Panza de burro
Andrea Abreu (1995)
Editorial Kindberg (2021)
ISBN: 978-956-9707-17-9
189 páginas
Andrea Abreu es una autora originaria de las Islas Canarias, islas que son una comunidad autónoma española y que, sin embargo, espacialmente están más cerca de África que de Europa. Lo anterior es necesario decirlo, porque a pesar que su idioma es el español, las Islas Canarias son una nación con una identidad cultural distinta al resto de España. Nos parece necesario hacer este rodeo porque Panza de burro es una novela profundamente local, con la voz de su joven narradora construida de una manera tan natural, fluida y deslenguada, que en su fraseo traspasa el acento canario, a pesar de que muchos ni siquiera lo hemos oído antes.
“Doña Carmen, usté hace sopa magi, la de sobre?, le dijo Isora a la vieja. No, miniña, por qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé. Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo. Doña Carmen estaba virada de la cabeza pero era buena. Casi todo el mundo la despreciaba, porque, como decía abuela, tenía cosas de guárdame un cachorro” (Página 23)
La protagonista de la novela es una muchacha canaria, que está pasando el momento preciso entre el descubrimiento de la sexualidad y el término de los últimos juegos con muñecas. La historia se va desmadejando en las pequeñas aventuras y travesuras que tiene la narradora con su mejor amiga de toda la vida: Isora. Pero Isora no es simplemente su amiga, es a la vez su ejemplo, su admiración, un cariño que en su mente transita entre el amor sororo y otro tipo de amor, que la narradora —con lo que le sigue quedando de niñez—no llega a ser capaz de definir o entender.
Isora no tiene madre y vive con su abuela. Ellas tienen un negocio, un almacén, por eso todo el mundo conoce a la desenvuelta Isora, por eso ella es “famosa” en la isla, todos la saludan y es capaz de pasar junto a los muchachos mayores sin tupirse, hablándolos a todos por su nombre. La narradora, en cambio, es más tímida, no recuerda el nombre de los muchachos y, en verdad, no le agradan mucho, así que se limita a seguir la cola de caballo que usa Isora, su vaivén de izquierda a derecha, su manera tan curiosa de caminar.
“Cuando salimos por la puerta de doña Carmen un gusano me recorrió la garganta. Ese gusano negro me decía que alguna vez yo había envidiado a Isora. Me gustaba el color de su pelo y el de sus brazos. Me gustaba su letra. Hacía unas g con un rabo gigante que no dejaba que se entendiese lo que decía en la línea de abajo. Me gustaban sus ojos y tantas otras cosas. La envidiaba por cómo le hablaba a la gente grande. Era capaz de interrumpir las conversaciones y decir no, Moreiva es hija de Gloria la de la curva, no de la otra Gloria.” (página 26)
El libro está constituido por un cúmulo de anécdotas de estas niñas isleñas. Es una historia de estrechez, sin que medie una mirada romantizada sobre la pobreza. Son hijas de la señora de la limpieza, del hombre de la construcción, jamás de los guiris. Una historia en que los adultos pasan a segundo plano y todo se llena por la voz de Isora y la narradora, su shit, tal como la llama Isora con cariño. Porque eso es justamente lo que prima y resalta en esta novela: la voz de la narradora, los giros locales, el ritmo, hasta el timbre que se adivina en el fraseo.
Andrea Abreu construye una novela en base al habla de su propio pueblo, desarrollando a través de pequeños capítulos la relación de amistad entre estas dos muchachas. Y lo hace con una soltura, con un desparpajo que pocas veces se puede encontrarse, menos todavía en una primera novela como esta. Abreu jamás describirá a su narradora: la conoceremos por su voz, por su manera de expresarse y reaccionar a través de sus dichos. En Panza de burro más que frases bien construidas hay un palabreo constante entre las dos niñas y hacia el mundo que las rodea. Todo es oralidad. Todo es cotilleo. Todos son quejas, reclamos, risas, burlas y ansiedades. Y produce el efecto de realmente inmiscuirse en las calles polvorientas, en descenso, que son el camino largo que conduce desde la casa de la narradora hasta que llega a ver a Isora. Panza de burro es una novela hermosa, brutal a ratos, pintoresca también, divertida gran parte del tiempo, siempre veloz en su narración gracias a la voz suelta de su pequeña narradora, y de su hambre por decirlo todo, atropelladamente, como lo haría cualquier muchacha “tan echadita palante, tan sin miedo” como lo son Isora y su amiga.