Ahora que vamos deprisa (Ignacio Dávila)

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Ahora que vamos deprisa (2023)

Ignacio Dávila

Cuarto Propio

ISBN 978-956-396-267-3

278 págs.

 

 El problema de Chile
Por José Ignacio Silva A.

 

 

“Toda memoria es una conjunción de dos voces: la del ayer convocado y la del hoy que convoca. Toda memoria transita entre dos voces para construir su propia voz: la del niño y la del adulto, la de quien se ha sido y quien se es, aunque nunca nadie sea nada definitivo”, así reza en las páginas postreras de Ahora que vamos deprisa, opera prima del académico nacional Ignacio Dávila, que en 2023 copó estantes locales, de la mano de la editorial Cuarto Propio.

Como suele ocurrir con las primeras obras, en especial las novelas, el juego de espejos sostenido entre la ficción y la biografía propia del autor es tenue. En esto no hay mucho o nada de qué avergonzarse, si se atiende que los primeros escarceos literarios terminan transformándose en libros y así apaciguar la urgencia por sacar del pecho un recargado bagaje. En esta ocasión la novela se centra en la vida de Álvaro, un profesor de cine nacido en Chile, pero que a poco andar migra a España, que es donde se forja su identidad y, como queda meridianamente claro en el texto, su lenguaje.

Formalmente, el texto no es muy innovador. Las dimensiones temporales que se narran se van intercalando, yendo desde el Álvaro niño, de crecimiento en España; pasando por la versión juvenil y formativa del protagonista, donde la acción se concentra en Francia; y llegando a los años de madurez, compromiso y paternidad, que tienen como telón de fondo el turbulento Brasil, en específico el que va del derrocamiento del Dilma Rousseff, la inerme presidencia interina de Michel Temer y la arremetida de Jair Bolsonaro. Las capas de esta torta narrativa surgen con el propósito de “atribuirle, por lo menos, un contorno a aquello que carece de nombre”, según explica el protagonista, abrumado por el dolor por la muerte de su hija, poco antes de nacer.

Así las cosas, Dávila procesa recuerdos, personas, destierros, comidas, amores, desamores, accidentes, vaivenes políticos, burocracia extrema, diásporas con un lenguaje contenido y contenedor. La blusa del autor atora sentimientos que se desdoblan en el libro en castizo español peninsular, lo que genera efectos y preguntas, entre estas últimas sobre la chilenidad del autor, que se asemeja a aquella del delantero Ben Brereton Díaz, en que no solo es un accidente, sino que también es una incomodidad para el protagonista, que tiene severas dificultades para expresar sus orígenes en más de una ocasión a lo largo de la novela. Ya que estamos, lo cosmopolita del libro se expresa en los retratos de los personajes, y acá los chilenos salen mal parados. Las figuras chilenas del libro parecen debiluchos, volátiles o derechamente desagradables, como sucede con Claudia, la infumable novia chilena de los años franceses del protagonista. En contrapartida, los héroes de esta fábula son brasileños y españoles, como Vera, esposa paulista de Álvaro, o su querido tío Juanma. Figuras entrañables para el narrador, pero que además transitan con aplomo, dignidad y generosidad en la historia.

En este punto, bien podría aventurarse que Ignacio Dávila escribe este libro tal vez para poner en orden una existencia plurinacional y plurigeográfica, surcada de pérdidas, dolores físicos y espirituales, hostiles pabellones de hospitales, burocracia académica, derrotas políticas y diásporas obligadas. Poniendo atención al título del volumen, todo va deprisa y no tan en orden como se quisiera; hay confusión, preguntas, cosas que no se dicen, cosas que simplemente son, cosas de la vida.

Volviendo al lenguaje, tal vez el mejor atributo de esta novela es la forma en que la prosa de Dávila fluye. El tono imperante es el del reporte, la minucia detallada de los episodios biográficos. El narrador toma distancia y controla lo que se cuenta, pero también moldea el carácter y las actitudes vitales de los personajes, así como otros detalles del decorado, como lo político, expuesto de manera más bien romanticona. Con ello pareciera que hay que conformarse, pues los diálogos no abundan en el texto y además queda claro que el autor no posee el mejor oído, dejando al lector lo que el narrador tiene a bien declarar como principal expediente para entender la trama. Con todo, la pluma de Dávila es fluida, presenta oficio y trabajo y capacidad para sostener una narración henchida de vicisitudes.

A pesar de que se apunte al deceso de la hija del protagonista en el vientre materno como la crisis mayor de la historia, da la impresión de que la patria natal es también una fuente nada desdeñable de tormento. Al héroe le duele Chile, país que encarna las experiencias más detestables que este libro da cuenta, pasando por alejamientos paternales, bullying escolar, debacles familiares, fracasos amorosos y, para mayor abundamiento, paseos infantiles frente a la residencia de Augusto Pinochet en la calle Presidente Errázuriz. Chile contraría al autor al punto que no consigue situarse allí ni tampoco replicar el habla, “Pensaba en Chile y recordaba mis esfuerzos para pronunciar como un chileno, adquirir la entonación y el fraseo, engullir los sonidos españoles a la fuerza, reprimir en la garganta las letras que no debía pronunciar, tragar mi acento como quien se traga un veneno. Pensaba en Chile y no conseguía pensarme allí”, reflexiona Álvaro, sumido en el gótico ensueño de la catedral de Amiens.

Sumando y restando, Ahora que vamos deprisa, es un libro parejo, equilibrado. Salvo algunos pocos engolamientos y un leve exceso de referencias culteranas, la pluma de Dávila avanza con razonable firmeza de principio a fin. Queda preguntarse sobre qué versará, si la hay, la siguiente entrega del autor, habiendo quemado el cartucho biográfico. Todo por verse.

José Ignacio Silva

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