Texto de presentación para “Sparta Gym” de Alexis Baros, por Nicolás Meneses

El acero y el sudor en el Sparta Gym de Alexis Baros

 

Cuando comenzamos la editorial Provincianos junto a mi socio, Andrés Urzúa, teníamos claro que queríamos publicar libros que relacionaran deporte y literatura. De ahí, por ejemplo, que el catálogo cuente con tantos y diversos libros y nuestro primer, y gran interés por Sparta Gym de Alexis Baros. Conocí la escritura de Alexis en un espacio taller que compartimos en algún momento y después por su libro La chica María, que publicara el 2015 Cinosargo y que reflejara con escáner una escritura obsesiva en cuantificar la infinidad de procesos biológicos que se activan en nuestras acciones más simples. Algo que, creo, repite en Sparta Gym, pero a nivel muscular, ya desde otra mirada en aquel denominado culto al cuerpo.

Hay dos ideas que me gustaría abordar en este texto. La primera es la imagen que construye Alexis de este gimnasio como una fauna de personas regidas por el imperativo estético fitness. En sus poemas miramos, como una especie de zoológico, las diversas máquinas cumpliendo ciclos de trabajo muscular: la cinta de trotar, el banco, la dorsalera, las máquinas de prensa, las bicicletas normales y elípticas. Miramos, y miramos casi voyerísticamente esta matemática de repeticiones musculares geometrizando el cuerpo, yendo de la flacidez a la tonificación y definición de la carne. Sparta Gym, en ese sentido, es el convencimiento de que la belleza se reduce al índice de masa corporal, leo del poema que abre el libro: “Somos los espartanos del reino de Sparta Gym/ bienvenidos a nuestra casa del músculo hinchado/ templo de alabanzas al cuerpo”. Es el rigor y la disciplina la que abrirá el camino a estos espartanos, este regimiento de soldados que buscan perdurar en esa belleza. Ahí vemos desfilar a la señora fiel a los bailes de zumba, las que quieren replicar el porte de grandes estrellas de la música como Jennifer López o aquellos hombres que quieren ampliar su minúscula presencia en el mundo.

Al contrario de lo que sucede en el deporte, en el gimnasio no apreciamos la belleza cinética, esos desplazamientos por el espacio en una lógica de competición y reglas que nos permiten deleitarnos con, por ejemplo, una atleta dando grandes zancadas en una carrera de obstáculos o un nadador en posición mariposa rompiendo la superficie del agua de una piscina. En el gimnasio lo que tenemos es el mínimo movimiento para dar la mayor eficiencia posible o bien, esfuerzos que nos llevan literalmente a ninguna parte, como plantea irónicamente el poema “Spinning”: “Sin moverme del sitio/ sin gastar las ruedas de la bicicleta/ he viajado por los lugares/ más hermosos de estas villas/ las casas más elegantes/ en las afueras de la población”. Es la imaginación la que acarrea al cuerpo y lo saca de la inmovilidad para darnos una muestra de cómo se comporta nuestra cabeza frente al esfuerzo físico constante e intenso.

Creo que en parte, lo que plantea Alexis sobre el cuerpo en Sparta Gym lo analiza Yukio Mishima en El sol y el acero, una concepción de cómo el ejercicio y la modificación del cuerpo influye en la imagen estereotipada que tienen algunas personas de sí mismas, cito “El acero me enseñó con exactitud la correspondencia entre el espíritu y el cuerpo: así, las emociones endebles se me antojaban músculos flácidos, el sentimentalismo, un estómago fofo y la impresionabilidad excesiva una piel blanca y en exceso sensible. Unos músculos fuertes, un vientre plano y una piel dura, razonaba yo, corresponderán respectivamente a un intrépido espíritu de lucha, una disposición intelectual desapasionada y un temperamento robusto». Creo que algo similar a esto, como una revelación, ocurre en el poema “Dios musculoso”: “Lo vi un día radiante/ entrar con el sol en la espalda/ cantaron a coro las máquinas” y más adelante dice “¡Qué hermosos brazos/ elevados tocaban el cielo!/ ¡Qué turgentes piernas/ sostenían el peso del mundo!/ ¡Qué torso desnudo/ tallado en la roca de la montaña!”. Es quizás el ejercicio y la decisión de practicarlo una forma de cambiar y como tal el cuerpo una forma de modificarse por completo sosteniendo el peso del mundo.

Para cerrar me gustaría pensar Sparta Gym y también La chica María de Alexis Baros como libros que intentan por sobre todo reunir al lenguaje con la experiencia corporal, darles a las palabras sangre, órganos, ritmo cardíaco y secreciones. Recordarnos que el cuerpo no es un vestido del alma y que la cabeza está unida por un montón de venas al lenguaje. Es allí, en nuestra mente, donde retumba la fatiga con el sobreesfuerzo y se pretende apagar todo, aunque sea con heavy metal retumbando en un parlante. Les invito entonces a pasar y mirar el gimnasio espartano de Alexis Baros de forma tierna y resignada porque “si la belleza existe, nosotros no la tenemos”.

Nicolás Meneses

Profesor y editor. Autor de diversos libros.

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