Reinos (2014)
Romina Reyes (1988)
Ed. Montacerdos (2014)
ISBN 978-956-9398-01-8
118 páginas
Siempre es agradable leer primeras publicaciones de autores nacionales, uno siente ilusión cada vez que da con un título en el que algo brilla o resplandece. Más todavía cuando ha habido un par de buenas críticas en la prensa escrita de esa primera publicación. Pero no siempre es el caso, y a veces uno se defrauda al ver que la crítica establecida pareciera haberse puesto de acuerdo para aplaudir en masa.
Reinos es un libro compuesto por seis cuentos. El primero es Julio. Narrado en primera persona, la pareja del protagonista se encuentra en el hospital hace casi dos meses por motivos que no nos son informados. En la soledad de su casa, el narrador y protagonista comienza a fantasear con los consejos para practicar sexo oral que lee en una revista. En él se ve cierto aislamiento (aun cuando hay gente que llega a acompañarlo en ese proceso) y sobre todo una gran frialdad ante todo, como si no le importara nada que Sofía se encuentre en la clínica, ni que Nicolás, su pequeño hijo que apenas balbucea, esté bien o mal, o caiga o sea levantado del suelo. Todo gira hasta resolverse en el mismo tono apático del narrador, con una escena de una violación y posterior redención (redención sobre otro hecho, no de aquella violación) que resulta harto Deus ex machina como solución del relato.
La Karen, es la historia de un joven que ha terminado con su polola. Acá vemos con extrañeza que entre los pensamientos del narrador y protagonista no está ninguno relacionado con aquella mujer con la que rompió (y que motiva hasta el punto de titular el relato: Karen), sino que por el contrario, incluso tiene sentimientos sexuales hacia otro amigo. Finalmente el relato termina con otro giro que ni siquiera la autora intenta explicar, y el cuento deja al lector con la impresión de que no se le ha contado justamente aquello que debió ser contado. Esta sensación es recurrente en todos estos relatos.
Así mismo pasa en el cuento siguiente Geert Lejmann/Los gringos, donde un alemán chileno vuelve al país por motivos que jamás nos son completamente aclarados (ni suficientemente esbozados) y eso a pesar de tratarse de un relato con un narrador omnisciente que entra en la conciencia de los distintos personajes, es decir, el resultado es que los personajes saben del otro cosas o detalles que, por alguna extraña motivo, sólo el lector no conoce y de nuevo, estamos justo frente al motor del cuento.
Fotografías del lanzamiento de novela. En ellas además de la autora, A. Zambra., A Costamagna, Rodrigo Pinto crítico de revista Sábado, y Patricia Espinosa crítica de LUN. Fuente: FB Ed. Montacerdos |
Larvas no va mucho más lejos. En el techo sobre el baño de una casa hay un animal muerto que bota larvas en el baño de la casa, al tiempo que el matrimonio habitante se desintegra. Paralelamente, y ya no en tercera sino en primera persona, presenciamos la extraña relación entre el hijo del matrimonio y otra joven, relación que se materializa en una violación a la orilla del cerro Santa Lucía, vuelco final que, nuevamente, descoloca al lector por parecer una solución, una forma de resolver el relato completamente ajeno al hilo secuencial de este.
Reinos, el cuento que le da título al conjunto, es lejos el relato mejor logrado de todos. No obstante la extraña y molesta insistencia de la autora en alternar el narrador de tercera a primera persona sin que nada, a ojos del lector, haga justificar tal elección, el cuento triunfa al por fin conseguir traspasar al lector una sensación de congruencia en su propia unidad, respetando los límites que se ha impuesto; existiendo estos límites el texto sí transmite una sensación de desacomodo, de extrañeza ante lo narrado, hasta casi una estupefacción en la relación lésbica y masoquista que existe entre las dos personajes universitarias de la historia. En este relato en particular aquello está muy bien logrado y, más aún, sea probablemente la única vez en que el sexo parece algo necesario y no introducido como una simple excusa morbosa propia de programa televisivo de media noche.
Comentario aparte merece el lenguaje puesto en boca de los personajes. Resulta ingenuo, casi infantil aquella necesidad de usar un lenguaje soez. Sí, son jóvenes quienes lo usan, y sí, seguramente los jóvenes hablan de tal o cual forma (cayendo en generalizaciones). Pero admitamos que el criollismo se agotó a principios del siglo XX, luego de ser profusamente resistido. Fuera de cualquier mojigatería, hacer que los personajes busquen ocasiones para que una y otra vez digan que “culean”, “culiaban” o que tienen ganas de “culiar” no tiene nada de rupturista ni mucho menos confronta al lector, y está mucho más cerca de un criollismo (urbano en este caso) que de algo moderno, es más dar pasos atrás en el lenguaje que forzarlo hacia delante.
En suma, se trata de una primera publicación que adolece de varios problemas estructurales: falta de congruencia en el texto, un uso del lenguaje que reiteradamente cae en lo infantil, personajes pobremente desarrollados y escenas prácticamente no descritas o apenas esbozadas que implican que rara vez se pueda acompañar la narración con una imagen mental provocada por el texto, todo lo que termina por defraudar al lector hasta el punto de quitarle todo el placer que la lectura de estos cuentos debió haberle dado. Salvo el último cuento, Reinos, que sin ser notoriamente bueno sí logra ponerse muy por sobre el resto del conjunto, el libro naufraga en este puñado de historias mal ejecutadas y escasamente interesantes.