Joaquín Rebolledo Aladro: “No me gustan mucho las categorías, a decir verdad, siento que son utilizadas para mantener al margen a los marginados”

 

Por Alfonso Medrano

Joaquín Rebolledo Aladro nació en 1990 en Curicó, donde reside todavía. Ha ganado algunos concursos locales de poesía y se ha adjudicado los Fondos del Libro del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio tanto en creación como en perfeccionamiento y edición. Cursó el diplomado en escritura creativa de la UDP y ha participado de talleres con distintos escritores. Sus poemas han sido publicados en revistas de Chile y México. Su primer libro se titula adobe.

¿En qué momento nace la opción de escribir como algo más que un pasatiempo?

Creo que siempre pensé en escribir como una forma de atravesar esta vida, de ver pasar el tiempo, aún lo hago. Fue lo que me llevó a estudiar periodismo primero y luego redacción creativa. Pero ninguna de esas formas me entregaba la posibilidad de libertad y honestidad que encontré en la poesía.

A escribir poesía llegué de rebote, como una jugarreta. Hubo un caso en Curicó de unos concejales procesados por viajes con dineros públicos. Yo alguna vez había participado en un concurso local y en la premiación iban todos los políticos a sacarse fotos para aparecer como que apoyaban a la “cultura”. Entonces se me ocurrió escribir un poema que fuera en realidad un relato sobre ellos y su sinvergüenzura, que no fuera evidente para que no lo censuraran y poder al momento de leerlo contarles que se trataba sobre ellos mismos. Saqué el primer lugar en ese concurso, pero a la premiación no fue ninguno. No porque se adelantaran al golpe, sino por pura desidia, la poesía ya no daba votos, si es que alguna vez los dio.

Esa broma me llevó a conocer a poetas locales como Américo Reyes o Eddie Arenas, que celebraron mi ocurrencia y me preguntaron si tenía más cosas escritas. Las tenía, escritos intentando imitar a autores que admiraba, Bolaño, los poetas beat, etc. pero nunca consideré que valieran la pena. Todavía lo creo. Por eso me decidí a estudiar, aprovechando la pandemia tomé muchos cursos con poetas como Germán Carrasco, Juan Carreño o Martín Gambarotta. Eso junto a las conversaciones con poetas locales que hablaban con tanta pasión sobre este oficio, me impulsaron a escribir y leer más, acumular poemas sin pensar en un tema, siguiendo mi intuición, buscando las formas que me hicieran sentido, trabajando ejercicios para ver hasta donde podía estirarme. “En el gusto está el estilo” leí por ahí, y yo tengo un gusto muy variado. Fui a lecturas de poesía en Curicó donde probé distintos textos, mezclé mis versos con la música de algunos amigos, intenté varias cosas y me encontré cada vez más a gusto escribiendo, nunca del todo cómodo, pero si con mayor conciencia de lo que podía lograr, sin nunca perder la sorpresa de a donde me llevaba.

No sé si hubo un día en que me di cuenta en que la poesía podía ser algo más que un pasa tiempo (aunque todavía me encanta pasar mi tiempo leyéndola y escribiéndola), fue más como una broma que se salió de control, como toda buena broma, como dice esa canción de los Bee Gees, comencé una broma que hizo a todos llorar, pero nunca me di cuenta que la broma sobre mi.

¿Escribes más que lees o al revés? ¿Cómo administras la relación que existe entre esos dos polos de la literatura?

Leo mucho más que lo que escribo. Me parece muy rara esa idea de los escritores que no leen. Por no contaminarse o alguna otra razón que no comprendo. Al dictar talleres de poesía encontré muchos chicos con esa idea. “Así fue como salió, así fue como lo sentí, así va a quedar, así será honesto”. Como si solo el vomito fuera virtuoso, como si solo el primer pensamiento fuera el único que viene de nosotros.

Lo que si es verdad es que hay periodos donde no me sale una sola línea. No por eso lo dejo de intentar. Pero siempre tengo un libro junto a la cama, porque leer es un placer, escribir en cambio es una labor oscura, un oficio, un trabajo que necesito hacer, una forma de rescatar detalles que se me pierden, una forma de buscar sentido donde no lo hay, una forma de lidiar con eso.

¿Nos puedes hablar un poco sobre el proceso escritural de adobe? ¿Cómo fue mutando el libro desde que reuniste los primeros textos hasta el momento de seleccionar y dejar fuera otros para dar con lo que buscabas?

