Vera Zepeda: “No empecé a escribir pensando en Antofagasta, si tengo que ser honesta. Pero pasa que esta ciudad es bien fúnebre”

 

Vera Zepeda (Antofagasta, 1998) es escritora trans y tallerista. Actualmente vive en Antofagasta donde estudió derecho en la Universidad Católica del Norte. Ha sido reconocida con el Premio Roberto Bolaño (2022, mención cuento; y 2023, mención novela), y galardonada en los Juegos Literarios Gabriela Mistral (2023, cuento) y en el Premio Literario Pedro de Oña (2023).

A pocos días del lanzamiento de «Habitaciones», su primer libro de cuentos, publicado por Trazos de aves, entrevistamos a la autora, quien nos habla sobre sus inicios en la escritura, el proceso de publicación y los temas recurrentes en sus cuentos.

 

Primero para conocerte, Vera ¿Nos podrías contar cómo comenzaste a escribir? ¿Cuáles fueron las primeras lecturas que te llevaron a interesarte en la literatura? y ¿Qué relación mantienes con el acto de la escritura?

Empecé a escribir como en primero medio. Inicialmente para responder a la curiosidad de mis amigas. Por ese tiempo yo inventaba historias y les mentía diciendo que eran libros que tenía escritos, casi pura fantasía. Cuando una de ellas se interesó por leerme, fue que me tuve que sentar a escribir y ver si fluía o no con las palabras.

Las lecturas que me llevaron a interesarme fueron María Luisa Bombal y Ray Bradbury. Recuerdo haberlos leído como a los quince años, y sentir que había algo especial en esas escrituras que no había leído antes. Siempre me acuerdo de Crónicas Marcianas, aunque no escribo ciencia ficción. Fue de los primeros libros que leí por gusto.

Mi relación con el acto de escritura ha ido cambiando con el tiempo. Al principio lo percibía como una especie de regulación emocional: quería escribir lo que sentía y ya. Pero con el tiempo, después de varias lecturas, me he dado cuenta de que me gusta tomarlo como un acto de experimentación conmigo misma. Hasta dónde puedo llevar el lenguaje o hasta dónde puede armarse una frase. Es complicado, yo creo que actualmente las dos cosas las sigo relacionando.

 

Esta es tu primera publicación y en ese sentido, me interesa saber ¿Cómo fue el trabajo de edición con editorial Trazos de aves?

Fue un trabajo bastante cercano, los editores consideraban harto mis puntos de vista y siempre sentí que el trabajo era un poco más “familiar”. La editorial misma se define así, y eso igual brinda confianza. Primero editamos el texto que postulé a una convocatoria, por un par de meses, y después lo mandamos a un corrector de estilo. Lo que más me gustó de la edición fue la vuelta que le dimos a los títulos de los cuentos, era algo que no había pensado antes.

 

Los cuentos de Habitaciones tratan distintos temas como son lo religioso, el género, la muerte, la orfandad, el hogar, la pertenencia, la clase y el paisaje de Antofagasta, entre otros. Respecto a lo primero, específicamente en el cuento «Vanesa», además del tema identitario, el imaginario que manejas es llamativo desde lo simbólico e iconográfico del culto evangélico. Es interesante el despliegue de las relaciones entre personajes que develan ese “tras bambalinas” de un mundo del que quizá tenemos una idea más infantilizada y caricaturesca. Entonces te quería preguntar ¿Cómo nace ese cuento? y ¿Por qué te interesó  tratar ese tema en específico?

Nace porque mi familia es evangélica y buena parte de mi vida estuve dentro de ese entorno. En un punto mis mejores amigos, los amigos de mis papás, y la gente que entraba y salía de mi casa era del culto evangélico. Así que siempre había querido escribir de eso. Tampoco había leído mucho puedo equivocarme, quizás sobre la experiencia desde adentro. Me interesa todavía ese imaginario, tiene harto simbolismo, harta relación con la muerte, con la culpa. Es una religión media tenebrosa de vivir, creo yo. Tampoco pretendo hacer una reivindicación, pero sí me parecía interesante trabajar con esas imágenes que tenía a la mano, y sobre todo, ahondar un poco en lo que se esconde debajo de la superficie de esa imagen evangélica: los ternos, falda larga, y la predicación en la esquina.

 

En tus cuentos, les personajes conviven constantemente con la aversión, ya sea en forma de asco, enfermedad, deshecho, muerte o contaminación. Y en ese sentido, en el paisaje recaen mucho de estos elementos que suman para armar las atmósferas desoladas y fúnebres en las que transcurren tus historias. Respecto a eso, ¿Cómo pensaste el elemento del paisaje con relación a Antofagasta?

