Taguada (Andrés Montero)

Taguada (2019)

Andrés Montero (1990)

Sudamericana

192 páginas

Texto enviado por Álex Saldías

 

Menos De La Rosa y más Taguada

 

Gabriela Mistral es quizá la más grande de mis mentoras. Tengo un cuadro suyo colgando de la esquina de la pizarra. Cada cierto tiempo les hablo a mis alumnos de ella y de su trabajo como poeta y ensayista. En este último punto me detengo y comenzamos a leer el breve, pero muy lúcido texto “Menos cóndor y más huemul”. En este pequeño ensayo, Gabriela nos señala que dentro de nuestra idiosincrasia chilena existen dos fuerzas en eterno conflicto, el cóndor y el huemul, ambas representadas en el escudo nacional sobre el lema: “Por la razón o la fuerza”. Los animales, presentados aquí como tótems simbólicos, se reparten cada uno su concepto. Por un lado, el cóndor es el poseedor de la fuerza, mientras que el huemul, de la razón. Gabriela ahonda en este punto, considerando (ya en 1925) que la historia de nuestro país y los discursos oficiales de los poderes hegemónicos hacen demasiado hincapié en la figura del cóndor, pero casi no discuten acerca de la leve y sagaz figura del huemul, enalteciendo siempre al militar antes que al intelectual; al empresario antes que al trabajador; al patrón antes que al campesino. Dado este diagnóstico, la tesis de nuestra autora es que nuestros compatriotas deberían fortalecer los valores representados por el huemul (inteligencia, sagacidad, gracia) antes que los representados por el cóndor (fuerza, coraje, poderío).

Me detengo a escribir sobre este ensayo de Mistral ya que no pude dejar de pensar en esta eterna batalla identitaria mientras leía la novela Taguada, de Andrés Montero. Ya desde la portada podemos presenciar un conflicto: por un lado, el hijo de latifundistas, Javier de La Rosa y por otro, el mulato Taguada, hijo de esclavos. Ambos sostienen una guitarra sobre sus piernas. La escena que representan tiene que ver con una antigua leyenda: el mulato Taguada enfrentó a don Javier de La Rosa en un contrapunto de payas que duró más de noventa horas. Este es el “pie forzado” de la novela. El narrador comienza reflexionando acerca de la inmortalidad de las historias y nos contextualiza respecto a la fascinación que ha sentido desde niño por los relatos orales transmitidos de generación en generación o “de fuego en fuego”. Desde este punto, comienza el viaje que da pie a la historia. Se nos muestra el crecimiento del autor, su paso por el colegio y su incansable curiosidad por esta leyenda del mulato Taguada, contada por su padre. También se nos presenta su infructuoso paso por la universidad, pero que no va en desmedro de su amor por la literatura y el arte de la palabra viva, tanto así, que se nos narra una visita a la casa de Nicanor Parra en Las Cruces; un viaje que durante la segunda mitad del siglo pasado y la primera década de este, representó una verdadera peregrinación a la Meca literaria por parte de la mayoría de los escritores nacionales consagrados (Bolaño, Eltit, Zambra, etc.). ¿Por qué Parra? La respuesta es simple: dentro de la historia de la poesía chilena, Nicanor representa uno de los mayores rescatistas de la prosodia campesina al incluirla dentro del complejo sistema de su poética. Existe, en este caso, un reconocimiento por parte del narrador con este Sabio o Maestro que dará inicio a su periplo:

¿Y esto de verdad sucedió?/ A lo mejor sí, pues / ¿Y cómo va a saber cómo pasó todo, si fue hace tanto tiempo?/ Habrá que viajar hacia el pasado. / ¿Y cómo va a viajar hacia el pasado?/ Encontrando el camino, será. (Taguada, p.30).

Es Nicanor entonces, quien indica el método para avanzar (o retroceder) en la búsqueda de esta leyenda: un viaje hacia el pasado. Obvio, en la literatura todo se puede (y sin DeLorean).

Uno de elementos claves de esta novela es su estructura. En un prólogo que escribe García Márquez dentro de los cuentos completos de Hemingway, dice que dentro de sus historias, pareciera que el autor construyera un vagón de ferrocarril en que dejara los tornillos a la vista por el lado de fuera. Cuando leí Taguada, sentí algo parecido a lo que expresaba el Gabo. La estructura de la novela que escribe Montero tiene los tornillos a la vista. La construyó utilizando la estructura de un contrapunto: Pie forzado, Primera, Segunda, Tercera, Despedida. Esto a primera vista, parece muy simple, pero le otorga una complejidad superior, ya que se está generando una especie de movimiento sinérgico entre la macro estructura de la obra y su contenido simbólico. Da la impresión de una simpleza tremendamente sólida, más aún cuando se considera que la última palabra de cada capítulo es la misma palabra con que comenzará el capítulo siguiente, al igual que en los contrapuntos improvisados, convirtiendo a esta novela de casi doscientas páginas, en una paya gigantesca, igual que la que ejecutarían Taguada y De La Rosa.

