Profesora de filosofía, poeta, narradora, investigadora, activista. Cualquier adjetivo le queda chico a Daniela Catrileo (1987) y no alcanza para definirla ni englobar la totalidad de su trabajo. Oriunda de San Bernardo, parte del colectivo mixto y feminista “Rangiñtulewfü”, lleva años viviendo en Santiago, participando en proyectos y trabajos de toda índole. Empezó publicando pequeños plaquettes solo por la urgencia de expresar y materializar su escritura. No fue hasta Río herido (2013) que su nombre se hizo conocido en el panorama poético, libro que el 2016 fue reeditado Edicola Ediciones. Hace unos meses lanzó en La Casa de la Mujer Margarita Pisano Guerra florida/ Rayülechi Malon (Del Aire, 2019), un libro guatón en comparación a Río herido, traducido al mapudungun por Arturo Ahumada. La tapa recuerda al Guernica de Picasso en versión Wallmapu y nos adentra en la atmósfera de conflicto del libro.
De su último libro, de Río herido y de sus nuevos proyectos conversamos con ella:
¿Cuál es la rutina de Daniela Catrileo? ¿Qué peso tiene en ella la escritura?
Mi rutina de escritura es mi diario de vida y la edición de textos, eso lo mantengo con cierta disciplina. Le dedico horas, entre lecturas. Hace muchos años no tenía días para dedicarle a un tiempo más íntimo, antes aprovechaba de escribir en la micro, en los recreos o en el horario de colación porque tenía una vida inmersa en el trabajo dependiente, precarizado, con horarios. Eso, más los estudios y las lecturas obligadas de filosofía. Estos últimos dos años decidí trabajar pocas horas como profesora y lo que viniera en el camino (a veces salen talleres, clases, seminarios). Sin embargo, mantengo un día para mi trabajo escritural, al principio tuve miedo por la precariedad de vivir en una ciudad tan costosa como Santiago, con lo justo, pero luego me he acostumbrado a vivir con lo mínimo. Ser menos consumista me ayuda a tener tiempo para escribir, editar e incluso viajar. No me imagino una vida sin la escritura, siento que me enfermo cuando no lo hago, me siento incómoda, con una falta.
Los poemas de Río herido (Libros del Perro Negro 2013, Edicola Ediciones 2016) son breves y sutiles, pero remiten a imágenes de fractura y violencia constantemente: no solo el territorio, sino que la lengua, el cuerpo y el origen tienen magulladuras. ¿Qué importancia tiene para ti Río herido y qué lectura haces de él a más de siete años de su primera edición?
No termina de ser curiosa la difusión de un libro del que pensé en un momento sería difícil de digerir. Como bien dices, tiene fracturas y secretos, imágenes no dichas del todo sino fragmentadas, heridas. A propósito, pensé ese lenguaje para hablar de la herida. Elegí una forma acuosa y el río es una metáfora para múltiples violencias coloniales: la pérdida de la lengua, la migración forzosa, el abandono de la comunidad, las muertes y desapariciones, los silencios que se mantienen. Pero también es mi apellido, la resignificación de esa historia, el renombrarse. Quería salir del cliché, no ser un panfleto de lo Otro. Para mí esa escritura es el comienzo de un viaje, de mis propios ríos genealógicos, familiares y políticos. Río herido me ha dado la posibilidad de llegar a diversos lugares, sólo con su viaje de distintos cauces, le debo bastante y le agradezco esa forma que tuvo de abrir territorios.
En Río herido territorio y lengua son zonas de disputa constante, la metáfora diría que la hablante avanza para recuperar esos espacios y su lengua que le fueron arrebatados. ¿Esta búsqueda se extiende a Guerra florida (Del Aire, 2018, Tege, 2019), en donde la parte central del libro la ocupa la versión en mapudungun?
He tenido bastante cuidado para que el mapudungun no se banalice, ni se tome como un producto mercantil (como lo hacen los cuicos con sus marcas). De alguna manera, decidí que el momento en que editaría algo en mapudungun también sería el instante donde yo tuviese una relación con él. Y a pesar que no soy hablante, sólo logro champurrear, creo en el gesto de puente, de leerse a dos voces, donde exista nuestra lengua como venganza. He tenido varios signos para pensar y sentir desde ese lugar del lenguaje y aquello me señaló este camino de diálogo entre las palabras.
Postergaste el lanzamiento y circulación de Guerra florida casi un año. ¿A qué se debió esto?
Por dos asuntos: lo primero fue un problema con la editorial y lo segundo es que cuando el libro ya estaba más o menos listo, sucedió el asesinato de Camilo Catrillanca, todas nuestras energías se fueron en la agitación política por justicia.
¿Cómo fue el proceso de llevar Guerra florida al mapudungun? ¿Qué importancia le das a la traducción en este libro en específico? ¿Qué lo diferencia del español chileno?
