Texto de presentación para: “A la caza de Heredia. Aproximaciones a la mente de un detective posmoderno” de Joaquín Escobar. Por Juan Pablo Belair

“A la caza de Heredia. Aproximaciones a la mente de un detective posmoderno”.

Por Juan Pablo Belair.

 

Antes que todo, quisiera agradecer la invitación de Narrativa Punto Aparte y del propio Joaquín, autor de “A la caza de Heredia. Aproximaciones a la mente de un detective posmoderno”, a comentar su libro. Y junto con ello, declarar de antemano mi ignorancia en Heredia y en la novela negra. De hecho, solo he leído dos novelas de la saga y un libro de relatos de Díaz Eterovic que va por otra cuerda… o quizás no tanto, si tomamos algunas claves de lectura que están en este volumen. Pero, intentaré compartir algunas ideas que creo realzan el aporte de este ensayo desde lo literario y desde lo político, también. Veamos.

Como me insegurizaba no saber de novela negra busqué algunas referencias y me encontré básicamente con dos atributos característicos: (i) bajo una máscara policial propone una inmersión en las profundidades más oscuras del ser humano; y (ii) más que la resolución de un crimen expone las decisiones éticas que toman los personajes en respuesta a la sociedad en la que viven.

Desde esta perspectiva, entonces, este volumen es un ensayo sobre probablemente el personaje más querido y reconocido de la novela negra nacional en clave de novela negra. Porque, Joaquín, usando los recursos de un sabueso intenta dilucidar bajo la máscara de un detective privado las profundidades más oscuras de Heredia y las decisiones éticas que ha tomado en una trayectoria de más o menos 25 años, particularmente en 4 publicaciones entre el 1987 y 2010. Con las herramientas del análisis literario reúne pistas y configura pruebas que elaboran un perfil de Heredia pocas veces visto ––por no decir nunca–– y en un contexto histórico de Chile que permite visualizarlo como una suerte de testimonio, pero sobre todo “ser contexto”, o sea lo que rodea el texto, para desvelar las circunstancias que también son el hombre, el policía, el personaje. Así, en este volumen Uds. pueden encontrar el lado oscuro de Heredia, la parte desconocida, pero tan constitutiva de su figura como la que se reconoce y destaca en justicia en la mayoría de las investigaciones.

Y quizás esta sea la primera virtud que a mi juicio aporta este ensayo. Partir con una pregunta simple, pero absolutamente fuera de la caja, del canon: “Pretendimos salir de los convencionalismos con relación a Heredia. Darle una vuelta de tuerca y mirarlo con otro cristal: ir más allá de su estado de saudade y su rol de testigo de la historia de Chile. Resaltar sus virtudes, pero también punzar en sus contradicciones: ¿Cómo era posible que en ninguna de las investigaciones estudiadas hubiera críticas al sabueso? (p.95).

Para quienes tenemos la certeza de que la “realidad” se construye desde el observador, hacerse estas preguntas no solo es mandatorio en una investigación, es una filosofía de vida, acaso un imperativo ético. Y si me permiten ir más allá, creo que el autor se sirve de los materiales o, incluso más interesante aún, se sirve de los residuos que es posible encontrar en los intersticios de la escritura de Díaz Eterovic, para plantear, al mismo tiempo, una dura crítica a la posición política de un perfil ciudadano, tal vez una generación, que no es capaz de asumir el presente, mucho menos los hechos históricos, por encontrarse empantanados en un pasado impredecible pero determinante y sobre todo paralizante. O en palabras del autor, un pasado que transforma en zombi y luego asesina muchas veces a personajes como Heredia. Un pasado pesado que, por un lado, “ha hecho que en cada novela de la saga veamos un personaje más aburguesado y desesperanzado” (p.93); y, por otro lado, “lo erige como un personaje consecuente con la historia del país. Se convierte en el estado de los marginados por el capitalismo tardío, ofreciendo una justicia alternativa, pragmática y eficaz a sus clientes” (p.94). No es poco, creo yo.

Pero déjenme resaltar algunas “partículas elementales” como titula Houellebcquianamente Joaquín a su primer capítulo, que a mi juicio son muy interesantes porque indagan en la psiquis de un personaje de ficción, pero a través de él no solo a un autor, eso no tendría tanta importancia ––no habría que tomárselo tan a personal, Ramón–– sino de un segmento político y generacional que es necesario conocer y reconocer (o sea conocer varias veces).

El flâneur melancólico que pulula por Santiago (y que dicho sea de paso aporta con su testimonio arquitectónico y cultural en una literatura escasa y acaso reticente con nuestra capital) con “su ojo melancólico percibiendo los males de la sociedad, los excluidos y los derrotados” (p.13), un flâneur a veces nocturno que en su andar “encuentra personajes decadentes y abandonados, pues la miseria no está oculta, como ocurre durante el día”. (p.13).

