Cuentos completos (Rodolfo Fogwill)

Cuentos completos FogwillPor: Pablo Cabaña Vargas

“Cuentos Completos”

Rodolfo Fogwill

Alfaguara

ISBN: 9789870413240

458 páginas

 

Rodolfo Fogwill. Imposible escribir mal con un apellido como ese. O simplemente Fogwill, a secas como a él le gustaba que lo llamaran. La fonética del apellido, dura, seca, bonaerense, esconde en su pronunciación a un autor de culto y admirado, menos conocido de lo que debería y que no se parece a nadie.

Si hablamos de la narrativa breve proveniente del Río de la Plata, los nombres surgen espontáneamente y se remontan muchos de ellos a la época escolar: los cuentos trágicos y salvajes de Horacio Quiroga, la sobriedad e inteligencia superior de Jorge Luis Borges, la conciencia convertida en prosa de Felisberto Hernández, las inolvidables historias perfectamente construidas de Julio Cortázar, el lumpen y la conspiración del influyente Roberto Arlt, y el pesimismo y pasmoso conocimiento de la naturaleza humana de Juan Carlos Onetti.

En medio de todos esos nombres, mirándolos de frente y sin apocarse en absoluto, está Rodolfo Enrique Fogwill, novelista y cuentista argentino, autor, como señala Elvio Gandolfo en el prólogo de sus cuentos completos, de seis o siete de los mejores cuentos de la literatura argentina, lo que no es poco decir. Falleció el año 2010 y aún queda mucho de él por leer y comprender.

Sus historias constituyen miradas desde distintos puntos de vista estilísticos: algunas escritas desde la coloquialidad urbana, otras desde el hablar particular de una época, lugar o grupo social, y otras desde la visión clásica de un narrador que todo lo sabe. La variedad de los registros hace que se pueda entrar a este libro a partir de diversas perspectivas, pues él mismo alguna vez dijo que tiene una preferencia por “las lecturas que atienden, más que a lo que sucede, a la manera de narrar lo que sucede”, declaración de principios que nos hace creer, al leer sus relatos, que estamos frente a muchos narradores distintos.

En Fogwill aparecen los grandes temas de la literatura trasandina: la conspiración como método de acción política, el humor y la coloquialidad —mezcladas, por supuesto, con alta cultura y refinamiento intelectual—, el peronismo (esa fuerza que lo encierra todo y que al tratar de explicar de qué se trata nos quedamos mudos), la pampa y su inmensidad mítica e irreal, la política entendida como compromiso, intransigencia y fuerza destructiva, la decadencia del Estado y su rol productivo, y el sexo entendido como mecanismo de ejercicio del poder en la adolescencia y la adultez.

Fogwill escribió poco, y se nota. Son apenas veintiún cuentos en veintitrés años, de 1974 a 1997, lo que demuestra un cuidado por las formas, la estructura y la prosa y, por qué no decirlo, un gran respeto por el género. Podría hacer una lista con los diez mejores cuentos de esta antología (ninguno de los que la componen decepciona, como ocurre en muchas recopilaciones de este tipo), pero sería una enumeración descriptiva que no daría cuenta de la extraordinaria creatividad del autor; por ello, solo me detendré en algunos fragmentos de los clásicos “Muchacha punk”, “Cantos de marineros en las pampas” y “La larga risa de todos estos años”, respectivamente.

(Recomendación: hagan el intento de leer algunas de sus páginas en voz alta, para sentir la musicalidad de su prosa, percibir la inteligencia de las reflexiones que intercala —acerca del arte, la política o de cualquier otra materia—, y se percatarán que a ratos esbozarán una sonrisa o derechamente una carcajada y sentirán, además, el fluir del habla coloquial de los personajes o el narrador, tal como si estuvieran escuchando al autor mismo, hablando).

Al promediar eso (¿el amor?) se largó a declamar la letanía bien conocida por cualquier visitante de Londres: ai camin ai camin, gritaba, sustituyendo los conocidos ai voy ai voy de las pebetas de mi pago, que sumen al varón en el más turbado pajar de dudas sobe la naturaleza de ese sitio sagrado hacia el que dicen ir las muchachas del hemisferio sur y del que creen venir sus contrapartidas británicas.

…pero reconocerlo era tan difícil como hablar de que no estaban haciendo más que dar vueltas y vueltas al eje de la noria invisible del medio de la pampa. Un pedazo apenas de la creación que dejó Dios nada más para que que ellos y uno que otro araucano siguieran vivos, ignorante de que ya había pasado el fin del mundo.

Creo que todos vieron lo que fue pasando durante aquellos años. Muchos dicen que recién ahora se enteran. Otros, más decentes, dicen que siempre lo supieron, pero que recién ahora lo comprenden. Pocos quieren reconocer que siempre lo supieron y siempre lo entendieron, y que si ahora piensan o dicen pensar cosas diferentes, es porque se ha hecho una costumbre hablar o pensar distinto, como antes se había vuelto costumbre aparentar que no se sabía, o hacer creer que se sabía, pero que no se comprendía.

Los párrafos transcritos constituyen una modesta representación de la prosa de Fogwill, y permiten entrever el fondo de sus narraciones, inteligentes y perfectamente estructuradas, que cautivan y entretienen, que se leen de un tirón, con fluidez y arrobamiento, y a las que uno vuelve una y otra vez por la vía del recuerdo y la evocación, ya que ante alguna noticia, anécdota, conversación de pasillo, testimonio, recuerdo o lectura, será inevitable que, de una forma u otra, nos remontemos a algún cuento de Fogwill, a alguna de las ideas en ellos esbozadas o a una reflexión dejada, aparentemente, al azar.

Es de esperar que la edición de sus cuentos completos y la creciente preocupación por su obra póstuma —libros recientemente publicados y archivos desordenados que su hija Vera le encomendó en 2011 a la historiadora Verónica Rossi— genere el impulso para que se multipliquen los lectores de este autor imprescindible, y así sus relatos se instalen en la memoria colectiva de nuestro continente, en la que habitan, por nombrar algunas, obras inolvidables del género breve como “La autopista del sur”, “Funes el memorioso”, “El infierno tan temido” y “El vaso de leche”, pues créanme que al menos media docena de los relatos que componen este volumen, siendo conservador, tienen la categoría de clásicos y merecen ser leídos y recordados como tales.

Pablo Cabaña Vargas

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