Malos deseos (Ciro Romero)

Malos deseos (2023)

Ciro Romero (1993)

Bisturí 10  

ISBN: 9789566105152

68 páginas

Jugar con la creencia de los monstruos

 

La poesía, en su práctica, tiene la potencia para desinscribir el lenguaje fijado por el uso cotidiano. En el discurso poético, la fijación del significado da paso al establecimiento de una potencia donde la utilidad práctica de la palabra pierde su orientación, dirección y velocidad, logrando desestabilizar su asentamiento.  En este “grado cero”, al decir de Barthes, la palabra adquiere los sentidos que alberga la potencia de sus elementos constitutivos, es decir, los aspectos semántico, funcional, visual, sonoro, en conjunción con la experiencia de quien lee. De ahí que la poesía pueda ser relacionada muchas veces con el misterio.

En Malos deseos (Bisturí 10, 2023) —primera publicación de Ciro Romero (1993)—,  asistimos a un texto que hace uso de dicho potencial, donde el efecto de descentramiento se trabaja mediante juegos establecidos sobre todo en torno a lo gramatical, a cambios funcionales y al corte de verso, que logran la ruptura de expectativa necesaria para disparar y sintetizar imágenes, que parecen al mismo tiempo común y extrañas al lector. En ese segundo de perplejidad frente al que la conciencia tropieza para dar paso a una reacción sin lenguaje, el poema visceralmente nos arrastra a la experiencia del vacío, del vértigo.

La estructura de los poemas varía en secciones que van del verso corto a la prosa, estructura que se complementa con la presencia autoconsciente de una voz ensamblada con la respiración que propone el corte versal.

La presencia de un Yo, entrega una dimensión biográfica fijada en la infancia. El aspecto legible por ser común a cualquier lector. Sin embargo, el imaginario de los poemas de Romero, remiten específicamente a la brutalidad, lo animal, lo contaminado, la miseria, la enfermedad y la carroña. Se trata de un mundo donde el recurso más abundante es el horror y el poeta se hace cargo de la transmutación de dicha miseria, la utiliza a su favor poniéndola en juego a través del lenguaje: “el miedo es una oración larvaria pero sirve/ sí/ sirve” p. 17

El elemento que destaca sobre todo, es el cambio funcional en ciertos sustantivos y verbos, donde el efecto producido por la polisemia del desajuste se refuerza mediante el recurso que instala, desde la forma, la idea del desparrame y el descentro. En torno a esto, siguiendo la idea de Barthes, este refiere que “en el mismo momento en que la supresión de las funciones oscurece los lazos con el mundo, el objeto toma un lugar privilegiado en el discurso”. Este lugar privilegiado toma la forma del efecto: una herida brillante: “el objeto se yergue de golpe, lleno de sus posibles no puede sino jalonar un mundo no colmado y por ello, terrible.” (Barthes, 1978, p.41).

 

“en el muro de la enfermedad

los orificios del vértigo

 

sobre las piernas de lo que tampoco era

la casa deshabitada   bebedora de saliva

 

pregunta

¿alguna vez tuviste intención de curarte?  p. 11

 

Es en este efecto de desdibujamiento donde se pierden los lazos con el mundo, las imágenes adquieren características disímiles, los sustantivos se humanizan y los animales conviven en el espacio de las moscas y la leche materna. La naturaleza queda conformada en un discontinuo de objetos aislados y terribles porque solo los ordenan lazos virtuales, “nadie elige para ellos un sentido privilegiado o un empleo o un servicio, nadie les impone una jerarquía, nadie los reduce a la significación de un comportamiento mental o de una intención, es decir, finalmente, de una ternura” (Barthes, 1978, p.41)

 

“la memoria del ojo se abre, distrae el curso de las manos

un ciervo se desarma sin aviso

(…) la piel presiente el daño demasiado pronto

agrupa sus células

rasga

deja un rastro para animales invisibles  p. 24-25

 

La manera en que Barthes utiliza el concepto de ternura en Fragmentos de un discurso amoroso (1977), puede ser entendida como una contraparte del vértigo. En este sentido, la ternura tiene que ver con la posición relacional que supone la consideración hacia un otro. Esta relación con el mundo nos ancla de manera provisional como si se tratara de un elemento de flote al que aferrarse tras un naufragio.

Para que se dé la ternura, es necesaria la otredad que el lenguaje poético en sus cambios funcionales ha expulsado del sentido del mundo prefabricado. Sin embargo, como se ha mencionado, la presencia de la voz nos retrae a esa parte humana que fija la experiencia común en el poema. Esta característica de la voz produce el reconocimiento a través del cual, según Barthes, “nos encerramos en una bondad mutua, nos materializamos mutuamente; volvemos a la raíz de toda relación, allí donde necesidad y deseo se juntan”. (Roland Barthes, 1977, p. 143). La contraparte del vértigo entrega ese sentido mínimo de relación con el mundo.

 

“la enfermedad reconoció el terror

que no deja de ser visto por todos

excepto

por una mosca que vuela

sobre la realidad

y la realidad de un hombre

mitad hombre mitad

la boca rota del tiempo

que ríe y escupe

el ejercicio del silencio

en la maleza que crece sobre la familia “ p. 39

 

De esta forma, en la búsqueda de equilibrio entre ternura y vértigo, la autoconciencia de la voz muestra una tenue inclinación a hallar en el acto de “ordenar el mundo”, jugar con el lenguaje, reconstruir la realidad, un mínimo avistamiento de salvación.

 

“he buscado la forma de alumbrar la claridad del lenguaje, es posible iluminar la luz? Decir

una hoja presionada contra los escaparates

un campo recién florecido

 

un corazón late apenas indefenso del sol

casi no hierve y habla

 

la silueta nítida

de la repulsión de la voz

 

encandilado predigo

una imagen en la que la sombra paste de mi mano felicidad” p. 18

 

Esta búsqueda en lo frágil, convive con la búsqueda en lo cruel que se despliega en los actos de los seres que habitan los poemas: “En la tarde, propensos a conseguir maldad en la delicadeza, los niños sacuden su madriguera recién podada. Un diluvio de cuerpos parecido al suyo comienza a rodearlos. De nuevo los niños los atrapan en el aire, en el suelo, les arrancan las alas, desenroscan sus cráneos” p. 60

Malos deseos puede ser leído como una propuesta que explora los límites como idea general, al presentar un mundo transfigurado donde elementos como la violencia y la ternura logran convivir. El desparrame y el centro constituyen recíprocamente la lógica en que se articula el poemario. Ese movimiento permite la existencia de un espacio de incertidumbre lo suficientemente amplio para transitar entre el vértigo y la exclusión del sentido hasta la fijación mínima que nos da la experiencia de hace mucho tiempo también haber sido niños.

 

“revisa un paisaje de sangre que rodeó el colmillo

reconoce vegetaciones de enfermedades

sobre la que se deposita en la malicia

extendida cerca y hacia

sus ojos que veían la ira

de mis pequeños actos (p. 11-12)

 

Cristofer Vargas Cayul

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