Galería clausurada (1964)
Marina Latorre (1925)
Ed. Universidad Alberto Hurtado (2021)
ISBN: 978-956-357-283-4
118 páginas
Marina Latorre es una escritora de origen puntanerense, activa gestora cultural, cofundadora de una editorial y revista llamada Portal que tuvo a participantes tan importantes como Borges, Neruda, Nicolás Guillén, entre otros. El Golpe Militar y la dictadura barrieron con buena parte del trabajo realizado en la galería de arte que junto a su marido mantuvieron. Pero no fue la dictadura la que ha hecho que no se lean sus obras fuera de algunos círculos más bien especializados, o que no se la nombre cada vez que revisamos algunos hitos de nuestra historia literaria (de los que sin duda forma parte), ni siquiera cuando queremos poner en valor los distintos momentos de producción cultural. Es, por el contrario, el exiguo espacio que dejamos a las mujeres dentro de los campos de la vida diaria el que ha permitido esta violencia que se ha ejercido contra todo un género y que ha invisibilizado obras que se despliegan durante una vida . La Universidad Alberto Hurtado, bajo el alero de su colección “Biblioteca recobrada” se encuentra poniendo en circulación la obra de una serie de autoras chilenas no solo una oportunidad para poner en valor cada una de estas obras, sino que principalmente para discutir el panorama general del canon nacional.
Galería clausurada de Marina Latorre se trata de un volumen de siete cuentos a los que, en esta reedición, son acompañados además con otros tres textos escritos por la autora en la década del 70. Son varios los temas que tocan estos relatos, entre los principales está el de la relación arte comercio, las camarillas de artistas y sus relaciones de conveniencia y poder en el campo cultural, el dinero en el arte, y, por supuesto, la posición de la mujer en la sociedad, que si bien no aparece como un tema en primera línea, sí subyace a la forma en que sus personajes femeninos se enfrentan al mundo y a la posición que detentan en él, por lo que siempre está presente.
Hay dos relatos que se centran en el mundillo del arte. Estos son el que da nombre al conjunto y “Cóctel de inauguración”. En el relato “Galería clausurada” presenciamos una conversación a varias voces que transcurre frente a una curadora o propietaria de una galería de arte que, desencantada de la banalidad de los artistas que pululan en su galería, se decide a cerrarla. En este relato, construido principalmente a través de una multiplicidad de diálogos, está muy bien retratada la camarilla masculina de pintores, con su vanidad, que forcejean a la galerista para que los posicione a ellos en desmedro de otro tipo de pintores: los abstractos, los antiguos fabricantes de naturalezas muertas, los que están porque las galerías vendan bien sus obras, sean cuales sean. En un tono similar está “Cóctel de inauguración”, donde nuevamente vemos el flujo de camarillas, el intento por influir en la galerista, la vanidad de los artistas, el elitismo cultural que desea separarse de las clases bajas “¿Y los burdos, los ordinarios pisoteándolo? ¡Ah no!” (página 63)
“Con el tiempo, este mundo que me atraía me ha ido fastidiando. Verdaderamente no lo sabría explicar. Quizá, creí que los artistas eran tan hermosos como a veces son sus obras” (página 26)
Luego hay otro trío de relatos que nuevamente hablan de cierto sectarismo en las élites, pero ya no tan centrados en las artísticas sino más bien económicas. En “La Familia Soto Zañartu” hay un bello ejercicio que va entre las relaciones de clase, la posición de la mujer en esos contextos, así como el retrato de cierta clase acomodada. Es uno de los mejores relatos del conjunto, porque consigue en apenas un par de páginas efectuar un movimiento múltiple: relatar el descenso de una familia, al tiempo que revelar el esnobismo de una clase social en razón de sus apellidos, la forma en que realizan consumos culturales para adornar su propia posición social y, finalmente, cuál es la posición que tienen las mujeres en esas subidas y bajadas económicas a la que están sujetas algunas familias en ascenso social.
“Los Soto Zañartu estaban desesperados. Su situación era aflictiva. Llamados por teléfono. Se habló, se solicitó. Hoy mi amiga María Piedad, como todas mis amigas, está trabajando. Están en las Naciones Unidas, en las gerencias de grandes empresas, como secretarias en importantes firmas.
Ganan bastante. Se visten estupendamente bien.
Tienen a sus hijos en los mejores colegios. Tienen auto” (página 38)
Algo similar, aunque a menor escala, ocurre en “Tercer piso de la clínica Santa Ana”, en el que asistimos a una intervención quirúrgica de la protagonista, en una clínica privada, con enfermeras privadas, al que no puede acceder la gran parte de la población chilena. Lo particular del caso es el contraste de la narradora entre su situación actual, acomodada, y su visión de lo que era Punta Arenas, su lugar de origen, mucho más desprejuiciado, según aparece.
En el también excelente “Una colección privada” una muchacha puntanerense se dedica a juntar obituarios —de los obituarios enormes que se publican allá, según dice, porque es de buen tono—, mientras se pone en pugna la relación matriarcal con la abuela, que parece ser la cabeza de su clan familiar y, al mismo tiempo, una figura detestable, a la que se debe reverenciar con sus visitas. Es, como ningún otro, un relato que discute con las distintas posiciones que pueden o podían asumir las mujeres dentro de las familias.
Finalmente, el conjunto cierra con un relato llamado “Crónica de México”, tal vez un tipo de narración que no ha envejecido muy bien, no por su prosa siempre ajustada y precisa, sino que por la mirada del destino turístico, que a pesar de su masividad, sigue exhibiéndose exótico a los ojos del extranjero.
Entre los textos añadidos al final del volumen, destaca “Soy una mujer”, publicado bajo el gobierno de Salvador Allende (1972) en que la autora más que narrar reportea la situación de las mujeres en el contexto histórico, y su posición en los movimientos de cambio, el lugar secundario en la ahí llamada revolución, y la frase lapidaria de sus compañeros hombres, en el sentido de que entendían que las mujeres sí tenían un lugar en la revolución, pero que preferían que sus propias esposas no participaran, “porque eso alteraría la paz de sus hogares” (pág. 109).
El arte y la banalidad que lo rodea, ser mujer y los escasos espacios que un sistema que las excluye les permite, son los dos grandes temas en que descansa Galería clausurada. Y si bien ciertos giros en su registro permiten situarlo en la época en que fue escrito, no puede decirse lo mismo de sus temas. No creo que su vigencia sea motivo de alegría. Nadie podría alegrarse de que su alegato contra el machismo siga siendo tan válido antes como ahora. Es un lujo, además, en el contexto del rescate producido por una colección del nivel de la Biblioteca recobrada.