Texto de presentación de “Cuentos de hadas” de Madame d´Aulnoy. Por Sara Bertrand

Cuentos de hadas de Madame d´Aulnoy

Por qué leer cuentos de hadas

 Texto de presentación por Sara Bertrand

 

Vivimos en la inmediatez de una era global, una época dominada por datos, cifras y citas. La era de la estupidez seguramente será materia de estudio en las próximas décadas, pues nos ha mantenido en estado de crispación, presos de menudencias sin sentido, lo que dijo el que dijo o que dijeron los que habían dicho, obligándonos a definirnos por el color de nuestra piel, nuestro sexo, nuestras ideas, como si la esencia del pensamiento y la de cada ser humano no fuesen parte de una movediza materia oscura.

Debemos reivindicar el derecho a transformarnos, reivindicar el derecho a movernos de un lado a otro,

idas y vueltas en la búsqueda del ser.

Nuestro misterio.

Entonces, la pregunta cae de cajón, ¿por qué leer cuentos de hadas en una era en donde todo, o casi todo, ha sido explicitado, debidamente detallado y nada nos conduce hacia el misterio de la vida y de la muerte que siguen presentes en el fuego y el relato, en la oscuridad de una noche o en el miedo que nos produce?

Por qué leerlos en medio de un siglo en donde el silencio es un espacio que prácticamente no se habita y todo debe ser develado, aquí y ahora, incluso, las mentiras. O, sobre todo, ellas.

Por qué dar cabida a lo fantástico o a lo mágico, ¿por qué responder a la realidad con fantasía?

¿Por qué?

Y en este punto, conviene recordar que los cuentos de hadas, así como los cuentos de terror, surgieron en los albores del iluminismo, precisamente, cuando la historia de la humanidad dio un vuelco hacia la razón e intentó explicar con ciencia los misterios que la habían sobrecogido durante siglos.

A exceso de realidad, hadas.

Al desborde de explicaciones, duendes.

A la búsqueda de alumbrar hasta el último rincón de nuestras parcelas, ninfas, sapos y jabalíes parlantes.

Algo similar ocurrió durante las guerras mundiales, la fantasía regresó al relato literario con historias épicas, cosmogonías que devolvieron al lector al año uno, como si fuese posible un nuevo comienzo, recordándole una vez más que la literatura es un viaje que toma tiempo y requiere de cierta destreza, porque no andamos por ella como por una autopista de alta velocidad perfectamente pavimentada, con una señalética que no deja lugar a dudas, sino, todo lo contrario, es un camino que sugiere atascos e interrupciones. La verdadera lectura sucede ahí, en la incomodidad, el misterio y las preguntas que una lectura levanta.

Pero hablamos de los cuentos de hadas, de Madame d´Aulnoy, de sus relatos llenos de belleza, jardines y bosques encantados y debemos estar prevenidos, querida lectora o lector, porque lo que no se cuenta, el silencio implicado en sus narraciones, quizás sea lo más gravitante. Aquello que permanece oculto y que se establece como pacto entre escritora y lector, esa atmósfera cargada que recrea la oscuridad, el trauma, la herida, todo lo que somos incapaces de nombrar, se transforma en un príncipe o una princesa, un jabalí maldito o un duende ladino.

Al levantar el teatro de Freud y representarnos el trauma, en un movimiento casi imperceptible, el cuento de hada nos regresa a la casa materna, esa que nos vio crecer, donde sufrimos y gozamos y es cuando recordamos la voz de nuestra abuela, madre, hermana, como decía Úrsula K. Le Guin, después de que nos metiéramos a la cama abrazos a nuestro peluche, esa voz que nos contó una historia que prevalece en cada uno de nosotros, no solo porque formó nuestra imaginación de manera decisiva, sino porque nos mostró algo de  nosotros mismos. Esos relatos orales, inventados o no, cuentos tradicionales o de hadas, nos permitieron imaginar, digerir y narrar aquello que no estaba  claramente relatado en nuestro interior. Podemos ser conscientes o no de ese rastro, la huella que dejaron en nosotros, pero lo cierto es que nos legaron una marca. La marca de la literatura.

El lugar de la literatura fantástica, entonces, se revela como necesidad. La necesidad de volver a contar, permanecer cerca de una oralidad que esconde, pero abraza, recordándonos cuán cerca estamos del horror,

porque las criaturas que alteran nuestras vidas, existen; los fantasmas, existen;

la muerte, existe,

la injusticia, soledad, desazón y arbitrariedad, todo está presente y podemos sentir su potencia, la violencia con que se expresa.

En estos cuentos, los personajes aceptan la maldición o sentencia que les cae encima como si recibieran un mandato irrenunciable, similar a la tragedia griega, ¿por qué? Nosotros, lectora, lector nos preguntamos por qué. Sus personajes, en cambio, parecen atrapados en el hechizo que los subyuga y aceptan sus designios mejor que sus lectores. Si no, todo hay que decirlo, ¿cómo explicamos que el príncipe jabato se disponga a buscar esposa-humana y que Roseta un pavo real? Y ahí está nuestro desafío, atenernos a ese pacto, recorrer ese infierno, esperar a que nos redima, porque aquello que no puede ser nombrado, lo que permanece oculto y se devela a modo de una historia fantástica,

nos habla al oído

nos llama a despertar,

a reconocer nuestros monstruos del pasado o de la vida cotidiana.

