El sueño del marido propio (Natalia Berbelagua)

El sueño del marido propio (2023)

Natalia Berbelagua

Aguarosa Lab

130 pp.

Por Alejandro Banda

 

Autobiografía vidente del paisaje doloroso en El sueño del marido propio de Natalia Berbelagua

 

La frase que da origen al título de esta novela autobiográfica de Natalia Berbelagua (Santiago, 1985), la hemos escuchado tantas veces que se entiende de inmediato el sarcasmo planteado sobre un anhelo que muchas veces no llega a cumplirse, que demanda esfuerzo y sacrificio, en ocasiones a lo largo de toda una vida, una que en la mayoría de los casos no resulta suficiente. En El sueño del marido propio, si se compara al marido con una casa, se trata de hallar cobijo y confianza donde anclar los años venideros y la esperanza de alcanzar una felicidad en armonía con el vaivén de los afectos. Un idilio imposible, se podría pensar, platónico quizás, cual pronóstico cruzado de visiones atemporales que pudiesen brindar alguna certeza. No obstante, aquel sueño ha de ser mantenido en pareja, y en ello radica la complejidad de las relaciones sometidas al paradigma de un modelo injusto, patriarcal y capitalista, que impone limitantes y prácticas anacrónicas sobre el cuerpo de la mujer. ¿Será un imposible alcanzar la armonía entre cónyuges?, ¿será un sueño imposible que el amor perdure? Y el desamor, ¿qué hay de él?, ¿será transgeneracional como el trauma?, ¿permanecerá el sino trágico?

Me dijo que era una mujer del 1700, vestida de verde claro con un gorrito blanco, en Francia. Estaba embarazada e iba muy triste caminando por un sendero (…) hasta que aparecía en el camino un coche tirado por caballos al que me lanzaba en medio de la desesperación. (Berbelagua, p. 105)

Algunas parejas lo logran, son pocas las felices, pero las hay. La mayoría dirá que fue necesaria mucha paciencia, saber perdonar, saber amar y amarse. O que fue necesario el olvido para salir adelante. Como fuere, el ser humano necesita de otras memorias y corazones para sentirse vivo. En esta novela la protagonista cuenta su experiencia tras alejarse de Santiago, ciudad capital de cinco millones y medio de habitantes, para vivir en un pueblo de dos mil, en la zona costera de la región del Maule, junto a Rafael, la persona que acaba de conocer hace un mes. “[E]spero salir viva de esto y que detrás de esos ojos azules no haya un sicópata” (p. 9).

La narradora innominada tiene claro su rol de escritora y es consciente de la aventura que inicia, así como también de las afecciones que pueden perseguir a todo creador excéntrico, en su caso, además, involucrada con la lectura del Tarot, los símbolos y el estudio de la psique. Por eso, durante la trama su actitud siempre es decidida ante toda noción preestablecida y va exponiendo abiertamente sus cavilaciones más íntimas, incluso dudas y temores. Esto vuelve el relato creíble y empatizamos con ella, valorando la legitimidad con que escribe, con la confianza de decir tuve miedo o fui cobarde, estuve a punto de entrar en pánico, o tomé una pequeña escultura dañada desde el patio de una casa en ruinas. Empatizamos porque su actitud es ante todo humana, y en ese vaivén nos vamos involucrando a medida que avanzamos en la lectura.

Ya está dicho que no se trata de un sueño lo narrado, no obstante, después de leer esta nueva entrega de la autora de Valporno, y querer recordarla, la experiencia de volver a sumergirse en el intrincado laberinto de personajes secundarios a la orilla del mar, sobre los ventisqueros y bajo la mirada de bosques y pájaros, evoca un mundo onírico. La escritora protagonista extiende sus pasos decididos para recordarnos aquellos “territorios invisibles” (Moncada) desde los cuales se puede leer el paisaje de Chile, esa “loca geografía” (Subercaseaux) tan diversa como sus habitantes, en este caso sobrevivientes del tsunami que devastó aquellas costas pobladas del Maule en 2010. Será por esto que la trama nos sumerge en un compendio de incontables fragmentos que se van mezclando como dentro de un vórtice marino; locales, familiares, personales, íntimamente ligados a un ejercicio escritural irrenunciable, cercano a lo social del territorio que la narradora recorre y anota, intentando descifrar cual migrante los nuevos signos de la pequeña localidad desolada en invierno.