Es decir, por un lado, el flâneur Benjaminiano que deambula lentamente escudriñando los detalles y la variedad del paisaje. Que no es extraño reconocerlo en Heredia. Porque es en sí mismo un proceso investigativo. Que requiere parar. “Quien para, repara”, dice el refrán. Pero para mí el flâneur también echa a andar el mecanismo, si podemos llamarle así, de lo que finalmente posibilita la elaboración y significación de la “realidad” dentro de nuestro propio cerebro. Incorpora (de introducir al cuerpo) distinciones con las cuales mirar mejor, visibilizar, delimitar, reconocer, descubrir. Caminar como una manera de percibir, pero también de elaborar y construir una “realidad”. El punto está en que este es un flâneur melancólico.

La base escritural de la novela negra donde Heredia es el protagonista respondería mejor a un patrón “melancólico” que se manifiesta primero como una no aceptación de la pérdida a través de la creación de escenarios fantasiosos. ¿Cuál sería la pérdida? Sería bueno preguntarle esto a Ramón Díaz. Ahora, según Freud, “El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” (Freud, “Duelo y melancolía” 241). La melancolía de Heredia, según Escobar, mantendría en su psiquis los ideales de la Unidad Popular y no superaría su colapso con la dictadura ni el proceso llamado “transición a la democracia” que actuaría como tiro de gracia.

Así es, Joaquín plantea la muerte de Heredia, incluso su estado zombie, primero, y luego su muerte, como el fantasma de Canterville, no el de Oscar Wilde, el de Charly García, “muerto muchas veces acribillado en la ciudad”. Y digo esto figurativamente, porque en este libro hay una observación tan comprensible como incómoda acerca de que a Heredia nunca lo matan físicamente, pese a que la muerte juega a ganador.

“Heredia es un detective Frankenstein creado por los gobiernos populares que en su condición de objeto cultural residual reedita aquel periodo y se vuelve fantasma por la dictadura de Augusto Pinochet, pues la junta militar acaba con toda reforma social anterior a la ascensión del poder” (p32-33). Y ojo que el moderno Prometeo ––nos relata Mary Shelley–– fue creado con pedazos de cadáveres robados del cementerio.

A ver, tampoco sé nada de zombies, pero sí sé algo de fantasmas y aquí “aparece” (hay una aparición) relevante. Dice Joaquín: “Heredia no, él no se reinventó, no se transformó. Se quedó en el pasado y fantasmagóricamente recorre las calles de nuestra ciudad” (p.27). Bueno, ¿Cuál sería la pérdida en Heredia, entonces? La patria, el modelo político social, sus ideales, sí, todas las anteriores, pero también la “conciencia” del “yo”. En Heredia, me parece, esa es su gran pérdida. Y ahí aparece el fantasma, no como objeto sino como el propio sujeto, vacío e inmaterial. Freud lo planteó así: “En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío, en la melancolía, eso ocurre al yo mismo” (Freud 243).

Es decir, ante la ausencia no aceptada de lo amado, no es eso lo que aparece sino el hablante que en un estadio narcisista se identifica con el objeto perdido y deviene él mismo en fantasma, estado de Chile, héroe fantástico. Por supuesto, no responde a la figura tradicional del fantasma: el fantasma de sábana. Pero sí se arma de otros elementos que reconstituyan su materialidad y su súper poder al mismo tiempo ¿será acaso su pistola? Ahí la dejo, Joaquín, otra hebra para analizar este objeto tan revelador como muestras en tu libro.

Y, quizás para cerrar este acápite, atención a los fan de Heredia. Si Joaquín tiene razón, la emergencia del fantasma como negación, ahora, del yo rechazado; el último estadio se acerca a la autodestrucción del hablante como un único recurso para el fin de la historia (¿y de la saga?). Tal cual (se) aparece en el poema de Óscar Hahn, podríamos preguntarle a Díaz Eterovic “¿Por qué escribe usted? [y tal vez nos responda:] …porque el fantasma…”

Ahora, muy relacionado con lo anterior, otro capítulo bello e interesante es “Nada más amado que lo que perdí” en el cual se parte afirmando: “Heredia es un personaje anacrónico que vive el presente como si fuera pasado” (p.61). No me extraña. De hecho, el volumen de relatos de Díaz Eterovic que recordé al principio se titula “Mi padre peinaba a lo Gardel”. Qué título más romántico y anclado en su pasado puntarenense (y los cuentos así también lo retratan): Padre, Gardel y la conjugación del verbo: peinaba, en pretérito e “imperfecto”.

