Me gusta mucho la discusión literaria del último tiempo. Desde la reflexión que hizo Lorena Amaro sobre las autorías femeninas hasta la columna de Roberto Careaga sobre la ausencia de críticas literarias potentes. Creo que es un ejercicio que le hace bien al panorama de la narrativa nacional porque a través de la discusión aprendemos todos, puntos extra si la discusión es más o menos fuerte y entretenida, puntos extra si aparecen respuestas y contra respuestas, porque a todos nos gusta el chisme, que es una conversación poderosa entre inteligencias que se han sobre exigido bastante en el ámbito estético/literario y que bien vale la pena escuchar. Sin embargo, dentro de este nuevo escenario, el de la lucha argumental en torno al fenómeno del libro y la lectura, hay algunos a los que se les va demasiado el hilo. Me refiero específicamente al histérico texto que publicó Diego Armijo en la revista Origami el 26 de octubre.
En el texto, Diego hace gala de su sagacidad prosaica para chaquetear desvergonzadamente y con ironías muy baratas a uno de los mejores representantes de nuestras letras nacionales, al buen Alejandro Zambra, autor de al menos tres novelas de altísimo nivel (pongan las que ustedes quieran en la lista porque todas se parecen) quien ganó este año el premio Iberoamericano de literatura Manuel Rojas, un premio que suelen ganar los argentinos, y con justa razón, ya que el nivel de sus publicaciones está a años luz de las nuestras, tal vez porque ellos ya no se preocupan tanto de estas rencillas literarias que le preocupan a Diego, siempre pendiente de lo que hace el periodismo con las novelas y los autores que a él no le gustan, pero sin esforzarse tanto por levantar él mismo a esos autores (y sobre todo autoras) que él dice merecerían estar en el podio.
¿Cuál es el problema que encuentra Diego en la “escena” literaria chilena? En simple: que se levante a unos en vez de otros, eso es todo. Lo que dice Diego, cuando se queja de que sólo se hable de Zambra en los medios, es que se debería hablar de otros escritores en su lugar, o que existe cierta “mafia” entre inteligencias malignas que deciden quién sube y quién no, como si la calidad literaria de las obras no tuviera nada que ver.
La crítica que hace Diego tiene algo de sustento cuando dice que las propuestas son simples, vanas, que hay otras más profundas y que hay otras, sobre todo, más “comprometidas” y pongo esta palabra entre comillas porque este es el mayor problema que tiene Diego cuando pone en la balanza a ciertas obras de ciertos autores, porque él piensa (y muchos más, lamentablemente) que las obras literarias deberían medirse por su nivel de “solidaridad” con las causas de los pueblos oprimidos, con la representación de las disidencias, con la representación de las estéticas marginales (que es la rama que él prefiere por sobre todas) y con cualquier colectivo indignado a cual engancharse para ganar asentimientos de cabeza en los lanzamientos y la percha de un supuesto autor “comprometido”, como si los escritores firmaran un pacto con el “partido” cada vez que se decidieran a escribir una obra; como si la literatura necesitara responder a un programa establecido.
Para explicar mi desacuerdo me tomo de algo que dijo en su artículo, porque Diego dice que Zambra (a quién llama Zzzz tal vez para hacer alusión al “quedarse dormido” leyéndolo) es un autor egoísta:
Pienso en que esos libros, pero también en Z como símbolo y figura es alguien apretado, digo, egoísta. Que sus libros son egoístas. La lectura de estos, grata o peliaguda, se vuelve rápidamente aséptica. Es que hay en la escritura de Zz un afán, no buscado, eso espero, de clausura.
Cuando Diego dice que la literatura de Zambra es “aséptica” se refiere a que sus novelas son, de alguna manera, inofensivas, y esta es una de las cosas que juzga, no solo de Zambra, sino de todos los autores que no se ajustan a lo que él piensa que debería ser un buen escritor o una buena novela.
Frente a la amplia cobertura que recibe Zambra por ganarse un premio grandote y reconocido a nivel internacional, Diego se queja de que otras cosas, como la traducción al italiano de Souza, la primera novela de Nina Avellaneda, no se le haya dado mayor relevancia. ¿En serio, eso para Diego es un problema? ¿por qué? ¿y esto es además culpa de Zambra, no de los periodistas? No lo entiendo. También dice que esto es una “clausura” y no lo puedo encontrar más equivocado.
Esta cita llega a ser chistosa: “Es difícil de entender ese cariño ambicioso que tiene ese espacio por él. Pues frente al trabajo de otras autorías, los grillos hacen orquesta. Al parecer hay que ser premio Nobel o no apareces”.
¿A qué se refiere con cariño ambicioso? ¿Por qué es tan importante para Diego salir en el diario? ¿Qué pasa cuando sale un autor en el diario? Es una alegría, la familia te felicita, los amigos también, es bonito, pero no es trascendental para nada, lo único trascendental para los escritores es escribir bien y Zambra escribe bien, aunque a él no le guste. Tampoco quiero que se me acuse de groupie del autor o algo por el estilo, pero ya desde su debut (Bonsái, 2006) Zambra dejó literalmente la cagá en el panorama narrativo chileno. Nos trajo un realismo sencillo de postdictadura y autoficción, una prosa fina, con influencia japonesa e italiana, con más intertextualidad que la cresta, con un comienzo de novela memorable “al final ella muere y él no, el resto es literatura”. ¿Cómo no te gusta, Diego? El hombre es un bacán. Claro, tiene sus problemas, por ejemplo, parece que escribió cinco veces la misma novela de maneras distintas y los chistes se le vuelven cada vez más suaves, pero la huella del autor en el círculo hispanoamericano es grande, no se puede negar, así que el premio es merecido y la cobertura también, a llorar a la iglesia.
