Andrés Montero: “Perdimos irremediablemente un acervo cultural gigantesco porque le entregamos las orejas a los discursos mediáticos, y se las quitamos a las historias”

En 2016 publicó Tony Ninguno, una novela que le valió varios premios y traducciones. Andrés Montero, narrador oral de profesión y director de Casa Contada, comenzó poco a poco a publicar diversos libros de literatura infanto-juvenil: Alguien toca la puerta: leyendas chilenas (SM, 2016, Premio Marta Brunet y Premio Municipal de Santiago) y En el horizonte se dibuja un barco (SM, 2018). El año 2019 novelizó el mítico contrapunto entre el mulato Taguada y el latifundista Javier de la Rosa. La novela se titula Taguada (Sudamericana) y se centra en el encuentro que duró, según los entendidos, cerca de 80 horas. El año pasado vio la luz el libro Por qué contar cuentos en el siglo XXI (Casa Contada, 2020), en el que Andrés argumenta a favor de la urgencia de la narración oral en la sociedad contemporánea. Y sus proyectos suman y siguen.

Del campo, de los clásicos, de la necesidad de narrar y narrarse, de literatura oral y la pandemia le enviamos un par de preguntas.

 

– ¿Cuál es la rutina de Andrés Montero?, ¿qué peso tiene en ella la escritura?

En general me levanto y me acuesto temprano. En la mañana, entre las 7:30 y las 9:30, me dedico a leer o a escribir. El resto del día trabajo asuntos relacionados a Casa Contada, pero la rutina es bien amable: hago pausas para cocinar, para leer, trato de hacer deporte. Casi todos mis días giran en torno a la lectura y la escritura. Para escribir, leo literatura o libros de historia y antropología que tengan relación con el tema que estoy trabajando. Nada hay en el mundo que disfrute más que escribir un libro, siempre estoy trabajando en algo, aunque después no llegue a puerto.

 

– Estamos sumidos en una pandemia mundial con consecuencias todavía incalculables. ¿Cómo te sientes frente a esta contingencia? ¿Qué lugar le das al libro y a la literatura en este contexto de reclusión?

Como ciudadano me siento devastado. Sabemos que es una pandemia imprevisible, difícil de manejar para cualquiera que ostente el poder, pero a la crisis, a la muerte, al hambre, se suma un gobierno que es totalmente incapaz de pedir perdón, nunca, como si no conocieran la palabra. Lo hace muy difícil de llevar. En lo personal la pandemia no me ha afectado tanto: nadie cercano ha muerto por Covid, tampoco yo me he contagiado, aunque he debido a aprender a hacer mi trabajo como narrador y gestor cultural desde la virtualidad, y me ha costado. Lo que más rescato es el tiempo que he tenido para escribir y leer, que ha sido precioso. La literatura ha sido para mucha gente un refugio, un lugar de encuentro, el viaje. Los que leemos estamos menos encerrados, eso es seguro, y siento que hemos aprendido a compartir más nuestras lecturas gracias a los alcances que nos permite la virtualidad. En Casa Contada recibimos muchos mensajes a fin del año pasado de agradecimiento, y de verdad era emocionante. Es la literatura, son los cuentos, los que salvaron a mucha gente del abismo en la crisis mundial. Es la ficción. Es lo importante que le hace frente a las cosas urgentes, a “las noticias volando bajo”, como dice Elvira Hernández en un poema.

 

– En Tony Ninguno y los otros libros de tu autoría que he podido leer, le das mucha importancia a la precisión de la trama para lograr determinado efecto. Es como si escribieras muy consciente de lo que quieres generar en el lector. ¿Crees que tu oficio de narrador oral ha influido en cómo planteas la escritura y el desarrollo de tus libros?

 Es posible. Yo me defino como narrador. En esa palabra integro el oficio de contar de viva voz y el de escribir. De modo que están bien vinculados. En la narración oral busco que haya también frases abiertas, descripciones ingeniosas, metáforas, y que no sea solo trama, solo un tipo ahí parado contando una historia. Me interesa, del mismo modo, que la escritura cuente algo, una historia, y no sea pura verborrea. Me aburro con los libros que solo me quieren dejar sensaciones ambiguas. Tengo miles de cosas que hacer cada día: si voy a darle tiempo a la lectura, es porque espero que ese libro me cuente una historia inolvidable. Si busco otra cosa, una experiencia de otro tipo, que yo definiría como mística, leo poesía. Pero si agarro una novela quiero una historia. La palabra que acuñé es entretensión, con “s”, porque la entretención a fin de cuentas la da la tensión, el conflicto, y si no hay un conflicto claro el lector, o mi yo-lector al menos, se aburre. Y como dice Zambra, tal vez lo único que podemos pedirle a un libro es que no nos aburra. Yo trato de que nadie se aburra ni cuando me escucha contar ni cuando lee uno de mis libros. Puede que no se logre, claro, pero sinceramente es lo que espero.

