Aguafuerte (Simón Soto)

Aguafuerte (2023)

Simón Soto

Editorial Planeta

ISBN: 978-956-408-394-0

360 páginas

Por Alex Saldías.  

No sé cuántas novelas se han publicado en Chile sobre la guerra del Pacífico. A vuelo de pájaro, solo se me ocurre Adiós al séptimo de línea (Inostrosa, 1955) una obra fosilizada que prácticamente ya no lee nadie por lo arcaico de su construcción y lo patriotero de su discurso. Además de esta “novela”, en las letras nacionales existía (hasta ahora) un silencio brutal en cuanto a la representación de ese conflicto bélico en la literatura. Este silencio puede comprenderse tomando en cuenta que la guerra del Pacífico siempre ha sido, por lo menos para mi generación, un hito fundacional del nacionalismo chileno que se recuerda todos los años a través de desfiles militares, discursos presidenciales y revisiones históricas de las batallas navales más importantes, teniendo a la campaña de Arturo Pratt a bordo de la Esmeralda como el combate más popular de todos, aunque no haya sido el más exitoso, pero sí el más “heroico”. De esta manera se entiende que detrás de todo el ruido que hace esa arenga final de Pratt que la mayoría de los chilenos recordamos por la insistencia de la educación básica (al abordaje muchachos, la contienda es desigual…) quede escondido todo lo demás: la sangre, la muerte, los corvos, las balas, las mutilaciones, el pillaje y la locura que vivieron hombres y mujeres del desierto durante 1879 y 1884.

Simón Soto, al igual que en su anterior trabajo de narrativa histórica, la muy bullada novela Matadero Franklin publicada en 2018, vuelve a sorprender con una obra gigantesca tanto en su extensión como en su estructura y planteamiento filosófico. Ya desde el comienzo, con un muy misterioso preludio, asistimos a una especie de declaración de paganismo cristiano que pregona la existencia de un líquido capaz de dar la vida eterna a quien lo encuentre:

Mi promesa: vida sin fin. Cómo: con el agua subterránea que buscaremos hasta el fin de los días terrenos. De ofrenda a Dios: la guerra. Otra vez la tierra beberá la sangre de los hombres. La beberá hasta el hartazgo. Y Dios hablará otra vez. Ahora, a través de su segundo hijo. Y le dirá: He aquí agua para vivir como yo y los míos” (p.13)

De aquí en adelante la novela se conformará de dos grandes partes. En la primera de ellas, titulada “La guerra”, se narra el combate de Pisagua visto desde la perspectiva de los personajes principales (Sanhueza, Graham, Espanto, Mañungo y Romero). Este combate, según la Armada chilena, fue el primer combate anfibio orgánico realizado en el mundo e increíblemente ningún escritor chileno había narrado dicho suceso hasta ahora.

La representación del desembarco de Pisagua es el primero de los grandes méritos de esta novela por su descarnada puesta en escena del combate al más puro estilo del southern gothic norteamericano, una estética relacionada con los trabajos del recientemente fallecido Cormac Macarthy, de quien la novela toma su epígrafe: La guerra es Dios.

Las balas impactaban contra los soldados que intentaban salir de los botes. Un joven soldado saltó al mar. Un proyectil entró en el pecho, otro le reventó el ojo izquierdo. El cuerpo cayó sin vida. Más disparos arreciaron sobre los botes. Otros cuerpos eran abatidos apenas se lanzaban al agua. Rostros, piernas, brazos mutilados. Explosión de dedos, orejas, piel, pelos. Luis Sanhueza permanecía arriba del bote, escudado por los muertos” (p.48)

A la narración de la batalla, de pronto se le agregan raccontos que hacen referencia a la infancia y la adolescencia de uno de sus personajes principales, el Mañungo, hijo de inquilinos hacendados en el sur de Chile por unos capataces sanguinarios que lo maltrataban a él y a su familia, pero de quienes logra liberarse con la ayuda de sus hermanos y su padrastro en una épica batalla que me recordó mucho a las novelas del realismo chileno de mediados del siglo pasado; como algo que bien pudo haber escrito Manuel Rojas, Nicomedes Guzmán, Carlos Droguett, tal vez lumbreras en la estética del autor.

