Mis dos mundos (2015)
Sergio Chejfec (1956)
Editorial Kindberg
140 páginas
- Los paseos, esa forma de caminata tan parecida a divagar, se volvieron de pronto algo arcaico, ajeno al tráfago actual. Y tal vez por lo mismo se volvieron una necesidad de primer orden. Queda claro con el surgimiento de una suerte de tradición, a partir de –elijo un autor para simplificar– la obra de Robert Walser, ese primer narrador caminante, el primero en integrar los paseos de forma radical en sus relatos. Desde él, y desde los nuevos aires que cobró su obra, hemos leído a Sebald, a Magris, a la chilena Cynthia Rimsky –quien no ha recibido la atención debida– y ahora, por medio de la nueva editorial porteña Kindberg, al autor de Mis dos mundos, el argentino Sergio Chejfec.
- La trama de Mis dos mundos es mínima. El narrador, próximo a cumplir los cincuenta años, se dispone a realizar una suerte de examen de conciencia, a instancia de un par de escritores amigos que hicieron lo mismo (uno, aunque no se menciona, sería César Aira, cuya novela Cumpleaños parte con la misma premisa). Está en una ciudad del sur de Brasil, a la que ha viajado para participar en una feria del libro, y ha planeado pasar el último día de ese viaje en un recorrido al parque más grande de la ciudad. Y así, este turista desorientado, miope y con problemas para leer los mapas se deja perder dentro de una ciudad. Se lanza a merodear sus calles indistintas. “Quise olvidar el motivo de mi visita y hasta me tentó la idea de olvidar mi propio nombre y tratar de ser otro, alguien nuevo”, afirma.
- Nietzsche hablaba de pensamientos caminados, y acá esa expresión es útil. El libro está compuesto por las digresiones de este caminante que en alguna medida recuerdan a los de La conciencia de Zeno de Svevo. Todo, y este es uno de los talentos de Chejfec, parece rodeado de una efectiva vaguedad, porque este es, ante todo, el relato de un observador. El paisaje es un personaje tan crucial como el narrador, y Chejfec tiene una habilidad tremenda para intercalar descripciones con pasajes digresivos. “Caminar es poner en escena la ilusión de autonomía y sobre todo el mito de la autenticidad”, dice el narrador. “Caminar, lo más parecido a la mente disponible y en blanco”, dice, también, páginas más adelante.
- Esta edición chilena viene prologada por Enrique Vila-Matas, quien enfatiza en cierto latinoamericanismo de Chejfec. La verdad, cuesta reconocerlo a primera vista, pero está ahí. El narrador de Mis dos mundos se hunde en una ciudad brasileña y, a diferencia de un Magris o un Sebald, no encuentra la ruinosa historia con mayúsculas que es el trasfondo típico de ese tipo de novelas. De hecho, no ve tal cosa como ruinas. Encuentra un parque con una vegetación frondosa y pajareras, encuentra tiendas de frituras y vendedores ambulantes. A partir de esos materiales despliega sus disquisiciones. De ese modo se cuestiona por el futuro de las fotografías que ha tomado con su celular o indaga en su costumbre de caminar mirando al suelo. O pone bajo sospecha sus propias caminatas, cada vez menos sorprendentes y cada vez más mecánicas. Así pone en marcha lo fundamental de su propuesta, que es un modo o un método, un método Chejfec, y levanta una defensa de lo anónimo, de aquello que no va a durar. Trabaja una especie de concepto de antihistoria. “En el sur de Brasil todo me empujaba al pasado, pero un pasado precerebral”, cuenta, porque a Chejfec le interesan sobremanera las experiencias de vacío que son llenadas por la imaginación del hombre: las miradas de los animales, así como los jardines y parques donde el hombre es solamente hombre y anula lo salvaje de la naturaleza. Lejano a la fascinación de un Sebald por lo enciclopédico y lo documentado, Sergio Chejfec se enfoca en la experiencia, en lo subjetivo. Su mirada es un logro concreto, mayor, importante.