  

– Algo destacable en Tony Ninguno es la intertextualidad que logras con un clásico de la literatura árabe, la exploración del mundo del circo nacional, además de actualizar muy sutilmente los femicidios presentes en Las mil y una noches, esto sin que ninguna de estas capas opaque a la otra. ¿Siguen tus intereses puestos en estos espacios (los clásicos, los cuentacuentos, el circo, la violencia de género) en la actualidad?  

 Me interesan mucho las historias de tradición oral, esas que -aunque evidentemente deben haber tenido un primer momento un autor o autora- se van creando a sí mismas a lo largo del tiempo y las voces de muchas personas en distintos lugares del mundo. Son la representación palpable de lo que el folclorista español Antonio Rodríguez Almodóvar llama “la resistencia poética del pueblo”. Ahora mismo acabo de terminar una novela para adultos basada en la trágica historia del flautista de Hamelin, y estoy empezando a trabajar en otro libro sobre Las mil y una noches, aunque esta vez ambientado en Persia, en los años de Sherezade, que se trata tanto de la importancia de las historias como de la violencia de género. Son temas que me duelen en lo más profundo (la violencia de género, por ejemplo) o que me maravillan (la transmisión de historias a lo largo de los siglos). Que me remueven, en fin. No creo que vuelva a escribir sobre el circo, porque no era el circo en sí lo que me interesaba sino la representación de un espacio donde podían confluir la realidad y la ilusión. Suelo trabajar las novelas desde dicotomías. Por ejemplo, esta del flautista va de la verdad y la mentira, y el espacio son los caminos y ciudades medievales.

 

 – Vuelves después del exitoso viaje de Tony Ninguno a la editorial La Pollera. Cuéntanos un poco el trayecto que has recorrido desde la publicación de esa novela hasta La muerte viene estilando.

 Después de Tony Ninguno he publicado tres libros infanto-juveniles en la editorial SM, y la novela Taguada, en Sudamericana. También un breve ensayo, Por qué contar cuentos en el siglo XXI, con la editorial Palabras del Candil de España. Ha sido un tiempo de definir que esto es lo que más me gusta hacer y también de alejarme un poco de los escenarios en la narración oral, porque me di cuenta que más que contar cuentos lo que me gusta es que toda la gente cuente cuentos. Por ahí se explica lo de crear Casa Contada y dar formación en literatura y oralidad. He dedicado harto tiempo a formarme también yo como lector y a buscar que cada libro que escribo sea distinto del anterior, aunque pueda reconocerse el estilo, las obsesiones. Sé que me falta harto, pero creo ser consciente de por dónde ir caminando, y además no tengo apuro.

Después de toda esta vuelta, no dudé en publicar este nuevo libro con La Pollera, porque en el trabajo de edición que hacen Simón y Nicolás, los editores, he aprendido más que en cualquier curso de escritura que pueda tomar. Y al final, publicar libros a esta edad, sabiendo que falta tanto camino por recorrer, es una especie de aprendizaje en público.

   

La muerte viene estilando es un libro de cuentos que se interceptan en algún momento de la trama, es decir, igual se puede leer como novela. Es un viaje al mundo del campo chileno, a los mitos y costumbres, casi como la búsqueda de una visión campesina del mundo. ¿Crees que se puede llegar a una visión universal de lo campesino? ¿El mundo rural representado en tus cuentos dialoga con la tradición oral chilena o crees que es extensiva a otros países de la región?

