El poema de las tierras pobres (Jorge González Bastías)


Reseña remitida por:
Jonnathan Opazo
 
El poema de las tierras pobres (1924)
Jorge González Bastías (1879 – 1950)
Ediciones Inubicalistas (2012)
ISBN: 978-956-9301-00-1
47 páginas

 

Jorge González Bastías fue un poeta oriundo de Nirivilo, séptima región. Nirivilo es un pueblo pequeño perdido entre el cada vez más escaso bosque nativo que reviste la piel de la cordillera de la costa, arrasada brutalmente impunemente— por el fértil negocio de las forestales. Dicen que fue Nirivilo también un punto importante entre una recién fundada Concepción y un Santiago retoño, allá en otros siglos donde otras cosas pasaban. Es, por lo tanto, signo de otro Chile, de un Chile todavía agreste, de un Chile de tierras labradas “de sol a sol”, del Chile lárico y bucólico que encontramos, por ejemplo, en la poesía de Jorge Teillier o Efraín Barquero.
Cinco poemas (“La miseria nueva”, “Recogimiento”, “Humilde tragedia”, “Los ecos perdidos”, “Cantos del solar”) intentan atrapar en la palabra el aire enrarecido que el poeta advierte en la tierra que, siguiendo a Bachelard, se inscribe también en el imaginario de quien la habita:
           
Sutil y extrañamente
Tengo el ánimo herido,
Como si los dolores de otros hombres
En mí se hubieran recogido.
La montaña que baja
A bañarse en el río
Muestra un cansancio tan humano,
Que pone en el espíritu
Un estremecimiento…
(La miseria nueva, p.19)

 

El poema de las tierras pobres es un canto que anuncia la transformación inminente del territorio, versos que acentúan y amplifican las transformaciones sociales y económicas de un país que van dejando en segundo plano aquéllas tierras de la vida impasible y cansina. Poema en donde el hablante poético toma el lamento del campesino que observa cómo su tiempo deviene otro tiempo: una forma de vida que, aunque todavía subsiste, es más una suerte de territorio exótico en donde sobreviven las tradiciones chilenas que refríen en los programas “culturales” del domingo por la tarde. El poeta se sumerge en el imaginario del campo y observa con el ánimo aciago y herido su transformación en espectro:

 

Miremos esa casa abandonada,
Esa casa sin vida…silenciosos
Mirémosla. En ella no hay ya nada,
Sino un errante rumor de sollozos.
Miremos sus paredes carcomidas,
Su corredor de postes vacilantes.
Por las puertas, abiertas como heridas,
Escapan largos silbos ululantes.
Quedó entre sus paredes prisionero
El gran dolor humano
 (“Los ecos perdidos”, p. 45)

              Compañero de generación con el tremendo Pezoa Véliz, Gonzáles Bastías va tejiendo una filigrana en la cual el viento y las aves parecen quedar atrapadas, extáticas, filmándolas con absoluta elegancia. En ese sentido, si hay algo que atrapa profundamente en los versos del bardo son aquellas imágenes que sin duda alguna se ha sentado a mirar por largas horas.

¿Quién ha visto las sierras en la noche
Plena de resonancias?
Amor, dolor, ensueño y luz de luna,
Voz del espacio y voz humana…
¿Quién ha visto en las sendas adormidas
Las figuras extrañas
Que en los girones de la niebla suben
A las cimas más altas?”
(“Recogimiento”, p.25)

            Poesía, sin duda, que entra en otras velocidades y que vuelve a nuestras manos en una edición hecha con bastante esmero por la gente de Ediciones Inubicalistas. Uno de los tantos testamentos de un tiempo pretérito que, no obstante, mantiene una secreto pacto con el ritmo actual de las cosas allí donde el asfalto y los cableados no alcanzan a llegar aún.
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