Lo que no bailamos (Maivo Suárez)

Lo que no bailamos (2022)

Maivo Suárez

Provincianos

ISBN: 978-956-6127-23-9

130 pp

 

Todo tranquilo, nada de qué preocuparse

 

Imagina a una mujer jubilada que observa y odia el mundo desde el balcón de su departamento, por fin libre del trabajo forzado de la crianza, viendo por fin cumplida su condena, pero ¿y ahora qué? Esa es Sara, la protagonista del primer libro que leí de Maivo Suárez editado por Kindberg en 2019, donde, desde las primeras páginas la soltura con que la autora despliega sus historias atrapa de inmediato. Ese es el sello de Maivo, rapidez, la claridad con que “escribe en la cabeza del lector” al modo de decir de Samanta Schweblin. Sus historias transcurren en el dominio de lo común, lo íntimo salvado por secretos, deslices y traiciones que sus personajes usan como flotadores para mantenerse en los márgenes de la estructura familiar y el status quo, en definitiva, cualquier cosa que les permita sobrellevar la vida real.

Maivo equilibra la tragedia con humor negro, porque hay mucha tragedia en las vidas comunes que a la autora le interesa representar, deudores afligidos, personajes inconformes y atrapados en sus circunstancias, sueños interrumpidos por descuidos que se deben cargar como una cadena perpetua. La mirada doble de la ironía aliviana la insufrible realidad de dichas situaciones, llevándonos a un lugar donde podemos detenernos. Algo así como “mejor reír para no llorar”. Reírnos de nosotros mismos o de otros, en la vorágine todo vale y cada quien sobrevive como puede.

Una manera de hablar de los cuentos de Lo que no bailamos (Provincianos, 2022), es hablar de una forma de ser como país en el sentido más amplio. La imagen de un territorio herido donde los personajes son buitres que roen huesos de animales a medio morir. Una idiosincrasia formada por los reality shows, las noticias de las nueve y Kike Morandé, quizá la síntesis de los valores del consumismo y la vida rápida de los países neoliberales. Vidas dobles, mentiras, anhelo, resignación, apariencia, arribismo. Cuando los personajes de Maivo son brutales nadie se atreve a lanzar la primera piedra.

Maivo en Lo que no bailamos con su ojo experto para hallar la grieta, la deformación profesional que le ha dado el oficio, trata temas sociales que son incómodos de hablar, porque hacerlo en serio, supondría mirar directo a algo que a pocos les toca e interesa mirar, las pretensiones de progresismo quedarían en evidencia, la hipocresía se haría notar como algo feo que requiere algo más que un esfuerzo y buenas intenciones, habría que ensuciarse las manos, bajar los discursos a la acción, y nadie en la comodidad de su vida privada quiere hacer eso por otro. ¿Por qué lo harían? Ese hermetismo, la individualización del conflicto social y la realidad de una vida horrenda se viven de manera privada: la ropa sucia se lava en casa. Estos conflictos son los que aparecen en forma de susurros o secretos, cosas que se dan por entendidas en las tramas personales que plantea Suárez. Vidas de interior, onces y desayunos, inviernos a ventana cerrada con olor a pescado contando monedas para el día siguiente.

Sin embargo, sus personajes están en un constante cuestionamiento moral que no los deja solo en el lugar cómodo de la víctima. En “Manual de señoritas”, por ejemplo, Maivo aborda temas como el arribismo y clasismo desde la perspectiva de una adolescente que visita a su tía en Providencia. “Tía te dice que le gustan las casas que la gente rica tiene en la playa con esas vistas paradisíacas”. “Tía te dice que tú también serás gente, porque estudiarás una carrera. Te recuerda que ella te pagará la universidad. Tía está con los ojos entornados al cielo disfrutando ese sol de Providencia que es tan distinto al sol de Puente Alto”.

Tía es un personaje que rehúye de los nombres que delatan pobreza, idea que leí hace poco en un texto escrito por Jonnathan Opazo Hernández, poeta talquino. Tía adora a los europeos. Tía odia los estropajos, los pañitos a crochet, las plantas arriba de los muebles.