La casa cual símbolo, dada su sostenida presencia en la literatura, siempre ha llamado mi atención como analogía del estado interior de los individuos. Gastón Bachelard le ha dedicado muchas reflexiones a ese universo personal que proyectamos en el interior de una casa, y Michelle Perrot, en su indispensable Historia de las alcobas (2011), escribió que la habitación es el lugar del pensamiento, “propicia para la escritura personal”. En esta novela de Berbelagua hay varias casas que ella visita y aunque su descripción no es el objeto central del relato, sí vemos fragmentos de ellas, como habitaciones, terrazas y patios, más otros detalles generales que logran representar el imaginario geográfico donde se hallan. Lo que nos recuerda que el territorio es el espacio geográfico, y éste, como lo ha señalado Milton Santos, es el espacio social. Son casas en la pendiente expuestas a la inclemencia del paisaje, como si el dolor personal se viera reflejado en el entorno. Son casas permeables que, aunque pueden parecer grandes, son frágiles ante la inmensidad. Por consiguiente, el espacio marítimo no es explorado en la novela en su dimensión transoceánica, salvo por pasajes de la historia de naufragios y orillas desoladoras donde un faro es insuficiente, donde el mar se ha vuelto una frontera imaginada, porque su imagen, en esa zona, pareciera significar que el reloj sigue en movimiento. Por esto el paisaje natural contrasta con los trabajos de construcción y reconstrucción que no solo evidencian los años posteriores a la debacle sísmica y la subida del mar, sino además representan la idea de una cultura que falta, oportunidades que faltan, partes de un abandono que se resiste a reconocerse carente. En el caso específico de la casa que habitan los protagonistas, aunque su descripción sea prácticamente tácita, se ha vuelto una “casa enferma” y en ella se siente enjaulada, ante lo cual la protagonista decide construir un jardín y posteriormente optará por enfrentar la panorámica del mar desde un escritorio situado en otra casa.

Así como Virginia Woolf en un ensayo le reconoció a Samuel Beckett su habilidad para describir el estar enfermo, también le reclamó, y a toda una generación, su necesidad de leer lo que la protagonista y los sujetos ficcionales estaban pensando. En vez de tanta descripción arquitectónica sobre la casa, o el color de las habitaciones, Woolf quería leer pensamientos, reflexión, cavilaciones. Por tanto, la literatura debía dar vuelta la página, abrirse a nuevas perspectivas, exponer las contradicciones interiores, en otras palabras, abrirse al monólogo interior. En El sueño del marido propio hay tal cercanía particular entre vida y obra que se da el “caso de autor”, como lo llamó Eleonora Cróquer, cuando el texto como acontecimiento del cuerpo termina dando cuenta de la excentricidad y anormalidad (Foucault) del/a creador/a, lo que en la escritura de Berbelagua se concreta con fina naturalidad, logrando fusionar en la poética de su narrativa, géneros referenciales afines como el diario íntimo y el testimonio —aunque Leonidas Morales afirme que el testimonio no es un género—. Pues bien, en esa hazaña de relatar lo cotidiano cada elemento se vuelve transcendente, porque junto a su intento de alcanzar la felicidad y de reponerse de sus dolores físicos, afectivos y existenciales, ella lee los símbolos a la par que escribe su biografía. Lo vidente, por tanto, será el sugerente y frágil ejercicio de volver el espíritu y el cuerpo en escritura, el lugar desde donde ella pulsa y se involucra con la realidad que extiende.

Abrir el mundo privado y exponerlo a través de la escritura, como los avatares del cuerpo: la sexualidad, la pérdida, el dolor, la marginación, los buenos y malos pensamientos; estas revelaciones, no solo convierten lo íntimo en algo público, sino que también operan como una declaración política contra un modelo patriarcal que necesita correcciones. La novela sugiere, por tanto, que la felicidad no depende necesariamente del matrimonio, a pesar de las presiones y pretensiones, económicas y sociales, que intentan imponerlo. Es más, propone que la felicidad implica involucrase con el colectivo, hacerse compañía entre los/as solitarios/as, buscar la comunicación, abrirse a nuevos espacios, y si es necesario volver, volver a ser parte de la comunidad y del contexto tensionado que vive el país, porque el aislamiento no es sinónimo de confort. Desde esta perspectiva, el texto podría sumarse indirectamente al testimonio de los meses previos a la bella revuelta, al estallido social ocurrido en 2019, que ella comienza a narrar en la recta final de la novela, posiblemente para darnos a entender que hay un sueño mayor que debemos construir y alcanzar, el sueño de un país propio.

En este mosaico de relatos, autora y narradora se funden para no sucumbir bajo el agobiante autoritarismo de una estructura representada por vidrios invisibles que impiden la libertad de volar o de vivir en plenitud. De su lectura podremos conocer otras formas de resistencia, superación del dolor y de reconciliación con el yo problemático. En esta seductora historia situada en Curanipe, tendrán ustedes que descubrir por cuenta propia el resultado de aquel encuentro idílico entre un hombre y una mujer decretado por las fuerzas invisibles del destino, romance atemporal y desafiante que, con exquisita narración en primera persona, evocadora y genuina, Natalia Berbelagua hace visibles.

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