Faramalla (Teodora Inostroza)

Faramalla (2023)

Teodora Inostroza (1997)

Editorial Kindberg

ISBN: 978-956-9707-20-9

88 páginas

 

Desordenar el tablero

por Marcelo Rafael Ortiz

 

En Latinoamérica, la literatura que aborda el trabajo sexual y/o los cuerpos disidentes tiene grandes exponentes. En Chile, sin ir más lejos, nombres como Un lugar sin límites, Loco afán: crónicas de sidario, El tarambana, Ferocidad o Coyhaiqueer, han contribuido a ensanchar el panorama literario para evidenciar, con fuerza, y en algunos casos desde la duda existencial, otras formas de comprender el cuerpo y el deseo.

Esta literatura, aunque en muchos casos volcada profundamente hacia lo íntimo, no ha dejado de poner en evidencia —en distintos niveles— el clasismo, el racismo, la homofobia y el machismo incrustado en el entramado social. En mayor o menor medida, al hablar de estos cuerpos otros y estas vidas otras, los mecanismos de defensa de las estructuras sociales se ponen en guardia para proteger su discursividad hegemónica.

Faramalla (2023) de Teodora Inostroza se inscribe con acierto en esta tradición. En casi 90 páginas, con un lenguaje voraz y crudo, la autora es capaz de dar cuenta de algunos de los discursos y prácticas que permanecen fuertemente anclados en los distintos espacios donde estos cuerpos otros se desenvuelven. Por sus páginas aparecen escenas de niñez, de adolescencia y de iniciación en el trabajo sexual. En cada uno de estos episodios, especie de crónicas y relatos breves, Faramalla pone en evidencia no sólo el machismo y la homofobia instalada en el entramado social, sino también la hipocresía humana. Notable es la escena donde el amigo de la protagonista (“Compañía Mariel”) recibe amenazas e imprecaciones por parte de la pareja de un hombre que requirió de su trabajo sexual. Ella, la mujer, ha rastreado las cuentas del marido para finalmente descubrir a través de esos movimientos los servicios que le ha solicitado a Compañía. Las palabras que recibe por parte de esta persona son de corte homofóbico, racista, clasista, entre otras. La protagonista pincha la foto de perfil de la mujer para saber de quién se trata y le llama la atención un detalle: un pañuelo amarrado al cuello resalta sobre cualquier otra cosa. «Un pañuelo feminista», dice la narradora.

Lo anterior es sólo un ejemplo. Faramalla es un texto que no rehuye a la confrontación. No elude desbaratar ciertas ideas que merecen ser discutidas. Otro ejemplo de esto es el discurso de la infancia como un lugar de inocencia. La protagonista narra episodios de homofobia que tuvo que sufrir su amigo desde pequeño, en la escuela, y también al interior de su familia. Lo que queda claro en estas páginas es que en todo lugar y ámbito existen estas prácticas, incluso en el seno mismo de la comunidad. No hay lugar que se salve.

Aún así, el espacio para el compañerismo y la ternura existe. Es un refugio en medio de la hipocresía. El vínculo con su amigo Compañía Mariel y luego con el resto de quienes ejercen el trabajo sexual, permite al texto no quedarse sólo en la confrontación, sino también puntualizar en otro de los aspectos fundamentales a la hora de pensar en esta temática: el vínculo afectivo. La importancia de este elemento se hace notar toda vez que los cuerpos que protagonizan el texto forman parte de ese sector de la sociedad históricamente relegado al ostracismo, a los márgenes, incluso a veces por los mismos discursos que buscan, en tiempos como el nuestro, la igualdad y la justicia.

Todo lo que plantea este texto lo hace a través de situaciones narradas de tal modo que pareciera que suceden siempre, que no hay nada nuevo bajo el sol. Es esto lo que interpela a quien lee el texto, no alguna especie de disquisición que emprende la narradora para reflexionar sobre la violencia o la marginalidad o el compañerismo en medio de tanta violencia. Pero también, y es necesario mencionarlo, es esta cualidad la que amortigua algunas contradicciones políticas que posee Faramalla. Si a través de sus páginas nos queda claro que una de las cosas que lleva a la protagonista a ejercer el trabajo sexual es la necesidad de pagar sus estudios y tener para vivir —producto de un sistema económico que no sólo es económico, sino además cultural—, quien habla en primera persona reproduce también esa lógica mercantil al momento de calificar a ciertas personas como “cajeros automáticos” o “pajeros sin plata”. Si gran parte de lo que sostiene al sistema capital es su variante cultural —dentro de lo cual está por supuesto el lenguaje y la forma de entender la singularidad de los individuos—, acuñar a quien sea por su solvencia económica es contradictorio, es parte del mismo problema.

Tal como afirma Edward Said, el ejercicio de escritura es siempre una decisión consciente —pues podríamos hacer cualquier otra cosa en vez de escribir—. Por tanto, la elección de las palabras no es un acto inocente. ¿Qué hace el texto para develar precisamente la contradicción que implica declararse feminista y tratar a otros con adjetivos homofobicos y racistas? Puntualizar en las palabras, en el lenguaje utilizado. Es a través de ellas que nos enteramos del sistema de valores alojado en cada personaje. Si medimos con la misma vara a quien narra, podríamos decir que mediante el uso de ciertas palabras se revela un pensamiento mercantil, casi neoliberal, por parte de la protagonista. Por eso, y a pesar de que el tratamiento descriptivo y cotidiano del texto aminora esta contradicción política —al no entrar muy a fondo en el tema con discursos moralizantes y reflexivos—, es necesario mencionarlo aquí, en un trabajo crítico sobre el texto literario.

