Cuatro novelas chilenas publicadas en lo que va del año
Me gustaría referirme a cuatro novelas publicadas este año por escritores más o menos cercanos. No escribiría nada al respecto si las novelas no me hubiesen gustado (no entiendo a los que hacen esto). Por lo tanto, queda de manifiesto al principio que estos cuatro trabajos me parecieron buenos, algunos incluso excelentes, así que el que busque en esta lectura la típica ponzoña contra los colegas que suelen utilizar en sus escritos otros bibliófilos expertos en hacer mala publicidad (que no existe), pues que se vaya a leerlos a ellos.
Las cuatro novelas a las que me refiero publicadas este año por dos escritores y dos escritoras son: El año en que hablamos con el mar (La Pollera, 2024) de Andrés Montero, El último castor (Tusquets, 2024) de Daniel Campusano, La mujer del río (Sudamericana, 2024) de Paula Ilabaca, y A esta misma hora (Kindberg, 2024) de Maivo Suárez.
Por un lado, la obra de Andrés Montero utiliza el clásico recurso de la novela de estaciones para construir la saga de dos hermanos nacidos en una isla del sur de Chile pero con destinos notablemente diferentes. El escenario principal de la acción narrativa es una pequeña isla que no aparece en los mapas, además de algunos sectores de Chile continental, Argentina y España. En resumidas cuentas, la novela plantea, a través de sus personajes emparentados, Julián y Juan de Dios, la dicotomía entre el hombre sedentario y el nómada.
El narrador construye, a través de las voces de sus personajes, la historia de la familia Garcés desde su esplendor hasta su ocaso. La línea argumental de este segmento posee muchos momentos brillantes en que el autor utilizó más de una vez las técnicas de transición temporal propias de la segunda mitad del siglo XX por nuestros queridísimos escritores hispanoamericanos a los que usualmente recordamos. Claro que también hay mucho de sus anteriores trabajos: Tony Ninguno, Taguada y La muerte viene estilando. Según palabras del mismo autor, sus dos últimos libros están más emparentados entre ellos que con los dos anteriores. Esto se puede ver en la atmósfera campesina que otorga a sus descripciones de paisaje sureño, junto con la correcta representación del habla vernácula en algunos de sus diálogos (tal vez el desafío más grande para un escritor chileno) y cierta insistencia con el tema de la narración oral como espacio de creación narrativa originaria.
Por otra parte El último Castor de Daniel Campusano, es una novela que también se publicó durante el primer semestre de este año y que también transcurre en una isla del sur de Chile. ¿Cómo nos explicamos esto? ¿Qué quiere decir? Tal vez nada. Podríamos, de todas formas, conjeturar que existe cierta pulsión del escritor santiaguino para situar sus novelas fuera de la capital.
Esto no sería para nada extraño tomando en consideración que venimos saliendo de un largo período en que parecía que todas las novelas que llegaban a las estanterías y a las columnas de la prensa conglomerada tenían que ver con Santiago. A pesar de esto, la ciudad siempre late en los subconscientes de los personajes; aparece de vez en cuando ciertos monólogos, expresiones o pensamientos, aunque transformada en antípoda o contrapeso de estos otros territorios que están apareciendo, a veces enaltecidos por lo embriagador que resulta describir un paisaje montañoso, marítimo y escarpado en contraste con la tosca sequedad urbana que no siempre ofrece el suficiente estímulo a la pluma de los escritores.
A diferencia de la primera novela, El último Castor nos entrega un drama íntimo y en primera persona de un joven sociólogo que tiene que llevar a cabo un trabajo en Puerto Williams “la ciudad más austral del mundo”. En cuanto a estructura, podría esta obra entrar al campo de las novelas “de inmersión”, es decir, del tipo de novelas que cuentan la historia de un sujeto inmerso en un determinado contexto, desconocido para él, a la vez que aprende, visualiza y narra todo lo que él considera digno de contarse.
La visión del narrador es cien por ciento irónica, lo cual ha sido un rasgo trabajado previamente por el autor en sus dos anteriores entregas: No me vayas a soltar y El sol tiene color papaya. La voz del personaje, de hecho, se parece mucho a la de sus héroes anteriores, quienes también entraban a un mundo ajeno al propio (el de la docencia). Además de esto, el autor le añade a sus protagonistas una perspectiva crítica y un gran sentido del humor, lo cual le otorga frescura a una narración que de lo contrario podría resultar asfixiante. Me recordó mucho a El Castillo, de Kafka, pero situada en Puerto Williams, con una alcaldesa de derecha parecida a Kathy Barriga, dos personajes femeninos bien construidos, Maya y Olivia, y una historia de amor esquiva, lenta y muy del siglo XXI.
Creo que estas dos novelas cuentan más o menos una historia similar: hombres buscando su identidad en la comunidad. Personajes perdidos, escindidos de su “yo”, buscan tanto en la nomadía como en el arte y la contemplación, respuestas a preguntas existenciales y ontológicas. ¿Quién soy? ¿Qué tiene que ver este lugar conmigo? La relación entre el sujeto y su entorno podría ser la gran temática de estas dos novelas. Andrés pone énfasis en la narración oral y Daniel en la política.
En cuanto al segundo grupo, también encontré un par de similitudes bastante interesantes que me gustaría mencionar: ambas son novelas escritas por mujeres, y ambas son novelas que tienen, en mayor o menor grado, cierto parentesco con el subgénero policial.
