Animales Distantes (Nadia Prado)

Animales Distantes (2021)

Nadia Prado

Editorial Overol

ISBN 978-956-6137-05-4

Páginas 66 páginas

Por Greta Montero Barra 

 

Nadia Prado es autora de una decena de libros de poesía, una antología, y dos libros ensayísticos. Entre 1992 y 1998, en que escribió Simples placeres y Carnal, la distancia de seis años ha sido aparentemente el espacio más largo que ha tenido entre sus publicaciones. A partir del ´98 la distancia entre sus publicaciones de creación ha ido estrechándose para dar cabida a una obra prolífica. Prado nació a mediados de los sesenta, por lo que vivió una infancia y juventud marcada por el Golpe Militar y la vida en Dictadura, que se extendió desde 1973 hasta 1990, lo cual se refleja en su escritura, marcada por la violencia social y política. La suya es una voz que toma partido, reclama por los espacios de silencio, la tortura y los detenidos desaparecidos. Prado utiliza la memoria como motor del proyecto escritural de Animales Distantes, el encuentro precisamente distante con un pasado que es tanto social como político. Nos recuerda una época oscura del pasado de Chile, un pasado común sobre el que se cuestiona y relame, como viejas heridas que siguen marcando su presente.

Animales distantes se divide en tres partes: “Ejercicios de orientación”, “Afonía” y “Deletrear”. En este poemario el rol de la madre se encuentra entrelazado con los acontecimientos del Golpe de Estado, donde esta figura intenta sostener una normalidad, que parece querer mantener al hablante en el estado de infante. La figura de la madre no desea revelarle que un nuevo estadio de cosas se ha gestado irresolublemente y que la violencia es un hecho ineludible.

en aquel 73 peinó mi pelo/la noche anterior planchó mi delantal

esa mañana preparó nuestro desayuno

un bosque extenso rasmilló nuestras rodillas

esa extensión olvida sin deberes sus deudas/la narración predilecta:

un pájaro vuela

desde entonces

un disparo hace sonar el aire

así es el destino de este lugar

cierro los ojos imagino sueño

en el camino de la razón solo hay equívocos. (2021: 35)

 

La madre busca mantener y recobrar un pasado original, idílico y nostálgico mediante las labores cotidianas, que corresponden al mantenimiento de un orden ancestral. Es una guardiana de la inocencia, pero también de la palabra como tejido vivo, como sostén racional y emocional del hablante:

dedales de oro harapos de nuestra madre, ella escribe, tela de las palabras, nada aparece en domingo, el pedal de su máquina se cierne sobre la emboscada de la niñez, una polilla huye de la luz, en su cuerpo el olor del escalofrío crepita, la boca lastra un libro que leímos en la juventud. (34)

 

El tejido, la costura, las telas, se unen con el ejercicio de la lectura y la escritura, formando un todo protector, salvaguarda de los crímenes contra el cuerpo. La evocación de la madre es un recuerdo primordial que sostiene una identidad marcada por la violencia de lo que vendrá, que alivia en el recuerdo la pesadilla que se sobreviene, una pesadilla de muerte dentro de un entramado original de ternura e inocencia.

Las formas de lo doméstico, encarnadas en las acciones de la madre, se encuentran marcadas por los intersticios de la violencia que la figura materna no logra erradicar, pero sirven de puntal emocional para el hablante cuando la mirada desde el presente se fija en el pasado, donde los recuerdos se entrecruzan entre aquellos que han conocido el horror y los que han gozado del afecto y la inocencia.

