Paula Ilabaca (1979)
Emecé (Planeta)
ISBN 978-956-360-011-7
143 páginas
Paula Ilabaca es una escritora chilena con trayectoria como poeta por la que ha recibido varios reconocimientos. La regla de los nueve es su primera novela. Hay ciertas expectativas que —diría que injustificadamente— un lector puede hacerse cuando se enfrenta a un escritor que proviene de la poesía, expectativas respecto al ritmo, a la composición de las frases, a la sonoridad del conjunto. Pero no siempre las expectativas se cumplen.
La regla de los nueve es la historia de un joven universitario, Gabriel, estudiante de segundo año de Geología. Trata sobre su soledad, respecto de sus (pocas) inquietudes, sobre un grupo que se junta a leer poesía, sobre Gabriel que se enamora de Edith, sobre Gabriel que le gusta pegarle a Edith mientras tiene sexo con ella, sobre Gabriel que le gusta llamar Edith a Ingrid, mientras tiene sexo con ella, mientras la golpea. No hay mucho más.
.El aspecto principal de esta narración es la forma en que está construida. Cada cierta cantidad de capítulos se modifica el punto de vista bajo el simple procedimiento de cambiar el personaje que relata la correspondiente sección. Quien cuenta primero es Gloria, la madre de Gabriel, más tarde nos enfrentamos a algunas (dulzonas) cartas que Edith remitió a Gabriel y también tenemos la voz de Gabriel, a través de un diario de vida. A ellos se suman un par de detectives hacia el final del relato.
En cualquier novela la figura del narrador es fundamental. Dilucidar desde dónde se cuenta algo, quién lo hace, por qué. Si entramos en la ficción desde la tercera persona o si lo hacemos desde la voz de un personaje, involucrándonos en su conciencia. Posibilidades hay varias. Todas ellas producen efectos diversos y su elección no debiera ser antojadiza, sino que todo lo contrario. En el caso de La regla de los nueve nada parece justificar la elección de este narrador múltiple, que jamás se asienta. No da la impresión de que aporte diferentes puntos de vista sobre un mismo hecho, cual Rashōmon, porque cada parte se refiere a aspectos diferentes de las circunstancias y porque no hacen justamente lo que distintos testimonios permiten: la interpretación diversa de un mismo episodio, por lo que el método escogido queda desaprovechado y hasta estorba en el relato. Esto queda plenamente demostrado hacia el final de la novela, en el que el punto de vista se pierde por completo y pasa a utilizarse un narrador omnisciente, que maneja toda la información y que, como mecanismo tramposo, nos cuenta todo aquello a lo que ninguna de las partes pudo tener acceso, como si la autora evadiera enfrentarse a las problemáticas, exigencias e imposibilidades a las que fuerza un punto de vista restringido como los que escogió antes para desarrollar las otras secciones. Ese narrador malogrado es el defecto central de esta novela y, dado su caracter esencial, arrastra consigo a todo el relato, tornándolo fallido.
La temática pudo tener un mejor desarrollo y la autora da destellos de poseer los recursos suficientes como para haberla enfrentado de otra manera, como para llegar a un mejor resultado. Paula Ilabaca ya ha dado varios pasos firmes en el camino de la poesía. Un traspié no debería desalentarla.