En el caso de La mujer del río, el subgénero está declarado inmediatamente debajo del título: “un policial basado en hechos reales”. Yo sé que, a los que estudiamos literatura, esta especie de adelanto a modo de invitación a la lectura nos parece un tanto maquetada, algo que, de alguna manera, le quita solemnidad al carácter puramente literario al que debe aspirar una obra. Sin embargo, tal vez a la autora y a sus editores les pareció una buena idea rentabilizar el hecho de que Paula Ilabaca hubiera recabado información verídica desde su tiempo de trabajo en la Policía de Investigaciones y quisieron ponerlo en la portada para captar, más que al “lector literario”.
Dicho esto: yo, como “lector literario”, conocía la obra de la autora por su importante libro de poesía La Perla Suelta que se leía mucho entre mis amigos y profesores de universidad, y que se tenía en muy alta estima por su arrolladora fluidez del habla femenina durante una época en que esta poesía no estaba tan de moda como ahora. Es por esto que, cuando vi que la misma autora de La Perla Suelta publicaba un policial “basado en hechos reales” me vi obligado a pagar los morlacos correspondientes y comprar la novela en la siempre carera librería Antártica, tal vez para comprobar lo que pasaba en un cambio de registro tan drástico como el que se me planteaba. Cabe destacar que yo no estaba enterado de la paralela carrera narrativa de la autora (La regla de los nueve), sólo conocía su veta poética, por eso me sorprendió tanto.
La estructura me pareció algo desafiante, puesto que cada capítulo estaba intitulado con un verbo en infinitivo más un pronombre enclítico (desearte, investigarte, buscarte, etc.) que se podía (o no) leer como un prolegómeno al ambiente o a las acciones llevadas a cabo en el capítulo en cuestión, junto con una fecha correspondiente al año 1984, para que los lectores pudiéramos situar temporalmente la narración.
Lo que más rescato de esta novela es el ambiente de misterio. Hace mucho tiempo que no leía una novela negra con todas sus reglas: una ciudad gris, un asesino suelto, amores furtivos, lenguaje policial, todo muy cinematográfico (en el mejor sentido posible). La personaje principal, Mercedes Torrealba, se presenta como una detective con un carácter fuerte y una belleza intempestiva. Sus facciones, cambios de humor, vestimenta y maquillaje son descritas con bastante precisión por la voz de un narrador omnisciente que aprovecha de manera muy sobria los espacios que permite la acción para utilizar figuras literarias y recursos lingüísticos de todo tipo, como anáforas, enumeraciones, recados y monólogos.
El argumento principal: la búsqueda de los responsables de un horrendo crimen que comienza con el hallazgo de un cuerpo descuartizado en una bolsa en las orillas del río Mapocho. Durante la búsqueda de la verdad, la detective atraviesa un complejo cuadrado amoroso que la involucra a ella, a su ex marido, a su mejor amigo y a la pareja de su mejor amigo. La tensión investigativa se combina con la trama erótica, dando como resultado una obra bastante original y divertida (en su oscuridad).
Por último, me gustaría referirme a la novela A esta misma hora recién publicada por Maivo Suárez, autora de la novela Sara y de los libros de cuentos Lo que no bailamos y Ambiente Familiar.
Ana es una joven que viaja a un pueblito de Argentina invitada por su prima Rosa poco después de que Blanca, una hermana con la que siempre tuvo una relación difícil, haya decidido acabar con su vida. Esta pareciera ser la historia central, pero sólo es el motor que echa a andar el movimiento de los personajes. La fuerza centrífuga de la acción narrativa llega por otros lugares.
Al igual que en La mujer del río, esta obra desenmaraña un misterio desde la perspectiva de una joven protagonista que, si bien no es detective, posee una sensibilidad y una perspicacia (gatillada por episodios de ansiedad) que la llevan a interconectar unos hechos con otros y llegar a sacar las conclusiones que el lector, atento a la trama, espera.
A pesar de un claro reconocimiento protagónico con el personaje de Ana, cada capítulo focaliza la atención en un personaje diferente, con una voz, una forma de hablar y de pensar diferentes. Es bastante notorio, por ejemplo, el contraste entre la discursividad política de Ana (chilena, progresista, feminista) con la de Rosa, su prima (argentina, religiosa, conservadora). A estos dos personajes muy bien construídos, que llevan a cabo diálogos notables, se le añaden los personajes masculinos, Miguel, Severino y Bertoni, quienes bien podrían conformar una tríada arquetípica de la masculinidad atractiva a la vez que tóxica.
Todos estos personajes (falta Ester y Belén) llevan a cabo, de manera coral y muy bien trabajada, la trama de A esta misma hora, una novela segmentada en capítulos breves, de lectura amena y rápida, como también muy comprensible, sin puntos bajos, con la tensión de la resolución final palpitando en cada segmento con mayor fuerza hasta llegar al clímax.
Me llama la atención que, tanto la novela escrita por Paula Ilabaca, como la escrita por Maivo Suárez, estén tan cerca del thriller psicológico o el subgénero policial, y que las protagonistas de ambas historias sean mujeres que se ven involucradas (en cuerpo y alma) a la búsqueda de los culpables: asesinos y violadores. Además, ambas comparten la característica de que las víctimas de los crímenes no están emparentadas necesariamente con las que llevan a cabo el “peritaje”. Es decir, cuentan la historia de una mujer que sufre por el sufrimiento de otra.
En fin, recomiendo bastante cualquiera de estas cuatro novelas con igual entusiasmo, aunque si tuviera que realizar un ranking… No, mejor eso se lo dejo a ustedes.