Del diario de vida que nunca escribí (Hernán Rivera Letelier)

Del diario de vida que nunca escribí (2024)

Hernán Rivera Letelier (1950)

Alfaguara

ISBN: 978-956-384-470-2

134 páginas

La narración comienza con una situación que no debe ser solo alegórica: Hernán Rivera Letelier acompañado de amigos en el Café Okus —ex Café del Centro— de Antofagasta. Descrito tal pasaje, el cual está latente y manifiesto durante todo el relato, Del diario de vida que nunca escribí continúa con el recuerdo más antiguo de su autor: él en la cocina de su casa —una casa de calamina y de madera— en la Oficina salitrera de Algorta. Tras esa reminiscencia, comienza la centralidad de este libro autobiográfico de no-ficción, la cual es: la trayectoria vital de su infancia dada entre Algorta y Antofagasta.

En líneas generales, su familia estaba compuesta por papá, mamá y seis hermanas y hermanos, ocupando él, el cuarto lugar. Mientras su papá era un obrero del salitre que trabajaba 12 horas diarias, su mamá daba pensión a un total de 40 comensales en su casa, y dado que ambos participaban en el culto evangélico, la Biblia fue el primer libro que el autor tuvo a mano y cuya lectura estimuló profundamente —y quizás para siempre— su imaginación. Por ejemplo, como él mismo cuenta, a partir de esas lecturas jugaba a representar a los personajes bíblicos con sus aconteceres: Sansón ante Dalila, Daniel contra los leones y Juan Bautista anunciando al mesías.

Entre sus recuerdos de la oficina salitrera aparecen: que los niños andaban descalzos de lunes a sábado y solo usaban algún calzado los días domingo; que su apodo era Condorito, a razón, supuestamente, de una polera que tenía estampado tal personaje; y que uno de los juegos era ser cazador de remolinos y abrir los ojos al interior de ellos para ver al mismo diablo.

La llegada a Antofagasta tras el cierre de Algorta en 1958, la describe como un viaje “intergaláctico” un “aire fresco de otro planeta”. No obstante, esa agradable emoción fue pasajera, porque su madre murió a causa de una mordedura de araña a los 15 días de haber llegado. Este fatal episodio marcó en él una soledad difícil de sobrellevar, es más, en un momento se quedó viviendo solo con su papá, quien trabajaba interno en una minera de lunes a sábado. Por contraparte, en esa infancia sin adultos se forjó como un experto cimarrero y un perito en vagancia, pero tales actividades no eran inoficiosas, más bien, eran de un observador que buscaba personajes de la calle. Así mismo, trabajó como secretario ocasional de charlatanes y como suplementero de El Mercurio.

Una observación a la lectura de estas memorias, es que posiblemente sus experiencias infantiles avivaron a la postre su vocación de escritor. En este mismo sentido y como un hecho que corrobora esta posibilidad, es que las prostitutas, personajes recurrentes en sus novelas, aparecen en estas páginas. Rivera Letelier escribe que conoció a las llamadas “matronas” en su misma casa de Algorta a sus 6 ó 7 años de edad, ya que ellas llegaban como pensionistas, sobre todo los días de pago. Además, y en un pasaje muy entrañable, se refiere a un hecho protagonizado por una de ellas cuando él andaba por sus 12 años de edad:

Yo caminaba por una de sus calles alegres, un vendedor de flores apareció de pronto voceando su mercancía. Desde el segundo piso de un burdel, una mujer, irreverente de caderas, alegre de colorete, descuidada su saya transparente, bajó las escaleras corriendo. 

¿Acaso irá a comprar flores?, me dije descreído. 

Compró flores. Compró un ramo de flores. Ellas también compran flores, pensé conmovido.

De este fragmento se infiere el origen de dos asuntos que el novelista habría forjado a temprana edad. Primero, su opinión valiosa sobre el trabajo de las prostitutas y su rol en las salitreras, que la ha expresado permanentemente en sus novelas y en algunas entrevistas. Segundo, que tiene una sensibilidad innata para ver en la persona humana cualidades eminentes, sobreponiendo el acto sensible ante una moral superficial, o de plano, falsa.

Del diario de vida que nunca escribí es el primero —como él mismo anuncia— de otros dos libros que tratarán sobre su juventud y su vejez, respectivamente. A modo de resultado, completará una trilogía sobre su propia vida, la cual será complementada por Epifanía en el Desierto (2020), también una autobiografía de no-ficción, pero centrada en lo que fue la publicación de La Reina Isabel cantaba rancheras (1994). Por lo cual, sus irrestrictos lectores —entre los que me incluyo—, irrestrictamente esperamos esa trilogía vital para adentrarnos aún más en la realidad de las ficciones de Hernán Rivera Letelier.

Pablo Rivas Pardo

Cientista Político y Master en Relaciones Internacionales. Autor de reseñas de libros en Revistas Académicas (2011 y 2018) y en la revista digital Tipos Móviles (2018 y 2021). Publica en "Lo que Leímos" desde el año 2021.

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