Los túneles morados (1961)
Daniel Belmar (1906-1991)
Editorial Zig-Zag (1961)
N° Inscripción 22.976
178 páginas
178 páginas
Precio referencial: $ 10.000
Daniel Belmar fue un escritor chileno que obtuvo gran connotación en Sudamérica con ocasión de la publicación de su novela Coirón (1951), la que le valió un largo reconocimiento así como un par de premios. Como autor compartió con otros de la talla de Neruda, Nicomedes Guzmán, Pablo de Rokha. Aun así, con tan solo esta novela que reseño no es muy factible hacer un análisis de su filiación a una generación o movimiento literario.
En Los túneles morados relata los sucesos ocurridos durante una única noche, en lo que se ha identificado (en lecturas posteriores, no en la misma historia) como la ciudad de Concepción (Chile). La narración avanza teniendo como excusa motor un conjunto de compañeros de la Escuela de Medicina, quienes van de bar en bar de aquella ciudad, habituados a aquella vida nocturna, a los lupanares y lenocinios de esta ciudad.
Ya no existía la conciencia.Solo una lucha en descenso, un combate en tinieblas, una lenta fuga hacia la destrucción. Las células corroídas resbalaban por abismal pendiente, por un túnel morado.No negro, muerte.No rojo, vida.Morado, obscureciéndose.
Por otra parte, en la misma novela, intercalado, tenemos otra especie de sección, que se denomina “Esa Carta”. Así, las secciones que van antecedidas del nombre “Los túneles morados” y “Esa Carta” van alternándose sin orden aparente. En “Los túneles…” existe un narrador en tercera persona, que sigue a los estudiantes por su noche de juerga, de escape. En “Esa carta” justamente nos encontramos con ello, la epístola que cuenta las desventuras de Chico Navarro desde que deja su ciudad natal hasta instalarse en la ciudad de Concepción (insisto, ciudad que no es nombrada, si no que reconocida apenas). Más aun, sus desventuras alcanzan sima cuando la mujer amada es declarada con cáncer.
—Parece mentira —dijo el Abuelo— cómo embrutece la trasnochada; muchas veces me hice el propósito de suprimir esta bohemia estéril, agotadora, mas no he podido mantenerlo… Resisto durante meses, pero llega el momento en que la noche me traga… ¿Afán de evasión? ¿Desencanto? No lo sé. Y lo peor es que nada ocurre, siempre los mismos lugares, las mismas gentes, borrachos estúpidos, rameras infelices, desgraciados de toda laya; termino asqueado, pero vuelo ¡Ay! ¿Cuándo acabará todo esto?
El resultado es curioso.
Es deber recalcar que la intención primera del autor era jugar con el estilo, construir una estructura narrativa que fuera, más bien una no-estructura, una ruptura de la misma, que va mucho más allá que un relato parcelado que avanza en dos líneas hasta converger en ciertos puntos que el lector deberá reconocer. La historia no solo avanza cronológicamente por un lado, si no que también retrocede o es contada en perspectiva (como es el caso de la epístola). Resulta en un intento feroz por hacer literatura, por construir estilo. Es un riesgo. Un riesgo tremendo desde el que el autor no emerge sin algunas carencias, golpeado quizás, pero airoso.
Daniel Belmar junto a Pablo de Rokha |
Tiene otro valor, además. Tiene un valor documental para la gente penquista, para los habitantes y oriundos de la ciudad de Concepción, quienes seguramente disfrutarán al reconocer aspectos de la vida en dicha ciudad por ahí por el año 1950. Valor que puede transformarse en problema: su marcado regionalismo.
Una novela de aquellas que asumen muchos riesgos, que trasudan valentía. Requiere, por lo mismo, de un lector valiente, ya que resulta exigente con él.