En blanco y negro (Elisa Serrana)

En blanco y negro (1968)

Elisa Serrana (1930-2012)

Uah/Ediciones

ISBN: 978-956-357-313-8

321 páginas

 

Elisa Serrana —cuyo nombre era Elisa Pérez Walker y que para escribir adoptó el apellido de su marido modificando la vocal final para que gramaticalmente refiriera al femenino— fue una escritora que, tal como podemos leer en el excelente prólogo de Andrea Kottow que acompaña a esta edición, habitualmente podemos encontrar referida como parte de la generación del 50, la misma que en el canon tradicional es dominada por autores —en masculino— como Donoso, Lihn, Jorge Edwards, Guillermo Blanco, etc. Así que, aunque ya ha sido dicho antes al enfrentarnos a otros títulos de la colección Biblioteca recobrada de la Editorial de la Universidad Alberto Hurtado, queremos repetir que este rescate editorial, este esfuerzo mayor, es una inmejorable oportunidad para discutir dicho canon y revalorizar un conjunto de obras escritas por mujeres que vuelven a tener circulación gracias a esta colección.

En blanco y negro es una novela que, tal como destaca Kottow en su prólogo, se construye como un clásico relato que comienza con el nacimiento de la protagonista. Es también bastante tradicional como reconstitución del ideario de casa de campo chilena. Contado por la muchacha ciega que es su protagonista, En blanco y negro es una novela sobre un grupo de seres marginados de la sociedad, recluidos o excluidos a una casa de campo que es sostenida por la figura totémica de la abuela. En ella, además, viven otras dos mujeres adultas: la madre de la ciega y su tía, además de la misma ciega-narradora, y de su tío, que va y viene, tanto como el primo de la narradora.

Esta casa de campo es, decíamos, un lugar de exclusión. Este grupo de mujeres vive ahí porque son mujeres que han, en cierto modo, abandonado el mundo al haberse rodeado de tragedias y vergüenzas. Ya no son útiles socialmente. El nacimiento de la protagonista ciega es otro factor más que profundiza esa mácula, tal como ella misma lo plantea: “Para todos, excepto para mí, la ceguera era trágica, humillante y a nadie le gusta reconocer una verdad fea” (página 34).

Porque el nacimiento de la ciega no solo está envuelto en el infortunio de la propia ceguera, sino que además en la de un matrimonio fallido, con todo el reproche social que pudo tener en una época en que el matrimonio parecía ser el destino último de cualquier mujer. En ese sentido, esta novela plantea muy bien esa dicotomía, puesto que por un lado la madre y la tía de la ciega han fracasado, de distintas maneras, al rehuir ese supuesto destino común del género, mientras la narradora ni siquiera es capaz de aspirar a él:

“—A mí —dije yo, que apenas lograba seguir tan deshilado tejido—, me gustan los hombres.

—En ti no importa —respondió despectivo, como diciendo “tú no eres una mujer”, porque para mi pobre y confundido primo las mujeres eran despreciables, humanas, débiles, sin ambiciones ni ideales, sin alas, pedestres, sin otra aspiración que ese difícil y despreciable sentimiento que él denominaba, despectivamente, amor—. Las mujeres no necesitan fundamento, disciplina ni meta; ellas pueden, como todas las de esa casa, pernoctar…” (página 131)

Esta casa de campo es un lugar estacionado a la vera del tiempo, donde nadie posee ya ambiciones de futuro, es un lugar inmovilizado. El único que en esas circunstancias va y viene para discutir con dicha inmovilidad es el primo, José Luis, que tiene una visión mucho más existencial de la vida y que, desde ahí, tiende a discutir el lugar en el mundo que no solo le ha sido asignado a él, sino que también aquel mundo de abandono en el que sido dejada la ciega protagonista. Él va forzando un crecimiento interior de la joven a medida que crece, el que parte con su educación material y termina en una suerte de educación espiritual.

La tragedia ha sido la que ha llevado a estas mujeres a este lugar estanco: una tragedia de época, de género habría que decir, una tragedia que solo sufren las mujeres y no los hombres: el fracaso matrimonial. Una tragedia que a este grupo de mujeres las ha inhabilitado para seguir su vida social: “las mujeres, en general, eran unas mártires y que las mujeres idiotas como mi madre merecían serlo, pero otras no; que era una suerte vivir ahora lejos de tanta complicación” (pág. 111).

La ceguera de la protagonista es utilitaria al relato en el sentido que la hace escapar —aunque sea en parte— al destino de su género. En blanco y negro, se convierte así en un bildungsroman  un poco al desuso, puesto que consigue mostrar el destino de tantas mujeres no tanto al describirlo sino que por contraste, por todo ello que la ciega no puede ser ni jamás será, puesto que no es acogida socialmente, no cabe en el canon de mujer, a pesar de que sí llegue a ser usada o vista en algún momento por los hombres como una joven deseable, pero nunca más que eso: un objeto en el que satisfacer algún deseo.

Hacia el final, la novela da un largo giro hacia un tono mucho más existencialista, que recuerda bastante a aquella parte de la trama que Tolstói reserva a su personaje Levin en Anna Karenina; un giro que posee un trasfondo espiritual, que no consigue llegar a nuestra época sin sufrir algún daño por la altísima carga moral en que se sustenta. Sin embargo, para esa altura de la novela, la autora ya habrá puesto en tensión y desmontado la lógica de la situación de la mujer en la vida social, de cómo los hombres, en situación análoga, consiguen librarse, seguir viviendo sin mayores contratiempos, sin volverse unos marginados ni haber hecho casi sacrificios. Es así donde esta novela brilla: cuando por contraste, como si se tratara de exhibir la dualidad blanco-negro, muestra lo que ocurre, se espera y afecta a los roles asignados a los géneros. ¿Era tan evidente, en el año de su publicación, el profundo feminismo de una novela como En blanco y negro? Habría que revisar la recepción crítica y académica que pudo haber tenido. Sin embargo, y a propósito de ello, resulta una obra fundamental para leer la posición y dificultades que en nuestra sociedad han detentado históricamente las mujeres, y es una subversión interesantísima a la idea de Casa de campo como centro de salvaguarda de ciertas tradiciones, a esta Casa de campo como lugar de exclusión social, lugar de abandono y estanco del tiempo.

G. Soto A.

Cofundador y administrador de Loqueleímos.com. Autor de "Liquidar al adversario" (2019, Libros de Mentira).

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