Texto de presentación de “Cuídate mucho” de Diego Riveros, por Ignacio Rebolledo

 

Cuídate mucho de  Diego Riveros

por Ignacio Rebolledo

Si hago el ejercicio de pensar en novelas chilenas que hablen sin temor del amor, al menos publicadas en los últimos 10 años, las únicas que se me vienen a la cabeza son ficciones escritas por Alejandro Zambra, Isabel Allende y Alberto Fuguet: escritores, narradores, novelistas de trincheras narrativas opuestas (a quienes, por cierto, admiro en mayor o menor medida) que cualquier lector con un mínimo de pudor no pondría en un mismo párrafo, como estoy haciendo ahora. Pero me atrevo porque, al igual que la primera novela de Diego Riveros, Cuídate mucho, no temo sumergirme en lo incómodo cuando se trata de literatura.

Y sobre esto quiero hablar brevemente: sobre la incomodidad, el pudor, la aversión, o ese no sé qué que el amor a secas pareciera generar en la narrativa chilena contemporánea. Y no la culpo; las necesidades eran otras y me parecen válidas, necesarias: denunciar lo ominoso, subvertir la represión, hacer memoria de los que no están, por mencionar algunas. Pero pensar en el deseo, en el acto romántico como EL TEMA (en mayúsculas) también me parece profundamente revolucionario, y la poesía y la música parecen tenerlo claro.

Javiera Mena, Francisca Valenzuela, Mon Laferte, Alex Anwandter, Francisco Victoria son algunos de los cantautores que vienen a mi mente sin mayor esfuerzo. Cantar como una forma de entender y habitar la pena, el enamoramiento, el desgarrarse por dentro para encontrar respuestas o, en su defecto, para hacer preguntas que jamás serán respondidas. «Si esto es lo que quiero / ¿Por qué me duele tanto, adentro?», «Hoy volví a dormir en nuestra cama / y todo sigue igual / el aire y nuestros gatos, nada cambiará / difícil olvidarte estando aquí», «Hoy, yo decido separarme de ti / Aunque digan lo que digan ya está / Puedo ser mucho mejor si no estás, si te vas».

«Nuestro gato fue testigo de las infinitas cosas que un hombre puede hacerle a otro hombre», le dice Daniel a Sergio al inicio de lo que creí era una historia de amor. Pero a medida que avanzaba en la lectura, entendí que esta no es una novela de amor; quizá ninguna de las que realmente disfruto leer lo es. Es SOBRE el amor y las complejidades de dos personas que se desean en la medida de sus posibilidades, aunque muchas veces ni ellos mismos lo entienden. Y como todo amor trae consigo zonas grises: errores, daños, silencios, perdones. ¿Cómo avanzar cuando alguien nos hace tanto mal? ¿Cuando nosotros hacemos tanto mal?

Escribir como una acción recursiva del entendimiento, diría una amiga mía con la que discutimos y nos enojamos con el mundo por la falta de referentes contemporáneos chilenos que pongan al amor, el deseo, el romance por romance, en sintonía con la literatura. La ausencia más presente que nunca.

Por suerte surge esta novela.

El autor trabaja con Daniel y Sergio como figuras antagónicas, dos hombres rotos que no podrían estar más lejos de ser héroes o villanos, dos chicos con deseos de amar y ser amados. Pero en ese «amor» (que a medida que avanzamos en la lectura empieza a aparecer entre comillas) surgen las mentiras, las manipulaciones, lo no dicho, entre los cuales uno me golpea con la fuerza de un rayo: ¿Cuál es el límite de la violencia en una relación entre dos hombres? ¿Entre dos figuras masculinas?

«Cuesta adoptar otra perspectiva cuando fuiste tú el que me tironeó en los pastos de la costanera, cuando afuera de un almacén de tu casa me sacaste los audífonos de las orejas, los arrugaste frente a mí y los tiraste al suelo»… «Me alivia saber que tengo guardados todos los mails en donde S. me pide disculpas, todos esos pantallazos que corroboran mi versión de las cosas, como cuando relativizó los golpes que me dio, diciendo que dejara de darle tanto color si no era como que me hubiera dejado moretones».

Cuídate mucho, como toda buena novela, no ofrece respuestas sino que genera preguntas que espero abran debate sobre cómo amamos y hasta dónde es posible aguantar por amor. Lana del Rey, a raíz de una polémica surgida en redes sociales donde la acusaban de romantizar la violencia y a quien traigo a colación por la estrecha relación entre emoción y música que presenta la novela y que se podría abrir una arista completa, lo dijo bien claro, económico, mejor que yo: «Creo que es patético que mi exploración lírica, que detalla roles a veces sumisos o pasivos, a menudo haya hecho que la gente diga que he retrasado a las mujeres cientos de años… He sido honesta con las relaciones complicadas que he tenido… Así ha sido para muchas mujeres… Tiene que haber un lugar en el feminismo para mujeres que se ven y actúan como yo». Y tiene razón. Pero así como debe haber un lugar para que las mujeres cuenten sus historias de la forma que quieran, sin ataduras ni correcciones políticas, debe haber un lugar para los hombres que son vulnerados por otros hombres en espacios románticos. Inventarse una palabra porque el lenguaje, otra vez, no nos es suficiente.

«De repente siento que alguien me aprieta el brazo y me marca sus uñas. Era él. Lo recuerdo como si me estuviera pasando de nuevo, ahora: lo miro desconcertado, me zamarrea… temblaba. Él y yo temblábamos».

«Con Cachivaches me dijeron que era muy cebolla para mis cosas y lo tomé como un halago. Espero seguir por esa senda», dijo el autor en una entrevista con Lector a raíz de su primer libro. Y no puedo estar más de acuerdo. Cuídate mucho también es cebolla, o más: muy cebolla. Un cúmulo de capas, de cursilerías que dan paso a resquicios que aterran, espacios de lucha afectiva que nos hacen temer a otros y a nosotros mismos. «Escribir fue un acto de resistencia, y el primer ladrillo hacia la reconstrucción» dice Fernanda Trías a Origami. Daniel, D., el protagonista, resiste, aguanta, es debatible si es por amor o por falta de él, pero si de algo estamos seguros es de que esta historia es un primer ladrillo para la resistencia amorosa chilena.

Música y literatura.

 

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