Ramal (2011)
Cynthia Rimsky
FCE Chile (2011)
ISBN 978-956-289-090-8
Número de Páginas 162
Los días soleados no les importa trabajar mandados en tierra de otro, pero la lluvia les arrebata hasta la posibilidad de servir y, cautivos del alero que gotea, pasan horas contemplando en las nubes lo que las nubes no dejan ver.
Un ramal ferroviaro es una vía secundaria, casi una desviación de la arteria principal del recorrido de un tren. En el caso de esta novela, se trata del ramal Talca-Constitución (en Chile), un trayecto venido a menos, que cubre lugares rurales, abandonados a su propio olvido, como si cada una de sus detenciones fuera, en sí misma, un anacronismo. Como si fuera poco, es además hasta donde sé, el último Ramal existente en Chile.
Y qué es Ramal, la novela. Pues bien, es un ejercicio bastante extraño. Es, por una parte, un ramal de la misma literatura, una forma que busca un camino distinto al establecido. Entonces, cómo apreciarlo, cómo juzgarlo. Ello también es difícil, vamos un momento al argumento.
“Parece que le gustó por aquí”, dice burlona. “Vine a hacer un proyecto para salvar el ramal”, le cuenta. La joven no puede creerlo, el pueblo lleva años esperando una detención de cinco minutos y a él, que hace meses ignoraba la existencia del ramal, el Servicio Nacional de Turismo le otorgó dinero para sentar las bases de otro proyecto destinado a salvar el ramal. (…) La satisfacción que le produjo tener dinero para encontrarse con el hijo y viajar juntos por el ramal se transforma en culpa y la culpa en desprecio por un Servicio Nacional de Turismo que cree que un proyecto puede cambiar el destino de un ramal.
Un hombre, el que viene de afuera, como es llamado en la novela (¿novela?) es contratado por el Servicio de Turismo para, luego de recorrer el ramal Talca-Constitución y visitar las localidades por donde pasa, elabore un proyecto turístico para salvar aquella forma de desplazamiento casi extinta, pero que es, al mismo tiempo, muchas veces la única (y por ende, de una importancia inconmensurable) que poseen los habitantes de las localidades que coexisten en torno al ramal. Como idea motor no hay mucho más, ni tampoco es necesario nada más por cuanto lo característico de esta novela, libro de viajes, crónica ficcional, y justamente ahí donde brilla no es en el argumento (ni pretende hacerlo, digámoslo desde ya), si no que en la forma en que lo aborda.
Hay un narrador que, de tan presente desaparece entre las frases, y en el tono, en el ritmo lento, cadencioso, se cuela la fantasmagoría de aquel tren que todavía existe, abandonado por el Estado de recursos, abandonando así también a la gente que de él se sirve de manera tan esencial. La novela está dividida en siete capítulos y en cada uno de ellos se construye cada uno de los viajes que por el ramal y las localidades hizo el que viene de afuera. Y este hombre, que lo mira todo como afuerino, tan ajeno, sin ser capaz de adueñarse de nada, sin realmente escuchar ni ver lo que sucede entorno, porque aunque está ahí para buscar algo suficientemente atractivo que pueda salvar el ramal —y no digo, “que desea encontrar”, porque el narrador jamás traspasa al lector un sentimiento tan fuerte del protagonista— más bien parece un observador ajeno, lento, taciturno, mientras todo a su alrededor transcurre de una forma tan cotidiana que pareciera innatural.
La primera noche que pasó en la cabaña de Manquehua, la hermana le dijo: “después de lo que pasó, mi hermano está bien”. Pasó que habiendo regresado de un viaje por trabajo, el hermano se encontró con que su llave no abría la puerta de su casa. “A partir del día en que mi familia me dejó afuera, no me pregunto cómo voy a regresar”, responde el hermano de este lado del río a la duda que el de afuera le expresó en la otra orilla.
Y es a través de ese narrador que tan poco dice donde Cynthia Ramsky consigue su mayor logro: es tan pardo que logra que todo el abandono que existe en aquellas localidades, en esa forma de vida que se equilibra apenas para subsistir, en aquel medio de transporte atávico, se traspase desde las palabras que construyen imágenes directamente hasta el lector, como si consiguiese saltarse la figura del narrador.
La novela, además, está repleta de fotografías que resultan inquietantes -tanto como el texto y que vienen en ahondar dicha sensación- tomadas en los mismos lugares a los que se refiere. El efecto general de este libro en las manos es que la autora, más que querer contarnos una historia, ha deseado hacernos vivir una experiencia, así como la que es, al día de hoy, tomar un viaje en tren. Y a tramos pareciera que la novela no avanza, no fluye ni profundiza… y resulta engañoso ya que no es más que el reflejo del ramal que se ha estacionado en un momento en el tiempo.