Faramalla es, ante todo, un texto valioso y feroz, profundamente político. En un panorama cultural aburguesado y poco acostumbrado a los lugares incómodos, una obra de estas características viene a desordenar el tablero y a plantear cuestiones de vital importancia. El texto busca que quien lea salga de su comodidad para trasladarnos a otro terreno, el de la controversia. Por eso, hay que valorar apariciones como esta. Escrituras arriesgadas y poco complacientes con el estado de las cosas diversifican un ecosistema por momentos inerte.

Los hijos del jaguar

por G. Soto A.

 

Faramalla de Teodora Inostroza es una pequeña publicación, que por extensión puede leerse de un solo tirón, que más que una novela parece ser una antología de relatos o crónicas, coherentes entre sí, unidas por una misma narradora que es una muchacha que se inicia y hace vida como trabajadora sexual. Lo primero que salta a la vista es el tono desenfadado, desenvuelto de la autora, que se aprecia desde la primera página:

“Las putas estamos ardiendo. Caminamos por encima del mundo con esa fuerza única de puta debajo del sol de verano, sacudiendo la grasa del cuerpo sin pudor. Pero lo único que sale para afuera es que estamos un poco asustadas, que crecimos en otra frecuencia, que queremos volver al útero. Nos encerramos en esta pieza con luces rojas para que no se nos vean las estrías, el bigotito o los hilos tensores” (pág. 9)

La temática es en sí misma interesante, porque muestra un mundo que si bien ha sido ampliamente retratado en la literatura chilena, no lo ha sido desde esta primera persona, que aporta información desde la experiencia, sin remilgos ni ambages. La narradora de Inostroza es una muchacha que desde sus primeros recuerdos ha vivido sin un entorno que pueda protegerla, donde la familia es más un lugar del que escapar que uno donde pueda sentirse resguardado. De este modo, el escenario que se construye para Teodora —que es tanto el nombre de la autora como el de la protagonista de Faramalla y que contribuye a difuminar cuánto hay de ficción y de biográfico en estos relatos— es uno donde parecieran no haber más alternativas posibles de desarrollo que esta vida precarizada por el trabajo sexual.  Cada uno de los pequeños capítulos (o crónicas o anécdotas) muestran un momento distinto de la vida de Teodora, avanzando y retrocediendo en el tiempo, yendo desde el pleno ejercicio del oficio, para volver a momentos específicos de la vida colegial que parecieran querer apuntar a una suerte de determinismo en la vida de Teodora; nuevamente, esta vida sin más posibilidades casi desde su comienzo.

Los relatos de Faramalla tienen además algo interesante, y es que este personaje constantemente a la defensiva parece plena de un cinismo hacia cualquier persona que provenga de “la sociedad de buenas costumbres” —para recurrir al eufemismo al que echa mano la editorial en la contratapa—. Es así como Teodora puede hablar y reírse no tan solo de cualquiera de los hombres que recurren a sus servicios, sino que también a sus mujeres que aparentemente no les proveen lo que necesitan en términos sexuales a esos hombres (“Nosotras les decimos: escoge lo que no te dejaron desear allá afuera” pág. 10), contra el feminismo o al menos contra cierto tipo de feminismo (“Pinché la foto de la mujer con la yema de los dedos para ver su cara nítidamente y así entender. Todos sus detalles eran poco importantes, excepto el pañuelo morado que tenía amarrado en el cuello. Un pañuelo feminista” pág. 62), contra los padres y las madres, contra el mundo. Teodora es una mujer a la defensiva en un modo extremo, y resulta lógico porque, tal vez como nadie, debe cuidarse a sí misma, lo que habla a la vez de su propia fragilidad, aunque haya desarrollado herramientas afiladas para cuidarse. La contracara de esta suerte de odio al mundo es cierta inocencia al hablar de sus pares, del compañerismo en su oficio. Pareciera que dentro del negocio de la prostitución solo hubiera gente buena. Que si bien hay peleas internas estas no consiguen destruir la camaradería con la que todas subsisten, bien o mal, cada final de día. Aunque tal vez esa simplificación en el texto de una estructura social que debe ser también sumamente compleja, no es sino otro mecanismo más de autoprotección, aunque ello es una conjetura y no algo que emerja de la lectura de Faramalla.

“Los hombres nos miraban lascivos las panties rotas, los labios pintados, el escote en “V” o la falda de cuerina roja de la ropa americana. Nos despedimos con el típico “Avisa cuando llegues” porque para nosotros siempre es todo o nada” (página 74)

Faramalla es, incluso con sus bemoles, una primera publicación auspiciosa, que bien puede leerse junto a una serie de autorías que, nacidas desde los noventa en más, dan cuenta del fracaso del exitismo de esa década, como si hubiera toda una camada de “hijos del jaguar”, que ahora muestra todo lo risible que hubo en ese torpe exitismo. Faramalla es una publicación auspiciosa, decíamos, tanto por su temática, como por el desenfado de prosa de la escritora, así como también por el ingreso en primera persona a un mundo que siempre produce un atractivo morboso y que, por regla general, en nuestra literatura ha sido retratado por hombres, con una mirada exógena. La mirada de Teodora Inostroza abre sin intermediarios un mundo que tiene sus propios códigos y reglas, lo que resulta novedoso. Es de esperar que en próximas publicaciones pueda, sin perder lo ganado, profundizar en estas temáticas, consiguiendo un mayor desarrollo tanto de los personajes como de sus dobleces, sin perder ese cinismo, ese odio hacia todos, sin perder ambigüedad y desparpajo, que tan bien le hacen a un texto como este.

 

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