Creo que uno de los poemas fundacionales de “adobe” fue “poema a la señora en silla de ruedas que se tiró a la línea del metro mientras esperaba en el anden”, que está basado en una experiencia real que presencié justo antes de tomar el bus Santiago-Curicó, porque en su escritura desesperada, durante el viaje mismo en bus, encontré un poder exorcizador, una forma de pensar y sentir que a través del lenguaje va más allá de él. Creo que esa experiencia me llevó a ver las posibilidades del poema sin la red de seguridad que presenta el cinismo. La posibilidad de ser honesto conmigo. Y era una posibilidad terrorífica y vasta, maravillosa y misteriosa, como el océano de noche. Formas de recorrerme, de descubrirme en mis territorios inexplorados. Ver lo que por mucho tiempo había evitado de mi reflejo.

Comencé entonces una búsqueda de una voz propia, pero mientras más ahondaba en mi, menos “yo” iba encontrando. Mientras más estilos estudiaba y copiaba, más voces ajenas encontraba que me conformaban. Un “yo” que se diseminaba en formas distintas y que incluso se contradecían, como ya dijo Whitman o Pessoa con sus heterónimos. Pero este viaje por distintos estilos, que a Malevich lo llevó a la abstracción absoluta del suprematismo, a mi me llevó a una visión caleidoscópica de la poesía, una voz que fueran muchas voces, una ausencia de estilo, que solo me permití aceptar luego de leer el ensayo “La poesía no es un proyecto” de Dorothea Lasky. Entonces dejé de buscar un gran tema sobre el que escribir y dejé que la intuición fuera la que me permitiera reunir y trabajar textos, ver con cual de estas voces podía decir algo honesto.

Solo después de este trabajo me permití ver el conjunto de textos y darme cuenta que había algo que los unía a todos, y no tenía que ver con lo que los poemas trataban, sino con el patrón de la mirada, donde esta se posaba e iluminaba. El centro invisible de todos ellos. Fue ahí donde me reconocí, encontré mis intereses en el cine y la pintura, las historias familiares que escuchaba cuando chico, los recuerdos de mi abuela, las personas que me amaron, las decepciones con las que me enfrentaron, la ciudad desde donde escribo.

¿Cómo encontraste el título del libro adobe?

En un comienzo el título del libro era “archipiélago”. Hacía referencia a varias cosas, por un lado, estaba el verso de Michaux que dice “escribo para recorrerme”, que siempre me hizo sentido, el pensarme como geografía y un explorador al mismo tiempo, ¿pero que unidad geográfica podría ser? “Ningún hombre es una isla” decía John Donne, y aunque se refería a otra cosa, yo al recorrerme me descubrí no una isla, ni solo parte de un continente mayor, sino un archipiélago, cuya definición de no solo ser un conjunto de islas, sino también el agua que las conecta y separa me hizo sentido. Cada isla una nueva voz, y las aguas el silencio que también soy. Entonces la figura del archipiélago cobró un nuevo sentido para mi que me ayudó en la escritura del libro, pero que terminé por abandonar en pos del nombre final, “adobe”.

Al tener ya un cuerpo de poemas sobre el que trabajar el libro, descubrí que, aunque la metáfora del archipiélago me seguía haciendo sentido, no me resultaba cercana, me pregunté si alguna vez había estado realmente en un archipiélago, si era una palabra que encapsulara las ideas del libro. Y entonces llegué a la idea del adobe. El apilar de sus ladrillos como lo hacen los personajes de “La música del azar” de Auster sin saber que finalidad tendrán, pero seguir apilándolos de todas formas, en un trabajo absurdo en el que jugárselo todo. Además, la forma de hacer adobe me parecía una metáfora hermosa de como trabajar los poemas. Mezclando tierra, que me remitía al lugar desde donde escribo; agua, que representaba las emociones que exploro en los textos; la paja y el aire que contienen, que a su vez serían las ideas intelectuales que intento llevar a cabo; todo eso cocinado bajo al fuego del sol, que podría ser el elemento transmutador de todo lo demás, el movimiento, su devenir.

