Eloy (1960)
Ed. Quimantú (1972)
N° Inscripción 33.138
Carlos Droguett (1912-1996)
Carlos Droguett (1912-1996)
126 páginas
Todo, todo lo que he imaginado y escrito es real, real de aquí abajo, entera y definitivamente real y no vaporizaciones de mi ego, de mis ilusiones, de mis frustraciones, de mis no confesadas ambiciones, dinero, fama, fama astral y no comunal, premios, academias, condecoraciones, humos de las eras y de las fugitivas horas.
Carlos Droguett, entrevista publicada de manera póstuma.
Carlos Droguett fue un hombre extraño en las letras chilenas. Extraño no por sus temáticas, sino que por su manera de abordarlas. En ninguna parte encuentro la confirmación a este dato, pero por alguna entrevista de él entiendo que era doctor de profesión. Fue uno de esos hombres imprescindibles que Chile perdió con la llegada de la dictadura militar en 1973. Escapó de Chile, se autoexilió; siempre había estado interesado y ligado a las causas sociales. Tanto le importaba la vía al socialismo que incluso había dejado de ejercer de manera particular y privada porque entendía que el Estado debía proveer a las personas la salud de manera gratuita, lo que no se condecía con el hecho de que él cobrase y ejerciera liberalmente la profesión. Aún ya antes había cambiado de carrera, luego de cursar completamente la de abogado y no haberse titulado jamás.
Extraño personaje. Jamás volvió a Chile. Siempre se retuvo en tierras lejanas, ajenas, desde donde quizás sentiría la nostalgia de esa patria repleta de historias cruentas pero reales que él transformó en literatura. Eloy es una de ellas.
Eliodoro Hernández Astudillo, o el ñato Eloy, fue un conocido bandolero en tierras chilenas, en el centro del país, en terruños provincianos que hoy ha devorado la ciudad pero que por allá por el año 1941 (año en que finalmente fue muerto) constituían el conjunto de pueblitos que apenas la rodeaban (Chicureo, Pirque, Melipilla, etc).
Soy el abismo, cualquier abismo, todo el abismo.
Era un asesino, un desarmado, robaba y mataba por igual, sin compasión, desolando tierras, para su propio goce, para su subsistencia, por motivos que la novela no intenta siquiera asir. El relato se centra en un momento muy específico: en las últimas horas de vida de Eloy, quien, sitiado en un fundo de Pirque hace frente a las linternas nocturnas, a las carabinas, a las voces y las toces y las risas que lo circundan, tratando de darle caza, de matarlo y acribillarlo para que pague sus toneladas de crímenes:
He muerto a muchos que ya no me acuerdo y mataré a muchos más todavía que no sé dónde andaban ni lo que hacen, ni lo que van a hacer, ni lo que les voy a hacer, soy malo, empedernido, repugnante y sanguinario, cada vez más cruel, cada día y a cada hora más perdido y hundido de sangre, dicen los diarios, la radio, el vecindario…
Y sin embargo, este relato, verídico, tornado literatura, no se sustenta simplemente en la historia, si no que por el contrario, se sustenta en la manera en que está relatado. Carlos Droguett usa durante la totalidad de las páginas con que cubre la anécdota un marcadísimo estilo libre indirecto:
Cogió la taza y el tintineo del platillo y de la cuchara lo hizo ponerse alerta y lo rodeó una extraña claridad, un eco claro e indefenso un eco un grito un ruido que deseaba está en la cocina está cantando en la cocina está lavando los platos está en el baño se está peinando ahora va entrar (pág. 20)
Haciendo así entremezclarse la voz de ese narrador que no alcanza a ser omnisciente y al mismo tiempo la primera persona del único personaje que realmente conocemos, el del ñato Eloy. Pero la voz de este personaje es tan potente que no solamente es una primera persona, además alcanza a ser un monólogo interior o corriente de la conciencia, todo esto de una manera tan radical y bien urdida, que exigirá una especial concentración del lector que siga sus líneas, para que su propia voz interna vaya leyendo sin tropiezos en el estilo, cosa que es perfectamente posible, por lo bien logrado que este está.
No es una novela fácil; no pretende serlo. Pero el estilo de Droguett es tan propio, su voz tan original en toda la literatura (y con esto no me limito solo a la literatura nacional) que es imposible desconocer su importancia. No me explico cuál es su antecedente inmediato, pareciera no existir, no hay otro que escriba como él, similar siquiera. La originalidad es una virtud realmente escasa.
Esta es una de esas novelas que provocan fanaticadas, ya sea para denostarlas o para seguirlas con fervor. Es tan rotunda que difícilmente pueda ser de otra manera, tan fuera de cualquier moderación, desmesurada en la manera más positiva.
No tengo un cierre conclusivo para esta reseña. No puedo guiarlos sobre cómo puede parecerles, apenas permítanme que esto sirva de guía para estar prevenidos sobre qué encontrarán.
No tengo un cierre conclusivo para esta reseña. No puedo guiarlos sobre cómo puede parecerles, apenas permítanme que esto sirva de guía para estar prevenidos sobre qué encontrarán.