¿Oyes dormir a los helechos? (Juan Pablo Rodríguez)

¿Oyes dormir a los helechos?

Juan Pablo Rodríguez

Editorial Deriva

70 páginas

ISBN: 9789560950543

 

Una gramática helecha: sobre ¿Oyes dormir a los helechos?, de Juan Pablo Rodríguez.

Por Roberto Ibáñez Ricouz

 

Parece ya lugar común decir que la poesía que nos interesa es la poesía que se bate a duelo con el propio lenguaje. Que la poesía que nos interesa es aquella que amplía el horizonte de posibilidades de la lengua. La pregunta que valdría la pena hacer, y cito un verso del libro que me hace escribir hoy, es: ¿qué es eso? Quiero decir, cuál es la potencia de cierta poesía más allá de una pirotecnia expresiva que termina por extinguirse en los márgenes de la hoja. ¿Cómo el poema enfrenta la intemperie a la vez que tensa y suelta la lengua? Una excelente excusa para divagar alrededor de este tema es ¿Oyes dormir a los helechos? (Deriva, 2021), de Juan Pablo Rodríguez. Dice Mistral en la puerta de este libro: “ya descansan y se quedan/ latiendo de su misterio.” Versos del Poema de Chile, largo poema en octosílabo en que Mistral a través del lenguaje intenta construir un país de la ausencia. Más allá del alcance temático -la presencia coincidente de las plantas-, Juan Pablo Rodríguez desarrolla el mismo gesto de intento de comprensión del misterio, el que halla su imagen en el descanso de los helechos: ¿duermen los helechos? ¿Cómo?

 

“Una lengua hecha de helechos/ y haches mudas en la noche/ regurgita”. Tensión entre esa hache muda pero que no hace más que crear baches de sonido luego de la letra c. Aquí encuentro un vislumbre del encuentro entre el lenguaje y su realización: la teoría fallida de una letra muda que modifica el sonido que escuchamos. Estos poemas agarran lugares comunes de la lengua para mostrar su irónico despliegue en la realidad: “lo personal es prolífico”, propone Rodríguez para la manida fórmula sobre lo personal y lo político. En el reemplazo de político por prolífico parece haber una clave de lectura para estos poemas. La cercanía del significante, un reemplazo incapaz de borrar su original, no anula la dimensión política de estos poemas, sino que amplía y complica, en el mejor de los sentidos, la siempre difícil relación entre el lenguaje y su contexto. Así, el verso “El agua es verde pero no verde agua” despega más allá de ser un eficaz juego de palabras -aunque ingenioso y poético a todas luces- y logra tender un puente con otros momentos del libro donde el comentario político se halla en la superficie, y digo esto sin ánimo de demonizar la superficie, pues es allí donde los poemas elaboran su sofisticada trama. La enumeración de distintas localidades donde existen crisis de agua no trae al frente las particularidades de cada lugar (el cultivo de paltas en Petorca; el conflicto armado en Sahel, zona norte de Burkina Faso, la extracción indiscriminada de Bauxita en Oriximina; y así en las más de cincuenta localidades nombradas). Lo que el poema produce es una conmoción casi fascinante al acumular los nombres, muchos de ellos ajenos y extraños, de las localidades. Fascinación por el significante que, sin embargo, configura un exoesqueleto cuya densidad permite que entren preocupaciones contemporáneas y urgentes al libro.

Pese a que se trata de un libro inquieto, disconforme, que se escurre y recurre a distintos materiales para su forja, hay insistencias que se registran a lo largo de sus poemas y que le otorgan tramas de sentido, iteraciones que como una corriente arrastran al lector. El oído, por ejemplo, como fundamento de la escritura: “Con el oído/ parlanchín/ atento/ urdir una lengua de sabotaje y defensa”. Cinco versos que podrían funcionar como un arte poética para situar la escucha como ejercicio activo y hasta insólito en tanto se puede escuchar lo imposible: los helechos, el suicidio de un árbol, escuchar la sordera, y volviendo a unos versos que ya he señalado, escuchar una letra muda. Otro recurso liminal está representado en el texto por el personaje de la elusiva Mary Camping, trabajadora de un camping rodeado por un río. Sin ánimo de asignar significados inamovibles y simbolismos falsos, me gusta pensar el camping como el espacio de unión ficticia entre el humano y la naturaleza. Allí, las vocalizaciones de Mary Camping claman por la posibilidad de comprensión: “desactivar el cerco eléctrico/ del lenguaje cifrado”, a la vez que esa misma petición es complejizada, es decir, se pone a prueba a través del intento de aprehender lenguajes extraños: “LA DJ templada          patagónica/ ecualiza la música del bosque”. El mismo poema termina con estos versos:

no es de extrañar, algunos se inscriben

en talleres de escritura creativa

aunque desprecian los poemas

-dicen no entenderlos-

lo de ellos es transparencia

superficies lisas

Es en este juego de comprensibilidad/incomprensibilidad que aparecen también reescrituras y apropiaciones también como recursos del libro. “Jugamos a cambiar la letra”, dice Rodríguez antes de reescribir a Los Prisioneros. En ese sentido, creo que este libro es sensato, si acaso ese adjetivo es posible de asignar, y se juega su escritura en sus limitaciones. Una reescritura de Enrique Lihn lo deja claro:

Mira

la espuma

en la línea

de la rompiente

cree avanzar cuando en realidad se repite

Hay unos versos de Lezama Lima que podrían resumir mi experiencia con este libro: “Ah, que tú escapes en el instante/ en el que ya habías alcanzado tu definición mejor”. Parecerá excusa barata, pero pensar esta reseña supuse dejar de lado un montón de aspecto de la escritura de este poeta. Como un contagio, cada tópico insertado en el libro habla y escucha con la totalidad del texto (“lo personal es prolífico”, ya cité) y eso hace de este un libro en el que hay que seguir pensando. Porque su “gramática helecha” parece combatir el hecho de que “el capitalismo nos trajo de vuelta/ a la literalidad de la metáfora”. Esto ya es un ejemplo magnífico: la astucia con que Rodríguez logra poner una palabra tan cargada como “capitalismo” en un poema y que no sea un panfleto -nada en contra de ellos, en todo caso-. Y, sin embargo, como un helecho, este es un libro silencioso que crece imperceptible al ritmo del riego. Cuando parecemos llegar a una conclusión, la misma escritura se encarga de escaparse, diluirse y esconderse en la espesura del lenguaje.

 

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