De todas formas, creo que capto el juego de Armijo: echar mierda con ventilador para calentar el partido, para juzgar a diestra y siniestra, para ver qué pasa. El problema es que lo hace con una fórmula que se agotó hace rato, porque él todavía piensa que la buena literatura es necesariamente difícil, necesariamente comprometida y profunda, tratando a todos los demás de “asépticos” y de “fomes” porque a él no le mueve el piso la literatura de verdad, a él le mueven el piso los panfletos.
Creo que es necesario levantar la cabeza un poco y darse cuenta de que cada uno está en su campo haciendo lo mejor que puede y ganando los reconocimientos que efectivamente merece. Luchar por quien agarra el micrófono es una tontera, más aún cuando no eres tú el que quiere agarrar el micrófono, sino otro. Si consideras que un autor está siendo poco conocido por los que mueven el panorama, destácalo tú entonces, no le eches la culpa a los otros de que no lo hagan, ese es el camino correcto. ¿No hubiese sido mejor publicar una reseña crítica sobre Yomurí de Cyntia Rimski en vez de publicar un texto en que criticas a otros por no hacerlo?
A Mike Wilson le da exactamente lo mismo salir en el diario o no, siendo que está escribiendo una de las narrativas más interesantes de nuestro país (si es que no la más interesante). Simón Soto publicó un novelón este año y los diarios se mueven hacia él, no él hacia los diarios. Roberto Rivera publicó una novela buenísima (La Mano, FCE) y no tiene ni siquiera página donde escribirle una reseña en goodreads. Andrés Montero hace su pega calladito y le va súper bien, tiene hasta un programa en la tele. María José Navia quedó finalista en un concurso internacional y fue publicada en España. Y para qué hablar del exitazo en que se ha convertido Alia Trabucco.
Quiero decir con esto que cada escritor hace su camino con lo que tiene y no hay para qué indignarse por la atención que reciben de los medios de comunicación, quienes desde siempre han relegado la cultura a suplementos y páginas breves y de difícil acceso, porque el campo es chico y porque el mundo de la literatura no es necesariamente masivo y eso no tiene nada de malo, de hecho, ahí está precisamente el desafío.
Me parece que lo que esconde Diego Armijo en su crítica es en realidad su propia “cariñosa ambición” por ser él (o alguno de sus amigos) quien dictamine los premios, los reconocimientos y el spotlight en general, cuando eso en realidad nunca estará en sus manos ni en las de nadie, porque la buena literatura no necesita de páginas en el diario, de entrevistas, ni de reconocimientos, los autores tal vez sí, pero los libros no, ellos salen a dar la batalla solos, y si un autor destaca por ellos es porque algo hizo bien, aunque eso que hizo no sea de su agrado por ser “demasiado mercantil” que es la aburridísima crítica que suelen hacer los escritores de izquierda cuando una novela vende.
A pesar de mis grandes desacuerdos, celebro el arrojo de Diego para publicar una crítica tan sórdida y con tanto nombre y apellido como lo hace él, creo que responde justamente a la discusión que hace poco abrió Roberto Careaga sobre la ausencia de espacios para la crítica literaria pura y dura, pero también creo que hay que cerrarle la puerta de una vez por todas a ese sistema valorativo que propone Diego. El de la literatura compleja sobre la simple, el de la literatura comprometida por sobre la nihilista y, finalmente, el de la literatura “proletaria” por sobre la literatura “cuica”. Además de ser un barómetro injusto y arbitrario, chacrea cualquier discusión estética hasta el paroxismo. Fijarse dónde trabaja cierto escritor, qué apellido tiene, con quiénes se junta, con quiénes publica, cuántas cotizaciones lleva o incluso si está “funao” o no, es una cuestión totalmente ajena a la valoración estructural y poética de una obra y no debería dársele pantalla alguna, a lo más para el cotilleo, sino ¿qué haces con Bombal, con Borges, con Knut Hamsun, con Houellebecq? Al final ponerse en esa vereda es volverte más conservador que los conservadores a los que dices atacar. Increíble la patudez para referirse a Labatut como “cuico wikipedia” para menospreciarlo gratuitamente en lugar de celebrar el hecho de que un autor chileno haya tenido la habilidad para transformar avances científicos en literatura existencialista, pero bueno, insisto, el barómetro está descalibradísimo.
Para cerrar, creo que es necesario darse cuenta de que en Chile no necesitamos que llegue una tribuna desde el cielo a levantar a los pobrecitos escritores que necesitan de alguien que los saque en el diario para poder destacar. Esa desesperación por el reconocimiento es la que mantiene a la crítica literaria en un nivel tan burdo y superficial. Me quedo con la perspectiva de Nayareth Pino respecto a la discusión: más textos y menos cahuín, más textos y menos reseñas mediocres y serviles a las distribuidoras y al mercado, más textos y menos tuits llenos de indirectas para hacerse los choros.