Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017) es la primera novela de Joaquín Escobar, escritor, sociólogo y crítico en medios digitales. En los doce relatos que componen el volumen, el autor traza un panorama lleno de personajes delirantes en situaciones caóticas: izquierdistas de viejo cuño, universitarios pendencieros y alucinados en revoluciones imposibles, académicos dipsómanos a la deriva, huérfanos bisexuales lectores de Arlt y Puig. Perdedores radicales, siguiendo una idea de Enzensberger: Escobar narra vidas perdidas, donde las conversaciones sobre fútbol, política y literatura son un elemento gravitante, un dique de contención en algunos relatos; en otros, el detonante de los conflictos. Acá conversamos un poco sobre la construcción de los relatos, sus influencias a la hora de escribir y su diagnóstico sobre la sociedad chilena que Se vende humo intenta trasuntar a través de estos cuentos.
En Se vende humo la mayoría de los personajes viven a la deriva. Son, digámoslo así, parias que en esa marginalidad buscan salidas radicales u operan por móviles delirantes —dos huérfanos que buscan una camiseta que usó Manuel Rojas—. ¿Escribiste los relatos con una estructura o plan previo?
No, no hubo un plan previo: la mayoría de los textos se fueron escribiendo en el momento. Partía de una idea concreta, pero lo que venía después no estaba planificado. Muchas veces, después de escribir una idea general, tuve el Word en blanco. Me parece que en los textos que tienen un plan trazado con anterioridad, el delirio se posterga, no hay un pasadizo al desorden y salen escritos sumamente apegados a la realidad. Mi idea del delirio –entre otras cosas- es la de gambetear al lector. Que no fueran cuentos predecibles donde se tuviera una noción de lo que vendría, por el contrario, la improvisación es quebrar una membrana literaria. En el cuento “La tres de Manuel Rojas”, sólo tenía la idea de un partido de fútbol entre escritores chilenos y argentinos, nada más. Lo que vino después (coleccionistas de poleras, ex colonos alemanes, la cancha de Banfield, el tipo que desvirgó a Ingrid Olderock) fue improvisación, una edificación sobre la marcha.
Y sí, los de Se vende humo son personajes que viven a la deriva. En las palabras de Vila-Matas, serían exploradores de abismos. Son distintos los motivos: falta de referentes políticos, desamores brutales, lecturas mal entendidas De igual forma no entendamos su delirio como algo tan anexo a lo que sucede en Chile. Evidentemente hay escenas febriles como habitar una temporada en el estómago de una mujer, sin embargo, nuestra cotidianeidad también está plagada de cosas bestiales que deberían escapar a cualquier raciocinio. Que el metro cueste setecientos pesos es un delirio. Que a una mujer le hayan sacado los ojos es un delirio. Que la DC pida dejar en libertad a los violadores de derechos humanos por razones humanitarias es un delirio. Que al gobierno de Nicolás Maduro le suceda lo mismo que le hicieron los momios a la UP es un delirio.
Otro hilo común que se desprende de la lectura de los textos es una reflexión cruda sobre el Chile post-dictadura: tanto ex mirisitas como torturadores sobreviven en trabajos nefastos, como personajes anónimos lejanos a cualquier épica. ¿Podrías profundizar un poco más en esos elementos?
Chile es un país gorila. A La sociedad chilena actual le gusta la represión, el empresariado, la tarjeta de crédito, el Costanera Center. Les gustan las pocas libertades individuales y colectivas, es lamentable. Las grandes épicas políticas del pasado a la mayoría de la gente le importan una raja. En Chile hubo una revolución marxista, y muy pocos la recuerdan. Fueron extirpados los átomos políticos en la ciudadanía. No hay una identificación de ese tipo, y duele, duele mucho.
Mira los candidatos políticos: ¡Alejandro Guillier, si ese hueón ni siquiera hizo un programa de televisión aceptable! Beatriz Sánchez, poca consistencia en sus ideas, piensa que vestirse con ropa usada es sinónimo de ser de izquierda, una lástima. En Chile y en los candidatos falta ideología. Mucho pragmatismo, poca teoría, y es dentro de ese universo donde habitan los personajes de Se vende humo, porque todos los cuentos tienen bastante de diagnóstico social. Casi siempre son ex algo: ex miristas, ex colonos, ex CNI. Ello habla de la forma en que Chile mutó. Me molestan demasiado todos los que alguna vez fueron de izquierda y hoy se cambiaron de bando. Max Marambio, Pascal Allende, Michelle Bachelet. Vendieron humo con la lucha armada, acusaron a Salvador Allende de socialdemócrata y mira en lo que se terminaron convirtiendo: empresarios detestables que terminaron dándose de abrazos con Horst Paulmann. Así está el Chile actual. Así siempre ha sido Chile: un país que se construyó en base a traiciones.
A pesar de estos elementos contextuales más “realistas”, si se quiere, sueles escoger salidas poco convencionales corriendo algunos riesgos –estoy pensando, por ejemplo, en el irlandés que aparece en un submarino para venderles armas de Sendero Luminoso en Raimundo, el Bototo y la Pacheco—, ¿hay alguna influencia particular que te lleve a tomar estas opciones narrativas?
