Atarantado (2024)
Rodrigo Fernández (1983)
Laurel editores
ISBN: 978-956-9450-99-0
140 páginas
Atarantado es un volumen de once cuentos, que corresponden a la primera publicación de Rodrigo Fernández Cerda. Se trata de relatos más bien breves, con temáticas y preocupaciones que se reiteran produciendo un sentido de cohesión en el conjunto.
En general, el argumento que moviliza el inicio de estos relatos son dos: la catástrofe climática que destruye o amenaza el estado actual de las cosas; y el fracaso o hastío laboral que funciona de una manera más o menos análoga. En cualquiera de los casos, Fernández resuelve de manera imaginativa los conflictos y tienden a girar de formas inesperadas, muchas veces con un pie en lo fantástico, por lo que estos cuentos tienen derivas inesperadas.
La catástrofe climática se hace palpable en al menos cuatro relatos: “Macedonio sumergido”, “Bandurria”, “Los brunos” y “Rafita despega”. En “Bandurria” dos hermanas vagan dejando atrás una ciudad y civilización arrasada por la sequía, en búsqueda de zonas menos pobladas (y seguramente con menos pillaje), en un argumento que recuerda a La carretera, de Cormac McCarthy. Lo interesante de este relato, más allá de la anécdota posapocalíptica, es la visión del autor respecto a la postura de estas muchachas sobre este fin de mundo: ese vivir sin futuro posible. Ellas mismas son conscientes de ello: “—Te entiendo. Pero vamos a soñar de nuevo. De a poco. Te lo prometo”. (pág. 50). Donde se ve la huella del autor es que en “Bandurria” no es tanto un mundo poscivilización, sino que más bien un mundo poscapitalismo, en el que la vida ya no tiene un afán productivo: el mundo ha colapsado como consecuencia necesaria del capitalismo. Y la muy bien lograda ambigüedad del texto, que ya anunciábamos, está en la posibilidad de sostener tanto que, fuera del capitalismo, no hay sueños posibles como que —su opuesto como valor—, si bien no hay sueño posible hay un tiempo que se vuelve presente absoluto, como algo deseable, lejos de la inútil explotación del capitalismo que ha producido esa catástrofe.
En “Rafita despega” presenciamos el inminente fin del mundo. Un mundo ajustado a las torpes reglas del capitalismo, donde la televisión en su agonía sigue manteniendo cautivos a sus espectadores, dándoles consejos fútiles para sus horas finales. El protagonista vaga por la ciudad en caos, donde no hay saqueo sino destrucción. En esa ciudad en destrucción, y como si se tratara de su último deseo, cobra cuentas a su antiguo lugar de trabajo, hasta encontrarse con un personaje curioso, que lo invitará a un viaje muy especial.
Por su parte, en “Macedonio sumergido” nuestro protagonista es un conserje. Llueve sin parar. El agua sube inundándolo todo. Las personas desaparecen. Solo queda Macedonio y un grupo de señoras encima del edificio, donde no se ve más que algunas construcciones que despuntan. El protagonista mantiene su oficio hasta el final. Incluso en la catástrofe climática no es otra cosa que un conserje a cargo de resolver cada una de las menudencias que ocurren en su edificio.
Por otro lado, los relatos que tienen al hastío o fracaso laboral como principal motor son “Atarantado”, “Aguas negras”, “Lemuel y las personitas”, “Callejón oscuro” y “Rey Rodríguez”.
“Callejón oscuro”, si bien no es el más representativo del estilo del autor, sí parece serlo de sus pulsiones. Un hombre está en la Inspección del trabajo, haciendo fila para ser atendido. Pronto nos enteramos que acaban de despedirlo, por estar escribiendo en horas laborales. La Inspección del trabajo, en lugar de ser un espacio que resguarda a los trabajadores, es una especie de tribunal que aplica castigos a los malos empleados, un castigo ya anunciado en el título del cuento. Con ello, el protagonista resulta redimido y puede volver a buscar trabajo. Curiosamente, el protagonista se siente contento. “Callejón oscuro” es una especie de alegoría kafkiana, donde se habita el horror en el trabajo y se castiga a quien parece intentar una vía paralela a la labor productiva en el sentido capitalista, donde quien se sitúa fuera de un tiempo-utilitario debe ser reconducido y, aparentemente, agradecer tal reconducción conductual.
En “Aguas negras”, así como en “Lemuel y las personitas” e incluso en “Atarantado” tenemos personajes que han fallado en ser exitosos en el mundo laboral del capitalismo, y han escogido —o han sido esforzados a escoger— labores marginales, o alejadas de lo que se consideraría “exitoso”. En todos hay un giro radical que tuerce la historia hacia la fantasía. Sin embargo, el común denominador es ese fracaso u horror, la falta de dignidad laboral, el agobio y soledad que produce convertirse en máquinas de un sistema en el que sus personajes jamás terminan de encajar.
Lemuel y sus personitas, la protagonista de Aguas negras, el hombre en soledad de Atarantado, son personas que en cierto modo se convierten en instrumentos especializados para sus pequeños oficios, pequeños por envergadura e impacto, o por la poca importancia que ellos como personas tienen en el sistema capitalista, en tanto son y somos totalmente reemplazables. Y las personitas de Lemuel —de quienes no delataré mayores detalles— resultan ser un calco de nosotros mismos, con sus rasgos identificatorios que reiteran nuestro propio utilitarismo y que, sin embargo y a pesar de ellos mismos, parecieran tener libre albedrío.
Atarantado es una excelente primera publicación, que habita el desencanto, una decepción interna, y normalmente una puesta en abismo, ya sea aparente o material, donde todo bien puede irse al carajo. Fernández trata el mundo del trabajo de una manera original, desencantada, hastiada incluso, que lo revela como hijo de una generación a la que se le vendió la mentira de ser los jaguares de Latinoamérica y, en su lugar, se le fueron quitando sus sueños en la torpe repetición de funciones, oficios y profesiones que se convierten en una rutina desprovista de sentido, y que son insuficientes para cumplir cualquier ambición, especialmente aquellas que no son materiales. Atarantado expone a una generación en la que el trabajo o la profesión ya no es un factor de realización personal, tal como sí ocurrió para generaciones anteriores, y sobre los cuales, a pesar de estar desprovistos de cualquier atisbo de poder y cual Espada de Damocles, oscila la inminencia de asumir las consecuencias de la catástrofe climática, que ha sido producida por culpa de ese mismo sistema capitalista que desprecian y que produce su miseria diaria.