Si bien hay veces en que estos raccontos interrumpen de manera demasiado abrupta la narración de la batalla, la cual uno imaginaría que es la línea central de la novela, cada relato enmarcado tiene su recompensa al final, es decir, sirven para construir la personalidad de los personajes principales a través de las historias de su familia y formación, como en el caso del gringo Graham, Mañungo y Sanhueza.

En la segunda parte, titulada “Los perseguidos” la historia es llevada por Luis Sanhueza, uno de los soldados participantes en la misión secreta para encontrar el Agua Fuerte, quien, junto con otros, fue llevado a través del desierto con la excusa de tomar venganza por la muerte de unos cuantos compatriotas, cuando el motivo verdadero por el que Mañungo, el capitán Ormazábal, el gringo Graham seguían los pasos del misterioso trashumante llamado Espanto, era el encuentro con ese misterioso brebaje que da nombre a la novela, el Agua Fuerte: líquido puro y vivo, fuerza de la naturaleza, saliva de Dios (p. 358)

Siguiendo la costumbre de emparentar autores con autores y novelas con novelas, creo que Aguafuerte se sitúa muy bien en la vertiente del gótico sureño anteriormente descrito, aunque con gran influencia de autores nacionales, sobre todo en la excelente prosa del autor, que a veces se engolosina con pasajes demasiado poéticos para personajes/narradores prácticamente analfabetos pero que la mayoría del tiempo se deja llevar muy plácidamente por la lectura. Rescato sobre todo la descripción de las comidas al más puro estilo de Pablo de Rokha en su Epopeya de las comidas y bebidas de Chile. Insisto un poco con Manuel Rojas y añado también algo de Neruda, sobre todo en su construcción a nivel oracional que parece no molestar nunca, con todos los engranajes sintácticos bien engrasados, salvo en ese confuso e insistente “dicen” de la segunda parte que nunca logré comprender bien, pero que de seguro tenía su buena justificación.

En resumen, creo que esta es una novela con N mayúscula, diferente a muchas de las actuales creaciones de otros autores nacionales de su misma generación. Al parecer Simón busca aportar una estética propia que recoja los espacios más interesantes de nuestra historiografía nacional para crear ficciones profundas, dolorosas y violentas sin ningún asomo de exaltación, ni al oprimido ni al opresor, todos con sus blancos y sus negros; personas reales, castigados y castigadores al mismo tiempo; sin idealizaciones de ningún tipo, muy contrario al espíritu moralizante y gregario de los discursos políticos literarios actuales. Lo menciono porque en esta novela hay violencia a nivel Tarantino, como también algo de xenofobia, racismo, machismo, sífilis y prostitutas por montones. No se vayan a sorprender, está ambientada en 1879.

Aunque quedarse en esto sería quedarse con poco. Lo verdaderamente profundo de esta novela está en las constantes reflexiones sobre lo desconocido que mezclan pasajes de la biblia con la vida en el desierto, a la vez que se da vueltas en torno a las ideas de inmortalidad y muerte. Todo esto sin contar las increíbles descripciones de los paisajes desérticos nocturnos junto con las narraciones de sueños eróticos, premonitorios y terroríficos que tienen los personajes antes o después de alguna batalla intensa, las cuales toman en cuenta el cansancio de los personajes hasta llegar a su punto cúlmine durante el final.

Sin duda esta novela dará mucho que hablar a sus lectores, ya que nos encontramos frente una obra que consolida a su autor como uno de los grandes representantes de las letras nacionales del siglo veintiuno.

Álex Saldías

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