Felipe González: “Hay una tendencia a la lectura literal, a los discursos nítidos y correctos”

Publicada por la editorial La Pollera, El Faro es una de las entregas destacable de este año. Se trata de una novela escrita al compás de los recuerdos, que intercala dos historias y está atravesada por secretos familiares un tanto terribles. Su autor, Felipe González, antes había publicado Los zapatos de gamuza, un libro de poesía. Acá nos conversa sobre su primera publicación y sobre iconografía porteña, entre otros asuntos.

 

Cuéntanos cómo surge la novela El faro y cómo la planeaste.  

 Comencé a escribir algunos recuerdos y luego se presentó el problema de que a los recuerdos, tal como uno los recuerda, les falta la intensidad evocativa. Esa atmósfera, me di cuenta, la tenía que recobrar el tono de la escritura. Se trataba entonces de recuperar una especie de verdad perdida por el lenguaje inmediato del recuerdo, y no de “inventar”. Por eso el estilo es importante en El Faro, y no solo, digamos, una estilización, o el adorno de algo previo, sino la única posibilidad de que eso sobre lo que yo quería escribir apareciera.

Una cosa que llama la atención de El faro es la naturalidad con la que se van revelando secretos familiares más o menos terribles, algo inusual, creo, en la narrativa chilena.

Esto tiene que ver con el carácter del narrador-personaje y su tendencia a revisitar los lugares oscuros de la memoria, a darle una y otra vez vuelta a esas cosas. Aunque la novela se señala como escritura un par de veces, y el narrador reconoce estar escribiendo, pienso que predomina la reconstrucción de un discurrir mental, que a ratos se vuelve una repetición neurótica algo cómica y a ratos se ilumina y encuentra salidas. Es en parte, por supuesto, la forma en que funciona mi propia cabeza. Lo que dices de la narrativa chilena (reciente, asumo) tiene que ver, hasta donde percibo, con que hay un comprensible terror a cierta crítica que identifica, uno a uno, la novela con el autor y más bien actúa como una especie de funa, si el texto no dice lo que el reseñista espera escuchar. Hay una tendencia a escribir teniendo en mente un rígido ideal del yo, sin contradicciones, unidimensional, lo que redunda en textos poco creíbles. Y también pasa, por el contrario, que la búsqueda de una supuesta “honestidad” —que como dijo alguien por ahí, produce solo mala literatura—, incurre en un cierto exhibicionismo gratuito. Supongo que hay una lucha común para quienes escriben, decir lo que más o menos está bien visto decir para ser querido, o exponer la variedad contradictoria de sentimientos que habita en cualquier persona, pero esto, creo yo, debiera estar en virtud de un arte narrativo.

¿Crees que El faro es una novela de aprendizaje?

En parte lo es, en el sentido de que el narrador-personaje rememora la formación sentimental y reflexiva de su juventud, pero no rigurosamente; no sé si, como pide Lukács, este personaje se sienta reconciliado con el presente difuso donde habita, y desde donde observa el pasado y se observa observar. La supervivencia ha conllevado demasiadas pérdidas, y él es demasiado feliz dándole vuelta a su infelicidad como para que lo consideremos bien formado o formado en absoluto.

Cada escritor que usa a Valparaíso como escenario principal tiene que enfrentarse al hecho de que es uno de los paisajes más trillados de nuestra literatura. ¿Cómo fue tu caso?, ¿cómo es tu visión de esa ciudad?

Apostaría a que se escribe mucho más de Santiago que de Valparaíso. Pero nadie pregunta ¿por qué elegiste escribir sobre Santiago? o ¿por qué ambientaste en Santiago tu novela? Lo que pasa es que Valparaíso es un entorno muy obviamente pintoresco, y en este sentido no ha sido la literatura, diría yo, sino los pintores y fotógrafos comerciales, los cineastas efectistas, quienes han abusado de la ciudad y han creado ese imaginario porteño de postal. En general, hay poco material puramente pintoresco en la narrativa de la ciudad (una tendencia más propia de cierta crónica); hasta los escritores de tradición culta del canon porteño, como Edwards Bello y Reyes, e incluso Darío, entrevieron con mayor o menor sagacidad los espacios degradados y las desigualdades históricas de la ciudad. La supuesta literatura turística de Valparaíso es menos una realidad que un enemigo imaginario y una confusión representacional. En cuanto a El faro, diría que se trata de una escritura sobre la manera en que una ciudad, y quienes ahí se encuentran, afectan, dan forma a la memoria de un cuerpo, de cómo una ciudad —parafraseando a Kavafis— permanece en alguien, como un antiguo deseo que atraviesa por la sangre.

