Las palabras callan (Jorge Polanco)

Las palabras callan

Provincianos editores

Jorge Polanco

114 páginas

 

Reseña enviada por Tomás Morales Videla

 

Las imágenes del vacío y la oscuridad siempre suelen surgir cuando se intenta hablar de la opacidad del lenguaje. El significado de lo que podamos decir/escribir no se revela completamente, ni siquiera en los segundos que toma enunciar las palabras o mucho después, analizando minuciosamente la línea continua de la escritura o la transcripción. Nuestros instrumentos de comunicación superan nuestras expectativas, aun si comprendemos totalmente su funcionamiento más esencial. Es ante este problema que Jorge Polanco se enfrenta en este libro, las palabras callan (2020), reedición del primer libro del autor (Altazor, 2005). Un título llano para intentar abarcar un tema que suele superar el soporte de la página. Sus ambiciones, sin embargo, se mantienen con los pies en la tierra, y con ciertas peculiaridades.

En esta ocasión, la recién estrenada editorial Provincianos (que en su primer año ya lleva con varios títulos en su catálogo) decidió tomar un giro poco tradicional con el libro en físico. No solo el título y el nombre del autor se ocultan en la portada negra, sino que en el interior las páginas no están numeradas y las palabras están impresas en el reverso de cada página. La experiencia de lectura intenta acentuar la opacidad de los poemas y la única forma de leerlos con claridad es afinar la vista o exponer sus páginas a contraluz. Mientras leía recordaba el experimento de los mensajes secretos: con una hoja de papel, un poco de jugo de limón o vinagre y un pincel (o un mondadientes) se debía escribir un mensaje que se revelaría con el calor de una lámpara o la luz solar. Si bien el método implica que la hoja se debe secar con la exposición al calor, observar el papel mientras se tapa la fuente de luz daba un resultado más o menos cercano a las expectativas. El libro no requiere abrir las páginas y leerlas bajo el mismo método. Incluso descifrar las palabras impresas al revés puede tener su encanto. Sin embargo, esta obstrucción voluntaria de una lectura tradicional resulta una elección editorial interesante, más aun tratándose de la reedición de un libro que pudo haber pasado desapercibido en su estado original y considerando el cuidado que las editoriales independientes tienen con el formato físico en estos últimos años.

Y nuevamente, haciendo honor al título, los poemas son breves y directos. Una frase en paréntesis al inicio: “(guijarros de realidad)”. Los versos y citas a autores canónicos que se enfrentaron de una u otra forma al vacío (Enrique Lihn, Alejandra Pizarnik, Paul Celan, T.S. Eliot) abarcan solo una fracción de cada página, como rastros de piedras lanzadas a un río. Ismael Gavilán, en una reseña de la edición original, apunta a “una voluntad aforística”[1] en los poemas del libro. Se apresura en agregar que en su escritura no predomina un tono imperativo como lo tendría, por ejemplo, un Lichtenberg. Y evidentemente es distinto “lo peor es percibir la noche/ un alarido que se adormece” a una frase cualquiera emitida por el autor alemán, probablemente cargada de un sentido del humor peculiar. Polanco se decanta por un tono más solemne, pero sin caer en la grandilocuencia en la cual otros autores suelen caer. Las citas tampoco se limitan a epígrafes, también se intercalan versos archiconocidos: “me moriré sin aguacero sin historia sin vejez/ me moriré esfumado en la palabra/ me moriré diseminado en el deseo/ hundido hacia dentro, muy dentro/ donde ya no hay sangre ni voz”. El misterio de la muerte y el fin de la comunicación domina gran parte del texto, enfocándose en sus aspectos más mundanos. La palabra prescinde de las mayúsculas porque no hay necesidad de hablar más alto, y el libro da cuenta de la disminución de su volumen. Se lee “el exceso de ego se desvanece de cara a la muerte”, reconociendo también cómo se difumina la propia identidad en nuestra agonía y la del lenguaje común y corriente. Este último verso remite, indirecta y quizás forzadamente de mi parte a cómo el compositor Leyland James Kirby configuró el sonido de su alter ego The Caretaker. Basando la estética de su discografía en las escenas del salón de baile de El resplandor (1980) de Stanley Kubrick, Kirby intenta reproducir el desvanecimiento de la memoria y los efectos de la demencia y el alzheimer a través de la manipulación de viejos singles de los años ‘20 y ‘30[2]. Y si bien los textos no tocan los efectos de las enfermedades mentales en el lenguaje, sí hablan de un deterioro: el lenguaje, hablado o escrito.

Al final del libro el autor agrega que, en vez de agregar más palabras, decidió renovar el sentido del texto mediante la diagramación y el diseño del libro. Si bien no está de más explicar a un lector primerizo la razón de estas decisiones, siento que esa página pudo haber sido un poco más breve y dar un poco más de libertad de interpretación de estos versos. Los textos tampoco resultan extremadamente difíciles de acceder, pero esto solo se puede achacar a que éste se trata del primer libro del autor y a la búsqueda de un tono más cotidiano que grandilocuente. Un primer libro que ya demuestra cierta madurez en la escritura, y probablemente una reescritura/corrección hubiera forzado una comparación incómoda. No podría exigirse más de lo que se entrega en este texto sin caer en una megalomanía insoportable.

[1]     http://www.letras.mysite.com/jp050407.htm

[2] El masivo Everywhere at the end of time (2016-2019) se convirtió en una especie de chiste interno en algunos círculos melómanos, principalmente por su duración de 6 horas.

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