ISBN: 9561112620
José Santos González Vera (1897-1970)
Hacer un buen libro es siempre un milagro. Lo positivo sería divulgar esos milagros y honrar a quienes los han producido.
Era adolescente cuando, para ganarme el pan, intenté aprender los más diversos oficios. Así pude vincularme a obreros ansiosos de establecer una sociedad igualitaria y libre, como la conciben los anarquistas. Muy pronto hice mía tal aspiración, porque nada ayuda tanto a decidirse como el ser joven.
En Selva Lírica ensayé la crítica. No me explico por qué los jóvenes la apetecen tanto siendo disciplina que exige cultura, gusto y esa ponderación que se alcanza tarde, si se alcanza…
Su tranquila respuesta me enseñó algo que no se aprende en los libros. Debería uno eludir el papel de juez, y no pronunciarse sino sobre lo que le gusta. Es fatal que se escriba malísimamente, que la mayoría de los esfuerzos se malogren. Hacer un buen libro es siempre un milagro. Lo positivo sería divulgar esos milagros y honrar a quienes los han producido.
¿Cómo un hombre que se dedica a buscar ganarse la vida termina siendo una de las figuras fulgurantes de la literatura de un país, escribiendo con tal soltura y al mismo tiempo amor por cada una de las circunstancias que dibuja? No es normal, no es esperable, es más cercano a un milagro que al cumplimiento de una fría estadística. Por pasajes uno tiende a recordar al Factotum de Bukowski, al verlo pasar de empleo en empleo; pero hay una diferencia esencial: hay una sensación de amor por todo lo vivido, un cariño por cada uno de sus intentos fallidos y logrados, por el crecimiento, por la transformación, por sus semejantes aunque estén repletos de defectos. José Santos González Vera no tiene la displicencia del estadounidense, así como —al menos en mi opinión— cualquier latinoamericano no podría expresar tal falta de vigor y hombría al ejercer alguna labor por tosca que fuese que diera el sustento, y no la indolencia, el abandono, la apatía de su par de Estados Unidos.
“José Santos González Vera. ¿Quién que lo conoció puede olvidarlo? El hombre del más fino humor chileno. Y a la vez un príncipe, decía Alone. Son memorias. Sí. Son crónicas. Sí. Son narraciones que parecen ficción. Sí. Son inclasificables. ¡Si! Hablan, por decir algo, de los que fueron muchachos cronológicamente el año veinte; pero también de antes y después. Describe a señorones y obreros, a letrados y a cultos analfabetos. Mujeres y hombres. Para entender a Chile, no al de entonces, no sólo al de “era” sino al de hoy y (profetizando) pasado mañana, hay que leer Cuando era muchacho.”
Hacer un buen libro es siempre un milagro. Lo positivo sería divulgar esos milagros y honrar a quienes los han producido.