Otro factor importante respecto a la estructura se encuentra en el cuerpo de la novela, es decir, en los capítulos Primera, Segunda y Tercera. En la “Primera”, cada capítulo está compuesto de un conjunto de entrevistas a personajes del pasado que hayan investigado o sabido algo del legendario contrapunto. Esto me recordó de inmediato a la estructura de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, con un entrevistador de voz apagada en busca de la mítica Cesárea Tinajero. Si bien el entrevistador no interviene dentro de los relatos de sus entrevistados, sí se advierte su presencia a través de sutiles, y a veces muy entretenidas, marcas textuales: Liguay, sí señor, lo dijo bien. José Liguay, pa’ servirle. Pase nomáh. No se preocupe por el barro, después limpiamos. Pase, pase nomáh, con confianza. Siéntese, amigazo. (Taguada, p.71). Esta técnica le otorga una ligereza y un tono conversacional a la narración lo que, otra vez, fortalece la idea de la oralidad por sobre la escritura aunque, valga la ironía, esta obra se trate de una novela escrita. Cabe destacar, que el trabajo de otorgar distintas voces, puntos de vista y tonalidades a los personajes entrevistados a lo largo de este viaje hacia el pasado, se logra distinguir cierta preferencia por las voces populares antes que las voces aristócratas. Esto alimenta el trasfondo discursivo que existe detrás de la obra: más Taguada, menos De La Rosa.

En la “Segunda”, más breve que la primera, nos encontramos con una narración en voz testigo. El entrevistador ha llegado al punto más álgido de su búsqueda. Al parecer está arriba de un cerro, observando lo que sería en unos momentos el mentado contrapunto. Las perspectivas se entrelazan. El relato se complejiza y la tensión aumenta. En este punto se comienza a vislumbrar la razón efectiva del enfrentamiento: conflictos territoriales, una pasión secreta, la confirmación del poder hegemónico. En términos simbólicos, este es el momento de la obra en que la batalla entre Taguada y De La Rosa se convierte en la génesis idiosincrática del pueblo chileno: el mestizo hijo de esclavos contra el latifundista; el cóndor contra el huemul; la vida contra la muerte.

En la “Tercera” nos encontramos con el último movimiento del relato policial. Se presenta la historia del retorno del héroe. Un relato coral entre la bruja del pueblo y el hermano de Javier Errázuriz (De La Rosa resultaba ser un nombre ficticio, al igual que Taguada). Aquí se resuelven los complejos enigmas sin resolver de las entrevistas vistas en la “Primera” y “Segunda” (al igual que en un cuarteto, las rimas finales resuelven a las del comienzo). Durante esta parte de la novela, el narrador se encarga de no dejar ningún cabo suelto. Cabe destacar que este esfuerzo por cerrar la obra, en algún momento se vuelve demasiado notorio. Para algunos lectores, este perfeccionismo podría resultar incómodo, para otros, perfecto. Esto debería variar de acuerdo a la intencionalidad con la que uno se acerque a la obra. De todas formas, el autor ha sabido traspasar diversos momentos de la historia de Chile a través de una estética que se corresponde con los procesos históricos, los espacios físicos, las formas de hablar de cada personaje y la aparición esporádica de uno que otro personaje conocido dentro de nuestra fauna cultural: Nicanor y Violeta Parra, Antonio Acevedo Hernández, Nicasio García, entre muchos otros. Esto es muy importante, ya que la misión que se encomienda Montero al construir este conjunto de micro-ficciones en pos de la narración mayor, es el de dotar de una voz auténtica a personajes reconocibles dentro de la historia chilena; hacerlos respirar; mover las brasas de esa hoguera extinta que es el pasado. Hay dos entrevistas que me conmovieron mucho: la entrevista a “La Pelusita”, suegra de Violeta Parra y la entrevista a “Juan Salazar”, veterano de la guerra del Pacífico.

En torno a los términos discursivos, diría que esta novela se condice con los flujos de pensamiento que transitan al inconsciente colectivo de nuestra sociedad. Hoy más que nunca necesitamos encontrar la respuesta a aquella gran y compleja pregunta: ¿Qué es Chile? Los años de tribulación al que nos ha sometido este régimen neoliberal camuflado de libertad, nos ha desterritorializado hasta el punto de no saber sobre qué tierra se mueven nuestros pasos. Creo que esta novela nos ayuda mucho a encontrar esa respuesta, o por lo menos nos motiva a crear una nueva.

Álex Saldías

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2 Comments

  1. says: Andrea castillo sandoval

    Excelente crítica literaria. El entusiasmo mezclado con el análisis certero motiva a la lectura de la obra.

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