Personalmente, Tía me pareció un personaje detestable, pero real, eso es lo que más divierte en los textos de Maivo, lo verosímil de estas personas horribles a ratos, tiernos después, los conocemos, hemos vivido años junto a ellos, hemos sido ellos. “Tía te dice que en la próxima visita te llevará a  hacerte los pies. Y vuelve de nuevo a la carga, deberías fijarte en un chiquillo de estos barrios, y tú te sonríes, y no le dices que los cuicos te dan un poco de miedo. Dayana, no seas tonta, lo peor es no mirar hacia arriba, uno siempre tiene que mirar hacia arriba, avanzar, evolucionar”. “Mira qué lindas se ven estas niñitas, mira qué gusto, qué fineza para vestir. Aprende que con tu pinta no llegas a ninguna parte. Tía siempre queriendo llegar a algún lado”.

“Operación Alum” es otro cuento que destaca por su construcción pausada y envolvente. Se trata de una reunión social, un living con tablas de queso y aceitunas, vino, y espumante. El contraste que produce este texto es parte del efecto final que sacamos como conclusión. Se trata de una asistente social que forzada por la necesidad de entretenimiento que exigen sus anfitriones relata una experiencia con un niño del Sename. Casi con el espíritu de un experimento científico la autora en el planteamiento de sus ideas deja en evidencia el impacto que tiene en un adolescente el simple hecho de cambiar castigo por cariño y cuidado verdadero.

“Yo tomé mi copa de Late Harvest y cuando la apoyé vacía sobre el posavasos, vi la cara moquillenta de la hermanita, la piel grisácea de Fabián, recordé el olor de moho de su ropa, vi a su madre hurgando en unas bolsas de basura y luego arrastrando un carro con cartones. Recordé la miserable pieza donde vivían y supe muy dentro de mí que ninguno de los Alum lo había logrado. Pero estábamos todos tan ebrios y felices, tan lejos de San Bernardo, que me serví más vino, levanté la copa y dije casi a los gritos: ¡Hagamos un brindis por todos los Fabián Alum de este país! Y Estela dijo que era mejor con champaña y todos dijeron que sí, y alguien aplaudió y unas mujeres se levantaron tambaleantes y fueron por copas limpias.

Si tan solo importara. Para Maivo Suárez, la verdad social es una mentira colectiva como lo es también la literatura. En sus cuentos se deja ver la hipocresía de una sociedad que elige el asistencialismo por encima del cambio estructural, acá la crítica recae también en las instituciones, el Estado y la Iglesia funcionando bajo la misma lógica de la limosna, las migajas.

En “Un pedazo de cerro”, las escenas de interior son detalladas, la vida en la mayoría de los cuentos transcurre en los fugaces momentos de vida familiar, antes de apagar la tele y dormir, un encuentro saliendo del baño, tocándose un moretón frente al espejo de un motel.

“Y en eso están ahora, sentados en el estrecho desayunador del departamento, un sábado por la mañana, con un montón de papeles entre las dos tazas de café y las tostadas con mantequilla”.

“Mauricio no podía imaginar una vida sin deudas. ¿De qué mierda hablaríamos?, se preguntaba esas noches en las que ambos se sentaban frente a un montón de papeles a jugar con el pago mínimo de las tarjetas o los avances en efectivo de la cuenta corriente, los cambia de posición hasta hacerlos desaparecer. Mauricio se preguntaba en qué momento sus vidas habían comenzado a girar en esta lógica de trabajar todo un mes y recibir el sueldo sólo para entregárselo a otros en pequeñas porciones, como si repartieras tu torta de cumpleaños a unos invitados invisibles, sin siquiera alcanzar a probarla”.

Lo relevante de la reedición de estos cuentos publicados por primera vez en 2016 es lo poco que varía la fotografía de un país tomada con seis años de distancia. Entremedio un estallido, un proceso colectivo de catarsis como la falsa imagen de una transición democrática. En Lo que no bailamos, Maivo hace una lectura que une el presente con la dictadura de forma tan visible que en retrospectiva pareciera una adivina que ha leído las huellas de la historia de un país. Lo que no bailamos condesa esa interrupción, frustraciones, la espera de algo más, contada con humor, humo negro y el ruido de un país que ha falseado el progreso.

“Le contaría además que sigo viviendo en una ciudad contaminada, que el hombre del tiempo fue reemplazado por una mujer con pinta de modelo, que ya no voy a marchas ni a protestas y que el Mapocho, en algunos inviernos todavía amenaza con tragarse Santiago, pero que ahora es un rio viejo que casi no lleva agua. También le diría que desde los noventa tenemos democracia, pero que nunca, nunca, la gente llegó a bailar en las veredas”.

Cristofer Vargas Cayul

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