Sumado a todo esto, me di cuenta que “adobe” también me hacía sentido por compartir nombre con la empresa creadora del programa Photoshop, illustrator, Premier, etc. Que son softwares que tanto mis padres, que son diseñadores, como yo, que cursé un diplomado en diseño gráfico digital, tuvimos que aprender a utilizar. Programas que, en un nivel muy distinto, permiten también un ejercicio creativo. De adobe era también la casa de mis abuelos donde me crie y que, junto a muchas otras construcciones de Curicó, desaparecieron después del terremoto. En resumen, era una palabra que me hacia sentido desde muchos puntos de vista y que me ayudaba a explicar tanto la flexibilidad temática del libro, como su enraizamiento en mi propia historia.

En adobe hay varios escritos que rondan y transitan Curicó, ¿fue la provincia un punto de conflicto a la hora de escribir el libro? Digo un punto de conflicto pensando en la fuerte y larga presencia del larismo en la poesía de este territorio.

Sí, fue como una especie de sombra con la que escribir, una idea bucólica a la que no me quería acercar sin ponerla en cuestión y agradezco al editor Alfonso Medrano a ayudarme a transitar el concepto de la provincia sin caer en lo folclórico, que, aunque me parece interesante, el canto a lo humano, las décimas y las melodías traspuestas, se alejaban de la idea que se iba delineando con los demás textos que componen el libro. El larísmo, por su parte, aunque me parece un estilo cargado de belleza, más que nada en los nombres a los que accede, no me deja de parecer una mirada bucólica de la vida en provincia (tan distintas que son las provincias una de otra además) que pareciera congelada en el tiempo, que no se hace cargo de los cambios que la tecnología ha llevado a estos lugares ni del uso traspuesto del lenguaje hablado que uno puede escuchar.

¿De qué modo se introduce lo testimonial en tus escritos?

Creo que la poesía se introduce en lo testimonial como una forma de exorcisarlo, de sacármelo de adentro y la vez fijarlo ahí, de pensarlo y sentirlo tantas veces como sea necesario. Me cuesta definir que es lo que ocurre en ciertas interacciones en las que veo la posibilidad de pensar un poema de ello, y creo que es esa dificultad lo más atractivo de ellas. En el libro hay montones de ejemplos: la señora que se suicida, la pareja que espera en el consultorio, el técnico belga tomando cerveza, la mujer que duda en tirarse un piquero en el río, etc. Y quizás sea el azar de estas situaciones, donde lo expuesto se va formando por elementos de los que el autor no tiene control, y que nunca dejan de maravillarme en lo completamente absurdo y a la vez perfectamente sincronizado de ciertas situaciones.

Además, las formas del lenguaje que uno escucha hablado en conversaciones ajenas, especialmente en gente que no se deja regir por la real academia, me dan mucho placer y ganas de dejar testimonio de ellas.

¿Tienes algún tipo de creencia religiosa?

No. Soy ateo gracias a dios.

No creo en el destino, me cuesta creer que esté todo escrito desde antes, o sea que yo escribiendo “pato alhambra aeroplano” en medio de esta entrevista fue pensado por una gran inteligencia, francamente ¿qué tan grande puede ser esa inteligencia?

No creo en la reencarnación. Con el crecimiento demográfico exponencial que vivimos, significaría que hay más almas más cerca de la iluminación que nunca en la historia y francamente, me parece poco probable.

No creo en el karma, he visto tantos ancianos millonarios culpables de genocidios muriendo rodeados de sus familias en sus mansiones que Marx se revolcaría en su tumba pensándolo.

Me parecen las explicaciones racionales a los fenómenos de la naturaleza suficientemente maravillosas, tanto es magnitud como en extrañeza. Aunque si acepto la superioridad narrativa de las religiones por sobre el discurso positivista de la academia. Y aunque el arraigamiento en la oralidad de las religiones me parece que ha dado formas muy interesantes, como el “dios mediante” que dice la abuela de mi prima cada vez que me despido de ella, me parece que una labor de los artistas es darles una narrativa atractiva a los grandes descubrimientos de la ciencia.

Reunirse a leer con otros los textos propios, lo que se entiende por taller, ¿es importante para ti, o más bien trabajas solo?

Me siento cómodo en ambos ambientes. Me gusta editar en solitario, rumear los textos, jugar con los cortes del verso sin ningún apuro y en total libertad. Explorar mis obsesiones y fetiches sin la mirada de nadie sobre mi hombro, contando tallas internas sin tener que explicárselas a nadie.

