ISBN 956-13-0937-7
A mí me gustan las novelas en que salen personajes que no se parecen en nada a nosotros; porque entonces gozo figurándome lo que nunca llegaremos a ser.
A mí no. En absoluto. No me gustan ni un poco las novelas que no se parecen en nada a nosotros. No me gustan las novelas que, de una forma u otra no trascienden a humanidad, no hieden a una verdad (aunque sea subjetiva), a gentes, a personas. A Augusto D’halmar evidentemente le pasaba lo mismo. Y esta frase usada como epígrafe (“A mí me gustan las novelas…” etc), extraída de su propia novela que ahora comento, dicha por uno de sus personajes (una prostituta) es, a todas luces, una declaración de principios muy consecuente con todo lo que leemos, una ironía que contrapone con su propia narración, enrrostrándonos aun más lo que él quiere mostrarnos, diciéndonos algo como: «Está bien si tu quieres escapar, si tu vida es mala o pésima y por eso quieres evadirte a través de la literatura. Yo, en cambio, tengo una necesidad de hablar y escribir sobre este mundo». Y todo eso lo dice sin realmente decirlo.
(…)…Era una paria, huérfana, y no podía imaginarse siquiera lo que sus ojos verían mañana, lo que sus labios dirían, lo que sus oídos escucharían, ni donde pudieran llevarla sus pies… Casi se tuvo miedo, como si su cuerpo fuese un extraño que pudiera hacerle mal…
Huérfana, sin más familia que una tía sumergida en la vida social santiaguina, es acogida en el seno del Barrio Yungay. Familia falsa, más preocupada de las conveniencias que de la poca caridad que estaba haciendo, pasa a ser una empleada de la casa. Y no solo eso: sus formas femeninas, su inevitable atractivo físico, la llevan a ser acosada por los hombres que la rodean. Pero los acosos no se quedan solo en eso, sino que resultan en violación de su pureza. Ella, acogida en una casa de una buena familia, sufre la vejación y perdiendo hasta la inocencia, escapa de ahí para terminar viviendo en un lupanar, que es donde se desarrolla principalmente esta historia.
En nuestra República sólo hay dos castas: viñateros y no viñateros. Es decir: productores que chupan la sangre del pueblo que bebe sus vinos y consumidores populares que beben vino de los que chupan su sangre. Ambas se odian a muerte. El socialismo, antes de mirar los palacios, mira a los lagares, y las primeras víctimas de un posible trastorno social serían las botellas, cuyas etiquetas son verdaderos blasones heráldicos, pergaminos de nobleza en que descansan todas las más odiosas prerrogativas.