Háblanos de Los zapatos de gamuza, tu libro anterior de poesía, que tiene muchos puntos en común con El faro.

Claro, los dos libros tienen algunos elementos comunes. Los zapatos de gamuza se titula así por “El asesino de los zapatos de gamuza”, y trata de la muerte de mi abuelo paterno a los pies de la cordillera en los años sesenta; está la tragedia familiar y la impunidad, como en El Faro, aunque el caso tuvo una cobertura mediática espectacular. Esta es una de las grandes diferencias, además de ser un libro compuesto de poemas e imágenes. En la construcción narrativa siempre están de por medio los relatos de la prensa sobre una muerte y las motivaciones del asesino. Ahora que lo pienso, si tuviera que comparar ambos libros, mientras que en Los zapatos de gamuza es el lenguaje estereotipado de la prensa lo que se interpone a la verdad, en El Faro son las trampas de la memoria, pero al mismo tiempo, la prensa y la memoria son ahí, respectivamente, los únicos medios disponibles por donde podría alcanzarse algo de la verdad buscada, una verdad que ya no es la de la justicia, sino la de la existencia y la experiencia abolida de los muertos.

Esta época de pandemia y estallido social en Chile, ¿te ha planteado inquietudes? ¿Ha influenciado tu escritura?

He estado escribiendo en este período, y aunque no precisamente de lo que ha pasado —el estallido social y la pandemia—, es inevitable que lo real se abra paso en la escritura. Por eso creo que quizá resulte redundante y además poco recomendable, como estipuló Horacio Quiroga, escribir literatura sobre hechos que se están produciendo y sobre los que, por estar demasiado cerca, no sabemos realmente lo que nos han hecho sentir. A no ser que se trate de gestos, digamos, performativos, que quieren dialogar con el momento inmediato y afectarlo, como el texto de Las Tesis de Valparaíso, o la poesía sobre el estallido y la pandemia. La narrativa, al contrario, requiere más distancia para funcionar porque está hecha para ser leída en soledad, cuando las cosas ya han pasado, y no para influir en el contexto inmediato de su escritura, como puede hacerlo la performance y la poesía en los recitales poéticos.

¿Cómo ves el estado de la crítica literaria en Chile? ¿Lees crítica literaria?

Leo crítica literaria, pero no sé si hasta el punto de poder hacer un diagnóstico preciso. Puedo decir que hay harta variedad entre los medios digitales y el espectro más reducido de los medios impresos. A veces, he visto, a estos se les se arroga cierta exclusiva legitimidad, y en eso no estoy de acuerdo. Aunque entre la variedad de internet hay crítica de bajo nivel, también es ahí donde están escribiendo muchos buenos reseñistas de distintas miradas. Si tuviera que deslizar algún diagnóstico, encuentro que hay una tendencia a la lectura literal, a la búsqueda de discursos nítidos y correctos, cuando en literatura se trata principalmente de traspasar experiencias y no convencer de ideas (aunque en parte siempre haya algo de esto). Parte de la crítica más joven muestra poca capacidad para interpretar los gestos, las metáforas, las sutilezas que en literatura tienen gran importancia, pues de hecho pueden contradecir o estar criticando lo mismo que el texto dice a un nivel más literal. Se entiende que la idea es combatir el análisis meramente de la forma, pero a la inversa, en el análisis puramente discursivo se produce también un error interpretativo de base.

¿Qué estás leyendo ahora?

Se trata de un tema tortuoso. Uno empieza demasiados libros e incluso se olvida de algunos, trato de pensar que no es importante leerlo todo, que no se puede y que no pasa nada si uno abandona algunos libros. Pero, por otra parte, es doloroso, es como dejar para siempre la oportunidad de querer a alguien, aunque hay gente más querible que otra. En fin, he leído este año con mayor placer, puedo decir, los ensayos sobre literatura de Albert Béguin y J. M. Coetzee, y de corrido algunos de los narradores del llamado posmodernismo estadounidense, Don DeLillo, Bret Easton Ellis y Foster Wallace.

¿Qué otros autores te interesan y crees que deberíamos entrevistar aquí?

Quizá debieran darle más espacio a los narradores y poetas de la costa, de Viña y Valparaíso, que están un poco aislados en los medios santiaguinos.

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