Carne de perra (2022)
Fátima Sime (1958)
Editorial Cuneta
ISBN: 978-956-6100-07-2
154 páginas
María Rosa, la protagonista de este relato, es una enfermera que trabaja en la Posta Central. Es su turno en la Posta y ha llegado El Príncipe, que no es más ni menos que su antiguo torturador. Eso desata un relato que recorre de manera alternada entre presente y pasado, actualidad y juventud de la protagonista, donde conocemos con detalle cada uno de los tormentos que tuvo que sufrir María Rosa en manos del —ahora— anciano postrado y moribundo.
El Príncipe, alto mando de un área especial durante la dictadura chilena encargada de torturar y asesinar a contrarios al régimen, ha escogido a una joven muchacha para usar su cuerpo ya golpeado. En la lógica que inocula a la joven destruida, él supuestamente la ha salvado de mayores tormentos, la ha cuidado, ha evitado la muerte de su familia, o de eso al menos convence a la joven. El hombre, violento, criminal e impotente, usa ese cuerpo ajeno para su disfrute erótico, siendo él incapaz de completar el acto sexual por su propia impotencia; tiene además la parafilia de comer directamente de su víctima, utilizándola como plato y contenedor. María Rosa, llamada por el hombre como “mi muñeca”, se abandona a sí misma, derrotada psicológicamente, y comienza una relación aberrada, en la que secuestrada por años y sin más contacto humano que la de su captor y torturador, termina en apariencia consintiendo en las actitudes de ese hombre, en un caso notorio del Mal de Estocolmo, en el que la víctima se “enamora” de su captor y torturador, por carecer de casi cualquier otro vínculo humano con el mundo.
De esta manera, la María Rosa del presente, enfermera, mujer adulta que ha llegado con sus propias llagas físicas y mentales a la madurez como mejor ha podido, debe volver a enfrentarse a aquel demonio con el que jamás volvió a lidiar, y decidir cómo comportarse.
La construcción de esta novela en clave de thriller es una decisión muy inteligente de la autora, ya que produce suspenso y provoca que el lector quiera seguir leyendo. En el mismo sentido, con esa entrega siempre parcializada de la información típica del género, impide que la narración se atiborre de violencia física y psicológica que haga desagradable la lectura: esa violencia sí está ahí, sin embargo, es suministrada poco a poco.
Carne de perra es una novela durísima, no solo en su temática sino que también en sus descripciones de torturas y procedimientos. Y no solo eso, el contraste producido por el momento actual de la enfermera junto a un anciano moribundo al que debe cuidar acentúa la sensación de vulnerabilidad y daño, especialmente el cómo ese cuerpo femenino es desprovisto totalmente de cualquier singularidad, para convertirlo en nada más que en un objeto de placer para un hombre también incapaz de proporcionarse y producir placer, sino a través de la violencia. En Carne de perra el horror se manifiesta en los cuerpos, en su uso, y en cómo apenas sobreviven las personas a esa violencia extrema. No hay amor acá, en ninguno de los personajes. No hay siquiera piedad. Hay una herida que se muestra abierta, que produce consecuencias, sentimientos torcidos en esos cuerpos que se usan y desechan. Carne de perra es una novela importante, que no le hace concesiones al lector, sino que lo mantiene ahí, aguantando, esperando, deseando que al final la vida funcione de una manera más sencilla y las cosas se ordenen.