La editorial en un comienzo me propuso trabajar con otra persona para su traducción. La editorial no es mapuche, pero ha editado varios libros de otros lamngen. Yo no quise que fuese alguien que no conociera, con quien no tuviese una reciprocidad. Creo que aún falta mucho entendimiento del valor y la dignidad que merece la traducción al mapudungun, el trabajo minucioso en recuperar sus estelas. No creo que exista la profundidad de pensar en esa labor, más allá del compromiso de editar un libro bilingüe porque lo comprometiste para un proyecto. En esa tensión, emergió el nombre de Arturo Ahumada, a quien conozco hace años, es amigo y ha sido mi profesor de mapudungun, yo lo propuse por esas razones. Él se transformó en el coautor de Guerra florida porque traducir es reescribir, resignificar y reconstruir, estoy muy agradecida de su lectura aguda y atenta.
En Guerra florida la mujer está en posición ofensiva todo el tiempo, yendo en contra de esa visión extendida de que la mujer es incapaz de ejercer la violencia entre otras cosas porque es antiestética. La dedicatoria, al mismo tiempo, va dirigida a cada ñaña con corazón de weichafe, ¿qué importancia le diste al tema de la violencia y cómo la piensas en la mujer a lo largo de la historia mapuche y la chilena?
Jugué con la ficción en el lenguaje, quería hacer una vorágine de imágenes cinematográficas, una tras otra, como es la cadencia de las guerras. Sin embargo, puse a personajes femeninos a disputar esta batalla, pero ellas sólo se enfrentan a medida que el conflicto emerge, se defienden. Creo que eso pasa con la colonización y las tramas que se imbrican en sus procesos, luchamos como comunidad. Las mujeres siempre han estado al frente ante diversos procesos anticoloniales, sin embargo, el mandato occidental de la historia ha emborronado aquellos procesos. Quería devolver la mano ante nuestra potencia política, narrar poéticamente la historia del despojo desde la imaginación. Nunca nos hemos quedado sin luchar, lo hacemos permanentemente, hoy en día seguimos en esa defensa.
Tus libros más conocidos hasta el momento son Río herido seguido de Guerra florida, pero también has autoeditado una plaquette preciosa en su materialidad como El territorio del viaje e Invertebrada con LUMA Foundation de Zurich, donde se pueden ver puntos en común. ¿Qué diferencian a estas otras publicaciones de Río herido y Guerra florida?
Creo que la diferencia es la emergencia y el formato, por ejemplo, El territorio del viaje lo hice a pulso y pulsión, confeccioné una plaquette casi como un libro objeto con poemas que habían sido publicados en antologías y otros inéditos que recogían una experiencia particular en una comunidad mapuche en resistencia. Esto lo hice por un viaje que haría a México, justo cuando había unos lamngen en huelga de hambre. Fue mi gesto político de contar esa historia en otros territorios, pero también una forma de autofinanciar parte del recorrido. Hice sólo cien copias y en algún momento pensé en liberar el conjunto cuando vendiera esa cantidad, pero luego me lo pidieron para editarlo como libro y lo más probable es que salga el próximo año. En el caso de Invertebrada es un libro digital, publicado por Luma Foundation, lugar que ha publicado varios libros de otros/otras poetas de este territorio. Un día me pidieron un libro y yo mandé un archivo con ese nombre, que es efectivamente una carpeta que tengo en mi computador que empecé a escribir entre Río herido y Guerra florida. Invertebrada es un lugar de escape, más sencillo, es donde voy recortando partes de mi diario de vida de forma más poética. Los releo y voy extrayendo fragmentos que pueden ser poemas, luego de una edición. O ideas de imágenes que se me ocurren en la calle o versos más íntimos, cotidianos e intuitivos. Había algunos que ya habían sido recogidos en antologías. Creo que es un ejercicio un poco más experimental, en el sentido que no es un libro completo, al contrario, me gusta la idea que sea un archivo que vaya expandiéndose a medida que voy viviendo. De hecho, este año tengo la idea de hacerlo plaquette con ilustraciones de una amiga, similar al ejercicio de El territorio del viaje, con los poemas que llevo hasta ahora.
En un par de meses más se presentará Piñen (Libros del Pez Espiral, 2019) en la Feria del Libro Mapuche en la Casa Central de la Universidad de Chile, publicación que será tu debut en narrativa. ¿Nos puedes contar un poco de qué se trata el libro?
Piñen son tres relatos que se escriben a partir de la experiencia de ser sujetos diaspóricos mapuche y la migración desde Wallmapu a las periferias citadinas, en este caso a Santiago. Retomo la idea de ser warriache y champurria, que en definitiva es cómo habitar intersticios identitarios en las periferias, cómo es oscilar entre múltiples universos. Esto ha sido teorizado desde la antropología o la historia, o escrito en clave poética, pero es más difícil verlo desde la narrativa. Me sentía con esta deuda viviendo en Chile, ante una escritura que en su mayoría es despolitizada, chilena y de clase media (o derechamente cuica). ¿Qué posición ocupan los/las mapuche en esas historias? ¿Cuáles son nuestros relatos sobre el racismo? Quería escribir sobre la gente y los barrios que he conocido, reconstruir sus historias, nuestra memoria y su recuperación. Incluso escribir con nuestro lenguaje, entre lenguas. Por eso el libro está tejido a partir de genealogías afectivas y observaciones de los lugares donde crecí y viví. De hecho, lo empecé justo un día que mi mamá me contó que habían matado a un compañero del colegio, ahí parte la motivación de relatar aquel acontecimiento que me llevó a muchos rincones, algunos ficticios y otros más íntimos.