No empecé a escribir pensando en Antofagasta, si tengo que ser honesta. Pero pasa que esta ciudad es bien fúnebre de por sí. Por donde quiera que se mire hay explotación: el agua con arsénico y las manchas que genera en la piel, los altos índices de cáncer, el puerto contaminante, el vertedero en la Chimba. Lo pensé así, como un paisaje más industrializado o casi alejado de la “realidad”, que también llevaba a sus personajes, a su vez, a un aislamiento. En uno de los cuentos traté de hablar sobre uno de esos puntos, que es la quema de basura del vertedero. Eso pasa muy cerca de casas, liceos. Y el olor se siente. Quería reflejar eso, que el paisaje contaminado de algún modo también condiciona las relaciones entre las personas.

 

La clase es otro tema que tocan tus cuentos, ya sea desde las relaciones patronales en «Nada puede ser peor que Antofagasta», o en las relaciones sexoafectivas que encontramos en «Contraturno» y «Habitaciones». Pero también pienso en «Huacha», donde la clase se juega en un lugar más microscópico, porque las diferencias socioeconómicas de les personajes no es tanta, pero de todas formas se expresa en el nivel de vulnerabilidad que hay entre elles que, de todas formas marca la jerarquía. En ese sentido, es interesante pensar en la violencia de clase desde ese lugar naturalizado, algo así como si pensáramos que “esta es la forma en que son las cosas”. ¿Qué te interesó de mostrar estas situaciones? ¿Cómo relacionas esta idea de “violencia de clase naturalizada” con el terror en tus cuentos?

Me interesaba la palabra huacha. Donde vivía antes era un insulto de todos los días, hasta mi mamá lo repetía harto cuando no sabía qué decir. Casi como si hubiera una subcategoría dentro de la misma clase, y que pudiera incluso discriminarse o “distinguirse”, entre nosotros por esa falta. Ese matiz me llamaba la atención, no quería escribir simplemente sobre un embargo.

Con respecto a la idea que planteas violencia de clase naturalizada, no sé si lo pensé directamente como una forma de terror. Lo pensé como una especie de frialdad. Hay hartas frases y pensamientos que plasmé que son bastante crueles, pero que parece que no se pueden refutar a lo largo de los textos: como si en el fondo la única verdad fuera la imposibilidad de escapar a esa violencia. En los cuentos a ninguno de los personajes les provoca horror o incomodidad, es más bien una aceptación. Quizás eso sí da miedo.

 

 «Imposible abrir la boca» trata el tema de la identidad desde la perspectiva de una madre que observa a su hije, poniendo el tema bajo un aura de secreto y tabú familiar. ¿Qué opinas de esta idea y de las formas de representación que tienen las identidades trans actualmente en el campo literario? 

Yo creo que las identidades trans/travesti estamos muy conectadas con el uso del lenguaje. De alguna manera, necesitamos que las palabras y los modos de referirnos a nosotres también transicionen en la boca de los demás. Y eso quería representarlo, especialmente cuando falla. Me gusta la literatura que hay escrita por autoras trans, pero me gustaría leer más sobre esos periodos “pre-transición”, o incluso transicionales en que se siente una como una bisagra. Eso me llamaba representar en el cuento. De hecho, me fascina mucho la idea de escribir sobre una mujer trans que aún no ha transicionado, y que solo el narrador la trate con sus pronombres. Porque eso es lo que pasa en la realidad, incluso después de. Hay una especie de horror en eso que me resulta bacán.

 

Sé que también escribes poesía. Con relación a la escritura narrativa ¿Cómo crees que conviven ambas aproximaciones al texto? ¿Cómo crees que se beneficia o no la escritura al obviar la convencionalidad de los géneros literarios?

Yo creo que ambas nociones pueden convivir bastante bien. La escritura poética tiene algo que la narrativa quizás no alcanza por sus propios medios. En particular, respecto al libro, no fue algo intencional, simplemente se dio. La poesía a pesar de su abstracción, creo que es más fiel para representar ciertas cosas.

Pienso que se beneficia harto evitar la convencionalidad. Cuando se escribe narrativa con tintes poéticos, o a la inversa, (al menos a mí me pasa), uno de los géneros termina por devorar al otro. Estoy en esa experimentación, leyendo cosas de esa clase también. Es estimulante para el pensamiento leer como escribir de esos modos. Además, una también experimenta esa no convencionalidad en el propio cuerpo. Lógicamente se pasa eso a la escritura.

 

Para finalizar, ¿Nos quieres contar sobre los proyectos escriturales que se avecinan?

Para este año, quizás a mediados, con Histeria Editorial, deberíamos sacar un plaquette de cuentos. Se llama Todo queda a kilómetros. Intenté trabajar el horror que hay en estar lejos de la ciudad, incluso lejos de la “civilización”. Va a ser un librito artesanal con ilustraciones y me emociona harto. Más en privado estoy tratando de insertarme más en mis memorias evangélicas. En este tiempo he tratado el tema más de soslayo, quizás para no enfrentarme a mis recuerdos. Así que ahora estoy en eso, releyendo pasajes, anotando experiencias, recordando “himnos”. La deformación de la fe a través del trauma. A ver qué sale de ahí.

Cristofer Vargas Cayul

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