 Sobre la última pregunta, busco que el mundo rural dialogue con toda la tradición latinoamericana, lo que bien pensado no es tan difícil. Uno lee a Rulfo y aunque hable de parajes que aquí no existen los reconocemos como propios, porque finalmente lo que importa son los sentimientos humanos que se despiertan en la soledad, en el silencio, en la injusticia, en la angustia. En mis cuentos llueve, pero eso no hace a los campos menos desérticos en el sentido humano. Tal vez pensar en un sentido universal de lo campesino sí pueda ser peligroso, porque se corre el riesgo de estereotipar al habitante rural, que evidentemente es tan complejo como el de cualquier lugar. Rasgos o características comunes sí que hay, y diría que se trata fundamentalmente del tiempo. En el campo el tiempo es distinto. Y ese tiempo permite que aparezcan tradiciones, relatos, versos, fantasías, reflexiones que no serán las mismas que las de la ciudad.

 

  – También, el libro presenta juegos fantásticos, sucesos fuera de la lógica realista, como el intercambio de vidas/roles de algunos personajes. ¿De dónde viene estas influencias? ¿Qué tan importante para la escritura de Andrés Montero es nutrirse de este tipo de recursos narrativos?

 Yo decidí que iba a ser escritor cuando leí por primera vez Todos los fuegos el fuego de Cortázar. Han pasado veinte años y cientos de libros desde ese día, pero creo que va a ser siempre mi maestro. Lo fantástico siempre me ha interesado, me llama poderosamente la atención que en este género no tengan tanta importancia las causas de lo fantástico como sus consecuencias. ¿Qué importa por qué empezó una peste de ceguera, parece preguntarse Saramago? Lo que importa es lo que algo así puede revelar de la humanidad. Como el coronavirus, sin ir más lejos. Juego con lo fantástico porque a veces permite hablar mucho más de la condición humana que la realidad misma: cómo reaccionamos frente a un suceso inesperado.

 

 – El Fundo Las Nalcas es el centro de las acciones de los relatos de La muerte viene estilando, un lugar con su propia lógica, que ha desaparecido por la irrupción de la agroindustria. ¿Cuánto crees que ha cambiado este tipo de espacios y sus personajes en el Chile de la explotación agrícola y la exportación de fruta?

 Tal vez no tanto: siguen habiendo patrones y siguen habiendo inquilinos, aunque ya no vivan todos en la hacienda. Unos tienen el agua y los otros se las arreglan con camiones aljibe. Pero en los espacios en los que yo sitúo a mis personajes, tanto en La muerte viene estilando como en Taguada, no ha llegado todavía la televisión (o los personajes prescinden de ella), y ese es el cambio esencial. Antes había un contador de historias, en general la abuela o el abuelo, que narraba en las noches, cerca del fuego. Pero con la llegada de la televisión cambió el narrador: ahora es Canal 13, Mega, Disney. Perdimos irremediablemente un acervo cultural gigantesco porque le entregamos las orejas a los discursos mediáticos, y se las quitamos a las historias. Y ese debe ser la diferencia más grande entre el campo de casi todo el siglo XX y el actual: el lugar que tiene la palabra.

 

– Hay un personaje hijo que se ausenta del funeral de su padre. Asimismo, de posteriores funerales de sus amigos con los que juega al truco en uno de esos pueblos perdidos del sur. Su angustia tiene ribetes existencialistas, le inquieta el sentido de la vida de la gente del campo. ¿Cuál es el sentido de las vidas de los personajes de La muerte viene estilando?

 Lo que más admiro de la gente que vive en lugares aislados, ya sea campo, costa o cordillera, es la aceptación de la vida como lo que es: un lento transcurrir que lleva inevitablemente a la muerte. No toda, por supuesto, pero tal vez la mayoría. En la ciudad hablamos de trascendencia, de aprovechar cada momento, de viajar, de conocerlo todo, de leerlo todo, de criticarlo todo, de preocuparnos por todo, pensamos en el heroísmo y en la aventura, y en cambio, hay otras partes donde es más importante el silencio, la contemplación, las visitas entre vecinos, la palabra, el canto, lo cotidiano con todas sus luces y sus sombras. El personaje al que tú haces mención nace en una caleta perdida del sur, pero le desespera esta aceptación tan mansa de la vida y elige la ciudad, donde cree que podrá encontrar otro sentido para la vida, para retornar finalmente a su caleta y descubrir que el sentido de la vida lo tuvo siempre junto a él, en el tecito de todos los días de su madre. Hay una dicotomía campo-ciudad presente en todo el libro, especialmente en el primer y el último cuento, y que intenta contrastar estas dos formas de ver la vida.

Nicolás Meneses

Profesor y editor. Autor de diversos libros.

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