Reseña enviada por:
María Candel
Las Mujeres del Quijote (2004)
Ed. MAXTOR, Edición Facsímil
ISBN: 8497611233
Miguel de Cervantes Saavedra (1547 – 1616)
266 páginas
Precio referencial: 8 Euros
Precio referencial: 8 Euros
De niños descubrimos en las lecturas de El Quijote que había hombres soñadores, capaces de llevar golpes y dejarse la piel por seguir sus ideales, y eso nos llenaba de asombro disparando la imaginación. En la medida que pasaba el tiempo, fueron cambiando las lecturas y comprendimos que si no se tenía conciencia del mundo en que se habitaba, sería muy difícil decir algo sobre él, interpretarlo, y después tratar de cambiar todo aquello con lo que no se estaba de acuerdo. Por eso El Quijote es la historia de un sueño y de su soñante. Entre sus páginas habitan todos los personajes representativos del mundo real. Antonio Muñoz Molina la llamó “la novela de la vida”, donde todos, entre sueños y vigilias, nos vimos reflejados alguna vez.
. En él, Cervantes quiso representar a la mujer, no con la dicotomía propia de esa época: el ángel o demonio, María madre de Jesús o Magdalena pecadora, por el contrario, amplió el espectro para humanizarla convirtiéndola en un ser real, de apetencias y carnalidades, espiritualidad y belleza; aciertos y frustraciones. Lógicamente condicionado por su época, valora la castidad y el buen nombre de la mujer por encima de otras cualidades, pero no lo limita a la hora de estimarlas. No es casualidad: el escritor español tuvo tres hermanas y una madre, Leonor de Cortinas, activa y de firme carácter, que no dudó un momento en hacerse pasar por viuda y comparecer numerosas veces ante el Consejo de la Cruzada, para gestionar y conseguir un préstamo para liberar a sus hijos Miguel y Rodrigo, presos en una cárcel de Argel.
Miguel de Cervantes |
Entre la galería de mujeres que tienen voz en este libro y en El Quijote mismo, aparece Marcela, hija de señores, y criada con mimo por un tío sacerdote a la muerte de sus padres. Tiene fortuna y belleza, y una honradez probada, por lo que es pretendida por todo tipo de hombres, desde el señor al labriego, que le ofrecen nombre y protección. Pero Marcela decide hacerse pastora, y no tener más límite y dueño que la naturaleza por la que campea libre y con mucha lógica, y buena palabra, defiende su soltería ante los que se le acercan asombrados de su decisión.
Maritornes, asturiana, mujer de firmes convicciones, trabaja en la venta y es maltratada por su dueño, quien la considera prácticamente una ramera. Desinhibida y de mente clara para saber lo que buscan los hombres en ella, cumplidora por demás, otorga favores con alegría y sin mayores remilgos: “Y cuéntese de esta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las cumpliese”. Maneja y disfruta su vida con los recursos que posee, se burla de Don Quijote, de sus finas e inentendibles palabras, de sus delirios de grandeza, pero al mismo tiempo, cuando Don Quijote llega a la venta, todo maltrecho y molido a golpes, es la única que le cura amorosamente sus heridas.
Teresa Cascajo, más conocida como Teresa Panza, por su marido Sancho: mujer de sabiduría popular, pragmática en sus decisiones, porque alguien tiene que tener los pies en la tierra; después de que Sancho se decidiera a seguir al hidalgo y desaparecer por largas temporadas, queda todo y quedan todos bajo el cuidado de Teresa. Ella representa el amor carnal, de preocupaciones reales y concretas, la cotidianidad exenta de artificios.
Es de las que cree aquello de: “La mujer honrada, la pierna quebrada y en casa, y la doncella honesta el hacer algo en su fiesta”. En el tiempo que comparte con su marido, le habla de sus preocupaciones por casar bien a su hija Mari Sancha con un mozo que esté a su altura, y de que Sanchico ha cumplido los quince años y es hora de ir a la escuela o que se vaya buscando la vida. Teresa a pesar de no entender a Sancho, le deja hacer porque confía en él, y a veces se suma a las ensoñaciones del marido, buscando también una salida a su dura realidad.
La Dulcinea de Marcel Duchamp (1911) |
También Dulcinea del Toboso, mujer que solo existe en la imaginación de Don Alonso de Quijano. Es la encarnación del amor platónico, el amor que se da en soledad; el amor de ida sin vuelta. Creada totalmente en la imaginación del caballero, construida a la medida de sus necesidades, la dama-musa dará sentido a sus hazañas, ocupando un vacío afectivo y rellenando los espacios en blanco de su vida.
Dulcinea será la dueña de sus pensamientos, logrando que la ficción suplante a la realidad. Es el amor que nutre al hidalgo porque es la sumatoria de sus ideales, y sacia su espíritu siempre ávido de lo inalcanzable, como corresponde a un romántico y a un caballero. Hasta el mismo Sancho cae en su juego, cuando Don Alonso le pregunta si le entregó su carta a Dulcinea, Sancho inventa y le complace con sus palabras. Como el compañero fiel, que ha compartido penas y soledades, prefiere no despertarle del sueño amoroso en el que cree que debe permanecer todo un hidalgo caballero.
La figura de la mujer en un libro que toma una de las muchas aristas de la que probablemente sea la novela más importante en la historia de la literatura.