Ahora, quisiera detenerme en las madres de estas historias, porque la representación que hace de ellas, el hecho mismo de que las escuchemos, es muy significativo, incluso, adelantada para la época en que la Madame escribe sus Cuentos de hadas.

“Cuando partieron, la reina se quedó tan triste, tan triste, que el rey lo notó en su rostro. Le preguntó qué tenía. La reina le aseguró que se había acercado demasiado al fuego y que todo el hilo de su rueca se había quemado”.

La reina miente, por supuesto que miente, la reina hace lo que las madres hacen desde el año uno: resguardar a sus hijas e hijos. Ella cuida a Roseta. ¿No es acaso lo mismo que hizo Deméter cuando supo que Perséfone había sido secuestrada y arrastrada al subsuelo de Hades? Deméter se fue contra la tierra, la ira de las madres es algo que no debiera subestimarse nunca, porque la maternidad se debate entre el cariño y la violencia, entre un amor desmesurado y una irritación permanente, pero las madres de D´Aulnoy dan un paso más allá, en estos Cuentos de hadas, si bien personifican el mito de la madre bondadosa y abnegada, muchas veces, lo desenmascaran, recordándonos que la maternidad no es una identidad unívoca como nos han querido inculcar por los siglos de los siglos. Estas son madres que se lamentan, dudan, sufren y se preguntan cómo ser madres de sus hijas/hijos. Ahí están las madres de Jabato y Furibundo cuestionando su propia responsabilidad en el advenimiento de sus hijos monstruos.

O la decisión que toma la madre del Hada gentil:

“Echó a los guardias y oficiales, y en cambio tomó a su servicio a mujeres de la raza de las amazonas. Les encargó vigilar esta tierra para que ningún  hombre pudiera entrar. La llamó la Isla de los Placeres Tranquilos, afirmando que no se podía tener placeres tranquilos en compañía de los hombres.

La hija del Hada creció con esta idea”.

No es habitual escuchar a las madres en la literatura, lo habitual es escuchar lo que escribieron sobre ellas sus hijos, los artífices de la cultura, la voz sonante de los varones. Y así es como las madres han sido esa voz ausente y la maternidad un mar insondable. ¿Qué está en juego?, ¿qué pulsiones la dominan?,

¿qué desesperaciones produce o procesos fisiológicos, psicológicos y filosóficos se desencadenan con la llegada de una hija o un hijo en el cuerpo y alma de una mujer?

Tema pendiente y materia de estudio aún…

Sabemos sí que la maternidad tiene mucho del verbo esperar. La madre espera no solo físicamente, nueve meses antes de parir, espera que aquel  personaje que cierto día viene a poblar su vientre cumpla muchas promesas, si no todas, y lo que verdaderamente ocurre cuando nace la criatura, es una realidad lo más cercana a un cuento de hadas. Así, las madres de estos cuentos nos  recuerdan que no basta con añorar al hijo, que no basta con desearlo con todo el corazón y el alma, las cosas siempre pueden salirse de control. O, para ponerlo en voz de otra madre, Medea de Eurípides:

“Entrad, hijos, en casa; todo va a salir bien”.

“Todo va a salir bien” dice una madre capaz de matar a sus hijos, la primera infanticida que conoce la literatura, para que nos vayamos enterando del abismo de ignorancia del que hablamos cuando hablamos de madres y sus mundos interiores.

“Todo va a salir bien” también es la sentencia de que aquella voz negada por la literatura, es la voz de la fantasía, y qué lucidez la de nuestra Madame, la de enrostrárnoslo, porque el deseo de que todo “salga bien” choca siempre con la realidad.

Habla la madre de Jabato:

–“¿Es este –se preguntó– aquel príncipe tan bello, tan perfecto, y feliz?

¡Sueño engañoso, fatal visión! Hadas, ¿qué les hice para que se burlen de mí?”

Las cosas pueden salir mal, siempre un poco peor, porque ese hijo/hija imaginada es una fantasía de tomo y lomo. El jabato, Furibundo, Roseta y su maldición, cada una de esas madres debe lidiar con los prejuicios que recaerán sobre sus hijos: enano, jabalí, bruja. ¿No es también la maternidad ese lugar de miedo, de miedo real, digo, cuando tomas conciencia de que tu hija/hijo deberá vérselas con el clasismo, el racismo u otra ignominia?

La vida se revela en pequeñas gotas y las madres deben estar preparadas, fluir a merced de una marea de acontecimientos y maravillas. Así, las madres de Madame D´Aulnoy son un buen hilo desde dónde comenzar a pesquisar un relato sobre este mito que nos ha mantenido hechizadas para dejar que las madres hablen por sí mismas, que revelen sus pulsiones, sus enormes ganas de huir y que suframos sus consecuencias, querida lectora, lector, de crecer no solo literariamente hablando, sino en esta realidad que la fantasía es capaz de develar, porque, como escribió alguna vez Gerda Lerner: “la clave para comprender la historia de las mujeres está en aceptar –por doloroso que sea– que es la historia de la mayoría de la humanidad… La historia tal y como ha sido interpretada y escrita hasta ahora, es la historia de una minoría, que bien podría ser un “subgrupo”.

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