La franja (Juan Pablo Rozas)

La Franja (2013)
Juan Pablo Rozas (1948- )
Ed. Chancacazo
ISBN 978-956-8940-33-1
187 páginas
“Qué agradable, qué bien está uno cuando deja las cosas así no más”
La franja es la historia de un hombre anciano, situada entre finales de los años ochenta o quizás a principios de los noventa, en la localidad aparentemente ficticia de Lungue, por cuyo lado pasa la autopista. El hombre vive, hace decenas de años, en una estación ferroviaria, específicamente en una pequeña casucha a su costado, habiendo sido antiguo Jefe de Estación y actualmente jubilado. Ha enviudado y todavía, en todas las cosas, busca y reconoce a su mujer Edelmira, con la que aún mantiene conversaciones. También fue padre de Juan, pero él ha emigrado hace mucho tiempo a Santiago, formado su propia familia y se ha vuelto ajeno a su cotidianeidad, aunque no a sus pensamientos.
La historia motor de la narración es sumamente original e interesante y la conocemos apenas comienza la novela:
—Buenos días —saludó don Manuel al hombre que se agachaba para mirar por el lente.
—Buenos —contestó el otro sin levantarse.
—¿Qué está haciendo? —preguntó.
—La topografía —replicó el hombre.
—¿Y quién lo mandó, se puede saber? —agregó don Manuel con decisión.
—El Ministerio —contestó el otro.
—No me venga a mí con misterios, mire que no estamos para juegos.
—El Ministerio de Obras Públicas, el MOP, abuelo —dijo el otro y juntó las patas retráctiles del instrumento.
—Explíqueme de qué se trata todo esto —gritaba don Manuel corriendo tras él—, para qué viene usted acá, muéstreme el permiso de la empresa. Usted no puede, así no más, invadir la propiedad ajena, no mi señor, usted se me retira de inmediato —agregó cuando el otro se detuvo para instalar su instrumento.
 Un mal día don Manuel, el anciano protagonista, se encuentra a un topógrafo haciendo mediciones en el terreno donde vive. Intenta despacharlo pero este hace caso omiso de sus amenazas. “Es el progreso”, le dice. Y Manuel no tiene cómo imponerse a aquello que el hombre hace: no es dueño de ese retazo de terreno, vive ahí porque esa casita le fue asignada como trabajador de la Estación de Ferrocarril, y así se fue quedando en el tiempo. Ahora ve con temor cómo la venida de ese topógrafo amenaza con, en un futuro cercano, pasar la aplanadora de la modernidad justamente por donde él ha construido toda su vida. Es ahí donde se traba el conflicto. Manuel no tiene ningún documento que lo acredite como válido poseedor de aquella franja y, en sus correrías por Ferrocarriles (la empresa) detecta que ellos tampoco son propietarios. ¿Y es que ha vivido siempre en terreno de nadie? Desde ahí comienzan las morosas averiguaciones, porque aquella franja a alguien debe pertenecer, si no es de la empresa ferroviaria, lo será quizás del dueño del fundo donde alguna vez se levantó… pero este tampoco se declara propietario.

La historia, así, deviene en tragedia doméstica, mientras los pasos del protagonista se enredan en sus mismos pies, quien resulta ser un personaje encantador a pesar de sí mismo, de sus mañas y malos modos. Este hombre que supervive a un pasado que ya no existe en esta modernidad que se ensaña con imponerse, e imponerse también a la misma inestabilidad de su situación de hombre huérfano del mundo, que no se resuelve y que ni siquiera pretende solución, porque no pareciera serle un problema, sino que el hábito de lo único que detenta como propio.
El final de este relato merece mención aparte. No es solo previsible sino que está, hasta cierto punto, anticipadamente anunciado; aún así el autor consigue una sensibilidad emotiva en él, logrando una belleza en la resolución que, aunque no es feliz como desenlace, sí resulta hermosa en el trazo.
Es un relato que en su morosidad, en la falta de acción que impone un personaje tan carente de estímulos externos, perfectamente pudo haber naufragado en una letanía espesa, pero que el autor logra sacar adelante con completo éxito gracias, “simplemente” a la calidad de su oficio. Es una primera publicación de su parte. No lo pareciera.
Se sitúa, desde mi punto de vista, como una de las mejores novelas originales editadas en el último tiempo. Uno no puede evitar alegrarse cuando ve que la literatura contemporánea sigue tan saludable.
G. Soto A.

Cofundador y administrador de Loqueleímos.com. Autor de "Liquidar al adversario" (2019, Libros de Mentira).

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