dormía a cielo abierto, el origen de su desasosiego no es la tecnología, es la soledad. No hace falta esconderse tras la cita de Heidegger para expresar que solo un dios, metafórico o no, puede salvarnos. Mientras se pueda, aún nos queda y debemos mantener el relato porque sin memoria, sin historia, sin lengua, no somos nada. Y ante la inminente colisión con Andrómeda, toda nostalgia o toda ironía, es inútil.

 

Pablo Aravena Núñez (Valparaíso, 1977), doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile. Académico y actual Director del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso. Se ha dedicado a la docencia e investigación en el campo de la Teoría de la Historia. Miembro del equipo editorial de la revista brasileña História da Historiografia. Colaborador regular de la edición chilena de Le Monde Diplomatique (en la sección reseñas de libros), y miembro del Comité Editorial de la revista electrónica Barbarie. Pensar con otros. Ha publicado los libros Memorialismo, historiografía y política. El consumo del pasado en una época sin historia (Escaparate, 2009), Los recursos del relato (Universidad de Chile / Facultad de Artes, 2010), Pasado sin futuro (Escaparate, 2019), Un afán conservador (Inubicalistas, 2019), La destrucción de Valparaíso. Escritos antipatrimonialistas (Inubicalistas, 2020) y La inactualidad de Bolívar. Anacronismo, mito y conciencia histórica (RIL, 2022). Editor de los volúmenes Memoria, Historiografía y Testimonio (Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, 2015) y Representación histórica y nueva experiencia del tiempo (América en Movimiento, 2018).

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