El (o)caso Metallica (Respuesta a la carta abierta de Diego Armijo)

 

Cuando era más chico, sobre todo en la adolescencia, participé en el debate sobre el “caso Metallica” muchas veces con mis amigos. Lo que pasa es que Metallica era una banda thrash poderosísima al principio, una de las precursoras del género de hecho, hasta que decidió abrirse a un público más amplio a través de una metamorfosis que partió con su quinto disco, Black Album y se consolidó con su octavo disco, St. Anger, que fue muy exitoso entre el público MTV, pero bastante mal mirado entre sus fans acérrimos, quienes seguían a la banda desde el Kill em All hasta el Master of Puppets (la era Cliff Burton).

El debate se levantaba por un grupo que decía que Metallica era una mierda después del And Justice For All…  puesto que habían disminuído su velocidad acostumbrada y simplificado en demasía sus composiciones, lo que demostraba que la banda se había “vendido”, una acción imperdonable dentro de los códigos implícitos del género.

Otros decían que lo que hizo Metallica no tenía nada de malo porque era la evolución natural de una banda: abrirse al mercado y ampliar su campo de acción. Así es como hoy vemos a Metallica con un show mucho más familiar y amable, cambiando el circle pit por pelotas de playa y las canciones del Ride The Lightening por las del último disco que ya ni sé cómo se llama.

Al final, después de este debate ¿cuál de los dos grupos tenía la razón? Es muy difícil definirlo, puesto que ambas posturas eran, de alguna manera, válidas, ya que nunca ha existido (ni existirá) un reglamento explícito sobre lo que puede o no puede hacer una banda metalera con sus propias composiciones, entonces la discusión se extendía hasta el infinito, puesto que nadie era capaz de llegar a un acuerdo sobre si Metallica era una banda falsa (poser) o verdadera (true).

A pesar de este conflicto (bien hueón en realidad, pero que sirve para ilustrar), había  algo que ninguna de estas dos posturas podría negar (y que le convenía mucho más al bando “poser” en la discusión) y es que Metallica pasará a la historia por ser una de las mejores bandas metaleras de todos los tiempos a pesar de su metamorfosis, puesto que su trayectoría y su influencia en la vida de muchas personas era cien por ciento real.

Me costó muchos años decir de corrido la frase anterior porque yo pertenecía a los fanáticos del primer grupo, de los que odiaba a Metallica por ser una banda poser, un grupo vendido. Sin embargo, con la madurez (supongo) y aunque me siga cargando el St. Anger, el Load y el Reload, si alguien me dice que le gustan esos discos, buena onda, pongamos un tema, al menos estaremos escuchando Metallica.

El ejemplo anterior ilustra un poco lo que me pasa con la crítica literaria chilena y sobre todo con Diego Armijo (y al parecer también con Diego Leiva). Lo que pasa es que durante estos años en que me he metido de lleno en el oficio literario (leyendo, escribiendo mis cosas, reseñas de libros y haciendo clases) me he dado cuenta de que la literatura “simple” o algo más sencilla, es también más democrática, como los discos que a mí me parecían  “malos” de Metallica. Y creo que no estoy solo en esta postura, ya vemos, por ejemplo, a Mariana Enríquez levantando al “cuico vendido” de Stephen King a pesar de sus detractores.

Las ganas de algunos por bajar a Zambra de su trono (ya sé que este no era el tema de la columna aunque el título dijera lo contrario) además de parecerme un gesto demasiado evidente de “matar al padre” (que durante muchos años fue hijo) me recordó mucho al tema de Metallica versus Megadeth o de Bolaño versus Isabel Allende. ¿No pasaba algo similar a finales de los noventa? Bolaño se esforzó mucho criticando la escritura de la autora, pero no le bajó ni un centavo a la venta de sus novelas ni a la periodicidad con que aparecía su fotografía en la prensa. ¿A quiénes verdaderamente influyó con sus críticas tan ácidas? A nadie, porque los que leían a Bolaño ya estaban de acuerdo con él, entonces no había nada que discutir, mientras que los que disfrutaban de pies a cabeza una novela de Isabel Allende de seguro confundían a Bolaño con Chespirito y no estaban ni ahí; de seguro también lo acusaban de chaquetero.

¿Quién es mejor, Isabel Allende o Roberto Bolaño? ¿Qué disco es mejor el Kill em All o el St. Anger? ¿Qué novela es mejor, Bonsái o Poeta Chileno? ¿Qué banda es mejor, Metallica o Megadeth? Elige, machucao ¿volante o maleta?

Lo que quiero decir es que lamentablemente en Chile existen dos literaturas, la de Allende y la de Bolaño, la de Zambra y la de Rimsky, como tal vez antes fue la de Zambra y la de Simonetti, y no se puede medir a las dos con la misma vara. Dos literaturas coexistiendo generan dos críticas literarias incompatibles, lo cual me parece una aberración al término de “crítica literaria”, porque una sola crítica debería atravesar a las dos literaturas (o a la ilusión de dos literaturas) como un balazo limpio.

Son públicos distintos que es preciso aunar en un solo criterio, el de la mentadísima “calidad” literaria. Y si no podemos llegar a un acuerdo respecto al término de “calidad” (que por su connotación se relaciona mucho con el mercantilismo del que tanto escapa toda expresión artística) entonces al menos pongámonos de acuerdo con lo de “literaria”, porque ahí sí podríamos instalar ciertas concesiones.

