Literatura Infantil (Alejandro Zambra)

Literatura Infantil (2023)

Alejandro Zambra (1975)

Editorial Anagrama

226 páginas

ISBN:978-84-339-0516-1

  

Recrear la propia infancia: la novela familiar de Alejandro Zambra

Por Bernardita Muñoz

 

Literatura infantil, el nuevo libro de Alejandro Zambra, me vuelve a conmover hasta el llanto y la risa. Tras haber abordado la figura del padrastro en Poeta chileno, el autor apunta ahora a la del padre, o más precisamente a la edición que hacemos de nosotros mismos y de nuestras figuras parentales al convertirnos en padres o madres biológicas. En la primera parte del libro irrumpe un hijo en la vida de un padre; en la segunda, la figura distante del padre se va acercando gracias a la presencia del nieto. En ambas asoma la experiencia de ser hijo.

Alejandro Zambra escribe con cuidado, recordándonos que la memoria es tramposa, como si escribir una autobiografía fuese sacar del armario un chaleco apolillado que habíamos olvidado, a riesgo de que las polillas se coman la historia que nos habíamos contado. Avanza en esta “masculina novela familiar” esforzándose por distinguir los recuerdos reales de los implantados, hasta ensamblar un nuevo álbum familiar; después de todo “quién sabe como eran realmente esos días”. A diferencia de la desoladora Carta al Padre de Kafka, Literatura infantil funciona más bien como una carta al padre imperfecto que tuvimos, a los hijos distantes que fuimos, así también como a los padres que somos y que será tarea de nuestros hijos completar con adjetivos.

Literatura infantil también se trata del nacimiento de un escritor. Si bien comienza con la cita de Hebe Uhart, “No se nace escritor, se nace bebé”, Alejandro rescata de su infancia carente de lectura compartida, recuerdos de haber sido arrullado por la musicalidad de las palabras en la voz de una abuela que cuenta anécdotas de antes de terremoto de Chillán, el trance inducido por “la elegante prosa del famoso cantagoles” relatando partidos del Colo-Colo, o la voz de un padre que recita tangos y milongas. Asistimos también al goce de libros infantiles compartidos entre un padre y un hijo. La portada de Liniers ilustra un estante de la biblioteca del hijo de cuyos márgenes crece un bosque al más estilo Donde viven los monstruos de Maurice Sendak, donde la habitación del travieso Max da paso a una selva que contiene hasta los afectos más salvajes.

Hay en este libro una invitación a revisar la paternidad con la urgencia y la perspectiva que otorga la distancia del origen y la patria, así también como la experiencia y el comienzo de la vejez. Asistimos a la comprensión de que las fotos de infancia en que aparecemos solos, no son evidencia de que nuestros padres estaban lejos como concluimos en la adolescencia, sino que eran ellos lo que estaban al otro lado del lente. Literatura infantil implica entonces abonar la infancia hasta que germinen flores silvestres que antes habíamos confundido con malezas.

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