Haroldo Conti decía que él no escribía sobre su vida, no le interesaba un registro autobiográfico porque la escritura nos permite poder vivir otras existencias. Eso me interesa, huir de la lógica porque la literatura no debe ser tan plana. Phillip K. Dick en El hombre en el castillo construye una novela en la cual los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial: me gustan esas alteraciones de la historia.
En Se vende humo también juego con esa variable, en uno de los relatos el Mamo Contreras muere en una explosión de la Escuela Militar mientras se juega el mundial de España 82. Es un riesgo que hay que correr. Es fácil hacer mierda un texto que escape a las formas convencionales de escritura, y en Chile donde cada vez hay más literatura de los hijos cuesta atreverse. Porque la literatura de los hijos es la literatura de la Concertación. Se inscribe dentro de ese registro.
Mi interés escritural no está allí, más bien proviene de las novelas de Sergio Bizzio y de César Aira, allí hay giros narrativos sumamente interesantes. Se huye de lo predecible, también de lo verosímil. Igualmente me interesan los cruces híbridos que pocas veces se dan, por lo mismo, valoro demasiado el trabajo de Álvaro Bisama como crítico de televisión. Creo que la literatura y los escritores deben tener esa raíz híbrida y no vivir en un mundo hermético donde sólo entren los libros. Hay que hablar de Gilles Deleuze y de Arturo Longton, de Gary Medel y de Herbert Marcuse, de Fogwill y de la China Suárez. Cruces de este tipo se pueden apreciar en Se vende humo: desde una discusión que va de Arjona a Paul Auster, hasta una pensión sureña adornada con cuadros de René Higuita y Simone de Beauvoir. La alta y la baja cultura deben convivir.
Además de estas ficciones, escribes crítica en medios digitales, ¿hay alguna influencia de esto en la forma en la que abordas la ficción?
No mucha. Dentro de las reseñas literarias hay una estructura, un patrón a seguir. No existe la improvisación, porque uno gira en torno a las mismas pautas. No todo es volátil, cuestión contraria a la creación literaria, donde los moldes quedan en el suelo. Son cosas distintas que desde mi experiencia no se complementan: van por rieles distintos.
¿Cómo ves el estado de la crítica literaria en Chile?
Me parece que faltan más críticos literarios en Chile. Si bien es cierto que en la academia y en los medios hay bastante más que hace diez años, aún es insuficiente en torno a cantidad. Además, los que realizan crítica no deberían vivir dentro del hermetismo de emitir un juicio y nada más. Tiene que existir un proceso de retroalimentación con el criticado, no puede quedarse todo en un choque de egos adolescente. Más bien se deben complementar: crítica y criticado tienen la obligación de dialogar.
¿Tienes alguna rutina de escritura?
Cuando se me ocurre una idea tomo notas en cualquier lugar: en el metro, en carretes, en paraderos de micro. Incluso en el estadio. En la cancha escuché varios diálogos que después convertí en ficción: los estadios son lugares muy narrativos. Ese es un trabajo previo: el proceso de recolección de la ficción, después desarrollo las ideas con mayor calma frente al computador. Leer también forma parte de mi rutina de escritura: leer es robar, es apropiarse de una idea de otro y darle un giro distinto, con otros matices. Salir a trotar también me ayuda en los procesos de escritura: ordeno ideas, construyo personajes, cambio escenarios. Hacer deporte fue fundamental en la elaboración de Se vende humo.
Una banda, película u otra obra (que no sea un libro) que haya tenido un impacto en lo que escribes.
Muchas cosas. Las canciones de Ismael Serrano y de Joaquín Sabina me ayudaron en la construcción de esos personajes derrotados y melancólicos, que antes de dar una batalla saben que van a perder. Hay una canción de Sabina que dice: “Otra vez a perder un partido, sin tocar el balón”, bueno, ese tipo de frases y de ejes sirvieron para la elaboración de esas construcciones. Hubo series que también impactaron en mi escritura: Los archivos del cardenal, Los simuladores, El marginal. De las películas, Relatos salvajes y algunas de Almodóvar, las más antiguas sobretodo.
¿Qué estás leyendo ahora?
Varias cosas: Mundo salvaje de Luis López-Aliaga, las obras de teatro de Guillermo Calderón, Barrio Bravo de Roberto Meléndez y Los caminos del pueblo de Gabriel Salazar.
Parece haber cierto consenso en torno a ciertas obras clave en la formación literaria en general (Cervantes, Homero, Borges), ¿podrías nombrar cinco títulos que no entren en esta categoría que hayan sido fundamentales para ti?
Los topos de Félix Bruzzone.
Los lemmings de Fabián Casas.
Av. 10 de julio Huamachuco de Nona Fernández.
Eléctrico ardor de Dany Salvatierra.
Ciudad de cristal de Paul Auster.
A pesar de que me dijiste que no lo hiciera, no puedo dejar de mencionar el cuento “Funes el memorioso” de Borges.
¿Qué otros autores te interesan y crees que deberíamos entrevistar aquí?
Leo mucha literatura chilena y argentina contemporánea: me interesan bastante, además de que ambas pasan por un altísimo nivel. Recomiendo a Simón Soto, los cuentos de La pesadilla del mundo son geniales. Otros entrevistados podrían ser: Pablo Cheng, Rodrigo Ramos Bañados, Luis López-Aliaga, Gonzalo León, Marcelo Mellado, Pablo Ayenao Lagos.