Creo que justamente esto era lo que en un principio identificó Careaga, quien observaba mucha más “verdad” en los diálogos de pasillo que en las críticas y reseñas de libros, demasiado cuidadosas para su gusto. Con eso abrió el debate, y yo creo que la simple respuesta a esa pregunta es que en realidad nadie se atreve a hacer críticas “literarias” porque el concepto de literatura se ha ampliado tanto que ni siquiera en las mejores  universidades del país te lo pueden definir con claridad; es un concepto siempre etéreo, ambiguo y cambiante, que de tan dócil se volvió herramienta del discurso ideológico de todo tipo de corrientes autodenominadas intelectuales, convirtiéndose en la auténtica ramera de las artes humanistas. Todavía seguimos definiendo “literatura” con Terry Eagleton, con eso te digo todo.

Según el posmodernismo ¿qué es literatura? Cualquier cosa que esté escrita. Un boleto de micro, una cuenta del gas, un acta de reuniones, un código QR, una fotografía, un manual de instrucciones, cualquier cosa puede ser literatura si lo sustentan con una buena corriente ideológica preexistente. Hoy en día el juego se ha convertido en justificar un cuento con otro cuento,  por eso nadie se atreve a criticar bien, a criticar con fuerza las estructuras, las poéticas, los ritmos, los símbolos, los juegos, las ideas filosóficas y las prosas, porque desde el núcleo literario se desprenden tantas y tan delgadas hebras que es difícil meter la mano sin romper alguna. Decir, por ejemplo, que el último capítulo de Limpia  arruina toda la hermosísima novela que se había construido detrás, es posicionarse de facho reaccionario inmediatamente, aunque la falla sea más bien estructural que ideológica.

Me refiero a  que, a pesar de que no les guste Zambra (o cualquier autor chileno más o menos famoso a estas alturas)  y no compartan la opinión de que para algunos se volvió el “centro del canon” (tampoco estoy de acuerdo), no sacan nada con bajarlo de la tribuna en que se encuentra cuestionando a los medios que se le acercan porque, y aquí creo que se encuentra el quid de la cuestión, a la gente de los periódicos no le interesa la literatura, sino el envoltorio en que viene embalada esa literatura, dígase ventas, premios y éxito en general (la vara con la que yo mido, según Armijo). Por otra parte, hay quienes se fijan en el envoltorio ideológico más que en la obra (volvemos al tema de Lorena Amaro cuestionando ciertas autorías femeninas). En cualquiera de los dos casos, la ceguera en cuanto al fenómeno literario, persiste.

Ahora, respecto a este punto, el de la mafia “portaliana” influyendo en la promoción mediática de nuestros autores, me cabe una tremenda duda, y es que nunca he sabido por qué hay tanta bronca contra el pobre Martín Rivas (sic). O sea, se invita a odiar a un poeta/periodista (Diego lo trata incluso de cuico conchetumadre, por más corchetes que le ponga al garabato, al más puro estilo de Felipe Avello contra Matías del Río) pero ¿por qué? ¿de qué telefonazos hablas, Diego? Yo no me sé el cahuín, además nunca volvería a cometer el error de compartir un odio que no tiene sustento, como cuando odié a Metallica.

Por lo que sé, el tipo es director de ediciones UDP, un proyecto que este año cumple veinte años de excelente trabajo. Si no fuera por ellos no hubiera podido conseguir nunca el “Proyecto de obras completas” de Rodrigo Lira o “Paseo Ahumada” de Enrique Lihn, y si además el hombre tiene pega en La Tercera como redactor o columnista, bien por él. No me interesa. Nunca me ha interesado La Tercera. Todos sabemos que es un diario facho y que los fachos nunca pueden avanzar más allá de la superficialidad. No creo necesario tenerle bronca a este tipo de personajes, más bien lástima. Yo sé que lo bueno nunca estará ni en la Tercera ni en el Mercurio (lamento mucho, de todas formas, el cierre del espacio en LUN) porque el caldito, lo que nos importa, lo bueno, está en Palabra Pública, en la Revista Chilena de Literatura, en la Revista Santiago, en Origami, en Loqueleimos, en Lector.cl y en la mítica Letras S5 (incluso en el tik-tok de Celso). Tu perorata contra Martín Rivas y Zzzz de la columna que respondí me sigue pareciendo una exageración. Un amigo me dijo que era como gritar “¡Agustín Edwards, haga argo!”

En fin, Diego, yo creo que la pega de nosotros, no digo solo de los que se hacen llamar críticos literarios, sino de los lectores críticos en general y de todos los que cachamos un poquito sobre el tema, es echar a competir teóricamente a los autores que sabemos que son valiosos (Rimsky, Wilson) desde las sombras luminosas de la aprobación académica hasta el limitado campo visual del periodismo establecido.

No seguiré atacando tu postura porque me parece que, a pesar de todo, tenemos más cosas en común de las que crees. Ambos somos novelistas chicos tratando de abrir paso a nuestras ideas por amor al arte (ninguno recibe un veinte por estos escritos, a diferencia de Martín Rivas). No tengo nada contra tu persona a pesar de estar en desacuerdo con la mayoría de lo que dices (y sobre todo con la forma en que lo dices). Con gusto seguiría saludándote en las furias y primaveras, incluso te invitaría hasta una birra en el Cantábrico para seguir discutiendo el tema y para que me cuentes de una vez por todas el cahuín de los telefonazos. Aunque si no estás de acuerdo, siempre podremos agarrarnos a combos afuera de la Qué Leo o en Pisagua, donde más te acomode. Y en cuanto a las críticas que levantaste respecto a mis libros, solo me queda darte las gracias por darte el tiempo de leerlos.

Álex Saldías

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