El tenista (Nicolás González)

El tenista (2025)

Nicolás González (1985)

Provincianos editores

ISBN: 978-956-6127-53-6

164 páginas

Hay novelas que no están hechas para dejarlo todo claro. Que no buscan el punto ganador, sino más bien mantener la pelota en juego. El tenista, de Nicolás González, se mueve así: va y vuelve, a veces profundo, a veces flotado, pero siempre con cierta gracia.

La historia sigue a Adrián Pinto, un extenista juvenil que abandona el circuito antes de despegar, se instala en el periodismo como quien llega tarde a un lugar que ya está lleno, y de ahí salta a la deriva: horóscopos, crónicas de viaje, sueños publicados. El relato lo sigue en esos tránsitos, en lo que podría llamarse una especie de Bildungsroman precarizado.

Lo más atractivo de esta novela es su voz: una primera persona íntima, confesional sin caer en el exhibicionismo, errática incluso, irónica sin perder la melancolía, con ternura y con una honestidad a ratos feroz.  La voz narrativa es su mayor virtud: González tiene oído y sabe encontrar ritmo en lo casual, en lo doméstico. Los pasajes sobre el tenis juvenil y la amistad con el Flaco —su entrenador, su guía, su herida— son de una bella sensibilidad contenida. Además hay algo virtuoso en cómo se retrata el mundo del tenis. No como deporte de elite ni como símbolo vacío, sino que como escuela de cuerpo y carácter. El tenis como un código para leer la vida: no hay empate, siempre alguien pierde y si te lesionas, sigues igual. Punto a punto. Como sea.

Pero ahí mismo aparecen sus bemoles: la forma expansiva y deshilada de esta novela tiende a jugarle en contra. El libro salta de lo íntimo a lo social, del tenis a la astrología, del fracaso laboral a la crónica de provincias, con una lógica emocional más que estructural. Hay pasajes reiterativos, especialmente en la etapa del diario El Rayo, donde el tono oral y la deriva anecdótica hacen que el relato pierda impulso. En esos pasajes el texto pierde tensión narrativa; es como si el autor no terminara de decidir si quiere contar una historia, convertir a El tenista en una novela policial donde hay que descubrir al culpable de un crimen o si simplemente pretende pensar en voz alta. Ese ir y venir no siempre funciona y por momentos parece simple indecisión o falta de dirección.

Asimismo, El tenista tiene pasajes que son aciertos plenos, cuando la memoria no se transforma en excusa sino en material literario. El personaje del Flaco, por ejemplo, está tratado con un equilibrio muy fino entre admiración y el desencanto, y el mundo del deporte aparece desromantizado, sin épica ni grandilocuencia.

Al final, El tenista no es una novela sobre ganar, ni siquiera sobre perder. Es sobre seguir metido en el juego, incluso cuando nadie está mirando. Es sobre no saber exactamente qué hacer con la vida y, aun así, escribirla. Tal vez no sea perfecta, ni completamente redonda, pero tiene eso que muchas novelas más ambiciosas no logran: una voz ligera, competente, que no pide permiso para contar desde lo pequeño, para explicitar un mundo de promesas fallidas y, sin embargo, mantener la conciencia clara sobre que este partido —esta vida— no puede abandonarse.

G. Soto A.

Cofundador y administrador de Loqueleímos.com. Autor de "Liquidar al adversario" (2019, Libros de Mentira).

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