La inocencia de la niña se hermana con la curiosidad por la palabra, con el juego que involucra la creatividad y la imaginación. En Prado, el acto de escribir es un punto de fuga para el hablante, el equivalente a un acto de liberación: “Alojarse en el fraseo ante la infancia, ir hacia la curiosidad, hacia el umbral de una palabra que escribe despojada de su mano” (30). La palabra es también purificadora del mal: “esa palabra lava mi cara, la palabra, el agua solo finge” (52). Así, los elementos positivos que evoca el hablante de Prado son la madre y la palabra. La madre es un referente con ciertos rasgos ambivalentes, que transforma el devenir del cotidiano en una fuerza que ordena, dice: “mi madre es un rocío de muerte cuando espolvorea alrededor de las calas” (35), pero es también un ungüento que alivia la memoria en su accionar cotidiano y que acerca a lo natural: a las plantas, al jardín, al refugio del bosque. Del mismo modo, la falta de la madre puede ser parte del mismo horror, del cual solo la palabra, como liberadora y purificadora de ese horror, se manifiesta como fuerza motora del bien que no logra ser vencida: “pero antes de caer el libro nos libera, la niña refugia su mano en las faldas de la madre muerta” (26). La palabra, el acto de decir, es el punto de fuga que libera y que limpia el cuerpo del horror: “cuando de golpe la boca presiente la anomalía del instinto mano y cabeza seleccionan y expulsan la voz” (47).

El uso del fragmento representa en Animales distantes la violencia y el mal. Este aborda dos materialidades, la del cuerpo humano y la del animal, aquí es donde se traduce tanto el título del libro como el proyecto poético que lo compone. Los versos de Prado introducen constantemente alusiones a distintos animales, nombra sus partes y cuando lo hace introduce también el nombre de partes del cuerpo, pero nunca evoca a un cuerpo completo, siempre alude al cuerpo mutilado, que acerca a la tierra, a las larvas, a los vestigios que deja la muerte en los cuerpos de los detenidos desaparecidos; un diente, un cráneo. No se sabe si cuando nombra un diente se refiere al diente de un castor o al diente de un humano desaparecido que no tiene nombre. Así, en la muerte, el cuerpo del animal y el fragmento del humano se confunden, elaborando subjetivamente un testimonio del horror y la violencia. El buey es piel, el castor es diente, la liebre es huesos y nos recuerda que todos estos animales y fragmentos de persona cayeron por igual en una trampa. Los animales son las víctimas y los carniceros, sus torturadores. Este juego de interrelaciones entre la palabra, el animal, el fragmento humano y el vestigio de muerte no es cerrado, sino que se ambigua y crea nuevas relaciones para recontar, por ejemplo, el acto de tortura:

Vigilados por los carniceros estábamos perdidos en un interior ciego, caminos sin salida, ser mitad algo mitad nada, mitad muerto mitad vida, en la ceguera del sudor qué otra cosa sino ese llamado somos, avidez de vacío, la letra imprime su sueño, desde entonces las tapas de los libros son animales ardiendo con sus fauces en nuestro rostro. (40)

La vida se ve cercenada por una memoria del horror, de la que el hablante no puede escapar, es un peso que se carga como una penitencia que marca la pérdida de la inocencia, de la que son representativos el animal y la niña, víctimas del mal. Al final del libro leemos: “yo también quisiera ser un animal que pasta sin recordar” (55). La memoria es un peso para el sujeto, una penitencia ineludible.

La poética de Prado traza discurso desde una memoria del pasado original, imperfecto, pero determinante para el presente del hablante, que busca ser desentrañado y pervertido. En Animales distantes la escritura o la palabra es una fuente liberadora, un punto de fuga y posee una capacidad regeneradora del mundo. Por otro lado, la memoria de la infancia, del tiempo primigenio, es una ventaja que dota de sustento al sujeto actual, y que le otorga un rostro identitario. La figura de la madre es un referente ambivalente, complejo, con la capacidad de otorgar estructura e imponer las formas de habitar el mundo social.

En síntesis, Animales distantes comprende una denuncia contra las diversas formas de violencia, la resistencia a la imposición de roles y la normatividad social, así como es expresión de desagrado frente al poder de lo masculino hegemónico. Es una retórica fresca que representa la poesía de mujeres que se está escribiendo y publicando de los últimos años.

Greta Montero Barra (Coronel, 1986) es profesora y doctora en Literatura por la Universidad de Chile. Ha publicado los libros de poesía Dummies (2013) y Balada del Señor Cuervo (2016) y Un día quemaré sus castillos (2022). La edición española de este último se llama La poesía acabó con nosotras. En 2023 publicó el libro de cuentos Yo no soy esa.

 

 

 

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