Dice Joaquín: “Heredia [y Díaz Eterovic, y toda una generación] es la realización concreta del proyecto popular que se desarrolla entre 1938 y 1973: es hijo del estado que encarna las proclamas principales del Chile que se quiso [¿se desea?] durante el periodo mesocrático”. Y aquí hace un hermoso paralelo con el poeta Teillier y su gran poema “pequeña confesión”; y crítica a ambos ––aunque con el vate es más indulgente (quizás porque fue persona y poeta) –– por quedarse pegados en el pasado. Dice Joaquín: “A partir de la memoria se transforman en personajes análogos unidos por su rechazo al olvido”. Y a mí eso no me parece mal. No solo por la importancia e irrenunciabilidad de la memoria sino porque como escribió T. S. Eliot “el tiempo futuro está contenido en el tiempo pasado”. Citemos parte de la estrofa de uno de los 4 cuartetos:

“Tiempo presente y tiempo pasado / Están ambos quizá presentes en el tiempo futuro, / Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado. / Si todo tiempo es eternamente presente / Todo tiempo es irredimible. / Lo que podía haber sido es una abstracción / Y permanece como posibilidad perpetua / Sólo en un mundo de especulación. / Lo que podía haber sido y lo que ha sido / Apuntan a un fin, que es siempre presente. / Las pisadas resuenan en la memoria / Bajando el pasillo que no tomamos / Hacia la puerta que nunca abrimos”.

Quise compartirlo más en extenso, además de su belleza, porque tiene que ver con mi último punto: Y aquí “con todo respeto” como señalara “El JC que le dicen” al pastor Soto, pero sin ironía. Una crítica a este texto, quizás una metacrítica por ser la crítica a la crítica de Heredia.

Dice Joaquín: “Heredia nos ha estafado en catorce novelas. Le hemos creído y nos ha desilusionado. Describe críticamente el Chile dictatorial y actual, nos muestra la miseria que provoca el perfeccionamiento del neoliberalismo y despotrica fervientemente contra un país incapaz de resolver las problemáticas del pasado, sin embargo, no ofrece soluciones de cambio a tan importantes tópicos. Su estafa es considerar inverosímil una emancipación, y ahí radica su derrota”.

Yo no creo que esa sea la función de Heredia. Es un personaje, un investigador privado que no puede ser retratado de otra forma. De hecho, eso le permite su ser flâneur y su función policíaca. No podría ejercer como tal casado, con hijos, yendo a la reunión de apoderados, siendo corresponsable en las tareas domésticas, como el propio Joaquín dice en una parte que olvidé la cita. Al igual que Sam Spade de Hammett en El halcón maltés o Philip Marlowe de Chandler, Heredia es un policía como todos los del canon, “modernos” y ya activos entre las décadas del ’30 y del ’40. Heredia es Heredia porque no podría ser de otra forma, esa es mi impresión y así se le reconoció. Y, por tanto, la crítica de Joaquín, que comparto profundamente en su fondo, es más bien una crítica a la acción política y al devenir sociopolítico del Chile posmoderno.

Tiendo a pensar que hacemos la crítica tal cual sucedió (y aún sucede) con el Frente Amplio denostando a la Concertación. Claro, la diatriba de fondo no solo es válida, también la comparto, pero en el juicio las partes no conversan ni menos llegan a consensos, y de Amplio va quedando solo el nombre.

Con lo que he leído de Heredia y especialmente con este lúcido ensayo prefiero quedarme con la idea de un Heredia como vacilación entre la explicación natural y sobrenatural de la historia de Chile, donde ubica al lector en la trastienda entre la realidad, la imaginación o la ilusión, porque puede aparecer y desaparecer, y moverse en el tiempo y en el espacio con toda fluidez. Se juega en la pérdida de la certeza de los límites de lo que por convención llamamos realidad y, por tanto, también, irrealidad ¿O fantasía, ficción? Y sí, en ese espacio de transición, desconocido, se desdibuja insidiosamente lo posible, pero también se acompasa, como la ficción que es, con una identidad de sujeto textual y contextual que comunica, juzga, interpela con las armas de un detective a través de las dimensiones de la existencia, y más allá, y más acá, también.

Para cerrar, dice Joaquín: “Si Heredia hubiera nacido en los ’90… probablemente hubiera tenido una educación escolar que le habría permitido trabajar en cargos menores…” (p. 29). Y creo que eso desenmascara un poco a un Díaz Eterovic (y a muchos de nosotros/as) que a lo Fito Páez ha tenido que “rondar por siniestros ministerios haciendo la parodia del artista”. Para mí un Heredia es necesario, fue “Pareman” en la revuelta de octubre de 2019 y, por lo mismo, por cómo vemos han sido las cosas, para leer a Heredia necesitamos la conciencia de fantasía, de ficción si se quiere literariamente hablando, quizás para materializar lo que soñamos y redimirnos un poco, al menos cuando leemos.

 

Juan Pablo Belair M.

Furia del libro, otoño de 2023

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