Pero me gusta mucho el trabajar con otros, ya sea en talleres o reuniones con amigos a leernos algunos versos y conversarlos con unas cervezas. Me gusta robar ideas, me gusta editar textos ajenos (es tan fácil cercenar versos que uno no tuvo que parir), me gusta que se abran caminos en los textos inesperados, que uno no es capaz de ver por la proximidad al mismo. Además que la disciplina que me imponen los talleres, porque no quiero ser el porro de ellos, me ayuda a mantener hábitos que por mi solo tiendo a diluir.

Durante el lanzamiento de adobe hablaste de la paciencia que tuviste, de cómo te diste el tiempo que sentías necesario, ya que “escritor joven” no ibas a ser. Más allá de la broma, que piensas de esas categorías como “escritor joven” y tantas otras.

No quiero pertenecer a ningún club que me acepte como miembro” dijo Groucho Marx. Creo que opino lo mismo. No me gustan mucho las categorías, a decir verdad, siento que son utilizadas para mantener al margen a los marginados. Incluso cuando se intenta lo opuesto. Es una herramienta de doble filo. Vamos a tener un mesón exclusivo de poetas trans en la librería, que por un lado permite la visibilidad de ellos, pero por otro las encierra en ese mesón, que nunca tendrá la misma visibilidad que las de los grandes autores europeos.

Me parece además que en términos de poesía, uno lucha constantemente contra los lugares comunes, y las categorías siempre parecen encasillarlo a uno en un lugar común que no describe para nada las complejidades con las que uno trabaja al momento de escribir. Solo me sentiría cómodo con la categoría que propone Borges en “a un poeta menor de la antología”.

¿Qué impresión tienes del estado en se encuentra el campo cultural en Chile?

Me parece que hay un abandono total de parte del estado y las pocas instancias que hay se las han adueñado agentes culturales mediocres que carecen de estudios y propuestas interesantes. Solo quieren hacer rotar las mismas obras mediocres de sus amigos. En las corporaciones culturales municipales reina el amiguismo y la corrupción. Hay un clientelismo que solo busca votos a través de entretenimiento vacío. Por parte de los privados el apoyo es nulo. La academia por su parte se carcome por dentro en búsqueda de ingresos y ha perdido todo vinculo con los gustos de la gente común y corriente.

A pesar de todo esto, veo gente que trabaja mucho y levanta propuestas propias, colectivos de artistas que se buscan y crean instancias donde dialogar y pensar las artes y la cultura. Lamentablemente se como terminan todos los que trabajan por amor al arte en este país. Sin amor, con deudas y abandonando el arte.

¿Alguna disciplina, más allá de la poesía que te interesen particularmente? Y si la hay, cual y por qué.

Muchas.

La fotografía. Porque me fascina el encuadrar y congelar el azar del mundo.

El cine. Por su uso del tiempo y la gigantesca dimensión de su intimidad.

El teatro. Porque es un arte vivo que se deja atravesar por la realidad.

La pintura. Me interesa su carácter simbólico y espiritual.

El comic. La mezcla entre imagen y texto, sumada su carácter secuencial, le permiten una flexibilidad única para contar historias y transmitir emociones.

Los videojuegos. Me parece que es una disciplina que permite narrativas con múltiples caminos, que le entregan al usuario mucho control de como navegar por su propuesta y que año a año evoluciona técnicamente como ningún otro arte.

¿Practica algún deporte?

No, creo que toda la expectativa de vida que uno gana al practicar deportes la pierde practicando deportes. Dicho esto, juego baby futbol como lo hacían el Pibe Valderrama o Juan Román Riquelme, es decir, buscando pases imposibles, haciendo jugar al equipo y sin jamás correr con la pelota en los pies.

¿Cuál es tu geografía favorita? Tus locus amoenus por excelencia

Creo que son los cuerpos de agua, que por lo demás me encanta como suenan, cuerpos de agua. El mar, los lagos, los ríos. Poder flotar y abandonarme a la corriente. Además, que todos sus múltiples tonos de azul me parecen hipnóticos.

Intentando ser más específico, creo que la carretera austral es lo más lindo que he visto. Si existe un paraíso, que no creo, sería como ese lugar. El desierto y su bastedad solo lo entendí cuando una mujer en Toconao me dijo “yo una vez fui al sur, a Valdivia, pero no me gustó. Está todo muy encima tuyo, los árboles no te dejan ver nada. A mi me gusta acá, donde uno puede mirar esas montañas que están allá lejos, lejos, y la vista puede deambular”.

 

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