A la cárcel (Ricardo Elías)

A la cárcel (2018)

Ricardo Elías (1983)

Ed. Alto Pogo

219 páginas

 

Reseña enviada por:

Susette Hernández Madera

 

¿Qué se obtiene cuando se mezclan elementos como un protagónico con una voluntad férrea de escape, un grupo de presos ávidos de conocimiento, un alcaide ignorante y bonachón, un gendarme vil y los restos paleontológicos de un dinosaurio en el subsuelo de una cárcel? Una novela que sorprende por la sagacidad de una prosa desenfadada, sin pretensiones y capaz de atrapar tanto a lectores noveles como experimentados.

Bajo una premisa hilarante, Ricardo Elías, joven escritor chileno, juega con el absurdo en un mundo de ficción que refleja con bastante acierto el ambiente carcelario de los personajes. Sin embargo, no se trata de una novela solemne sino de una mirada profunda y divertidamente humana hacia personajes envueltos en un entorno que desea ahogarlos y en su lugar los enaltece al contraponerlos con un sistema de justicia disfuncional, mediocre y que guiña el ojo con bastante cinismo a la realidad. A la cárcel es una lectura fresca, novedosa, que, si bien permite vislumbrar una herencia en las temáticas de la narrativa contemporánea chilena, da una vuelta de tuerca para alejarse de la seriedad de un discurso que se presenta de forma abierta como una crítica social o política y travesea con la construcción de personajes y atmósferas que ponen de cabeza el arquetipo del preso y por supuesto de quienes lo mantienen dentro del sistema carcelario. No se trata tampoco de utilizar una fórmula simplista en la que se inviertan los papeles entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo justo y lo inmoral. Es precisamente en las sutilezas de los perfiles de cada una de estas voces en donde se entretejen esas contradicciones que hacen del estereotipo un personaje complejo. Con una mordacidad nata, el autor nos permite generar un vínculo entrañable con todos los seres que habitan esa prisión cuyos muros infranqueables tienen nombre propio. Y para ello quizá lo más importante es que nunca intenta justificarlos: “Ninguno de los dos sabía por qué estaba ahí, o más bien sabían, pero pretendían no saber. Intentaban autoconvencerse de una inocencia ficticia”, nos dice el narrador refiriéndose a Lalo Cartagena y Boticheli Hernández, al inicio de la novela, solo para continuar con el relato de un lugar intimidante y violento que se irá transformando ante nuestros ojos con la irrupción de los libros, la cultura y la ciencia. Y ese es posiblemente uno de los mayores aciertos de la novela: el papel que desempeña el conocimiento en un mundo en el que lo suponemos ajeno. Nuestro propio prejuicio nos avergüenza y nos divierte porque la prisión se convierte en una parodia de nuestra sociedad. Lalo Cartagena desea huir. Abrirse paso, como sea, hacia la libertad y para ello sus compañeros de una forma desinteresada y en comunidad, deciden ayudarlo a cavar. Pronto se topa con lo que parece ser un hueso que resulta en el hallazgo del esqueleto completo de un hidrosaurio y este hecho dará un giro inesperado a la trama porque es entonces cuando nos percatamos de que las motivaciones de los actores de esta historia se modifican, la que crees era la premisa, el gran escape, se diluye para dar paso al relato de un centenar de reos que se verán afectados de forma directa por este descubrimiento.

Ante los ojos incrédulos del profesor de la cárcel y la mirada mezquina de Lillo, el gendarme, la biblioteca cobra vida, los presos se cultivan en paleontología, historia natural, literatura. El ambiente clásico de la prisión se transforma. Ya no hay presos atacando a otros, ni hombres escupiendo al piso o rayando las paredes para contar los días. Ahora se debaten en charlas que rayan en lo filosófico, pintan en las paredes paisajes preshistóricos, moldean dinosaurios con arcilla, reciben libros en los días de visita.

El autor pone en vitrina la idea: ¿qué pasa cuando el pueblo sobrepasa con creces la astucia, la cultura, la justicia que son capaces de impartir sus gobernantes? ¿Cuándo y bajo qué condiciones es que llega la represión de la autoridad? ¿Cómo se va girando en torno a esto sin soltar el tono atrevido, disparatado? A la cárcel es sencillamente una lectura para disfrutar. Que se paladea gracias a un humor que pega siempre en el absurdo o en la ironía: “Lalo, llamó Olmedo antes de partir con la clase del día”. “Dígame, profesor”. “El taller anda bien. Lo único que me preocupa es que cada vez que apago la luz y hago andar el proyector de diapositivas, se me desaparecen libros. Aquí encima tenía yo Los Hermanos Karamazov de Dostoievski y cuando volví a encender la luz…”. “Bueno profesor, de la cárcel esos libros no van a salir. Lo más que puede pasar es que el que los robó los lea”. O, también, el lector se conectará con el humor negro de Elías que despliega, como en un juego de espejos, sobre cómo los internos tienen una conversión que va de la delincuencia al snobismo, la intelectualidad y el sentido crítico, dejando de lado las sospechas por tanto movimiento de libros, tal como se aprecia en este botón de muestra: “los encargados revisaban uno por uno los títulos con bastante calma. Nunca nadie intentó ingresar algo extraño dentro de ellos. Una vez solamente detectaron una enorme lima introducida en una colección que despertó inmediata sospecha, por tratarse de libros de autoayuda”. Y es que la idea del encierro en esta novela se dispersa como una prisión mental, como una cárcel de celdas (o páginas) abiertas en la que tú como interno tienes la llave, una metáfora de un encierro psicoafectivo o sociopolítico. Ya lo comentaba el autor en una entrevista para la revista Paco: “Sí, la cárcel mental chilena es la solemnidad. En Chile estamos encarcelados, todos dicen que es post dictadura porque a todos nos gusta echarle la culpa a la dictadura, que también puede ser, por supuesto. Estamos enjaulados emocional e intelectualmente. Eso hace que la literatura en Chile sea muy homogénea, que se escriban solamente autoficciones, relatos del yo. No hay posibilidad de otra cosa. Somos muy encarcelados, ¿cachai? Si en Chile se instala una idea nueva que comienza a dar vueltas, todo el mundo tiene que creer en eso, no en nada distinto. La Iglesia también nos tiene muy oprimidos”.

Este título, editado por Alto Pogo, editorial argentina, puede encontrarse en México en el portal BajaLibros.com/mx Algunos ejemplares se distribuyeron el año pasado en la República, no los suficientes para el justo reconocimiento de un escritor que es francamente un anzuelo a la narrativa chilena contemporánea. Además de un representante ejemplar de los preceptos que su editorial señala en su página: “publicamos novelas, cuento y poesía, siempre apuntando a lectores curiosos, que estén a la caza de voces potentes e historias que los interpelen. Nos consideramos exploradores que están a la búsqueda de textos y autores que nos conmuevan, nos impulsan la novedad, el ansia y la inquietud. Creemos que las obras que sumamos a Alto Pogo deben estar destinadas a perdurar: la composición de un catálogo es una apuesta de curadoría a largo plazo”.

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