Texto de presentación de “Caminos interiores” de Patricio Contreras Navarrete, por Joyce Olavarría

Presentación Caminos interiores de Patricio Contreras Navarrete

por Joyce Olavarría

 

Caminos interiores (2024) de Patricio Contreras es un diálogo entre dos entregas anteriores: Calle abierta (2016) y Territorio en disputa (2018). Se desarrollan historias personales que se despliegan entre poemas, situaciones cotidianas que arman un camino interior hacia lo que es habitar el barrio. En este despliegue aparece el llamado del poeta que recuerda la herencia familiar, el sacrificio de aquellos que han legado un posible futuro, generaciones que han visto el horror y el espanto de la injusticia, de la aguerrida lucha de clases y las historias de cómo otros se perdieron, desaparecieron o murieron delante de los días que pasan.

En su primera parte Calle abierta (2016), la pertenencia y la resistencia cruza los poemas que nos llenan de imágenes que pudiésemos tocar en lo rutinario de la vida de un barrio que se asfixia y lucha por permanecer. Sin embargo, lo concreto se difumina cuando aparece el corazón y entra el poeta de lleno con su propia existencia en el territorio, exponiendo “siempre alerta y cansado como mi corazón” (12). Surgen representaciones desde la emoción en medio del ejercicio descriptivo y el poeta se muestra estático en medio de su deambular por este barrio atravesado por balas, perdigones y niños. Se cuestiona su rol dentro de este escenario, enuncia “y yo no hago nada más que escribir / soñar humo y botellas sin fondo” (17). Es un espectador que vive el día a día de este territorio donde la muerte es una verdad: “Porque la única verdad aquí / es que la muerte no respeta a nadie / y la gente ya no aguanta más” (20), pero la muerte no alcanza su cuerpo, es protagonista de sus recuerdos y vive en la presencia fantasmal de otros que asoman.

La tragedia como espacio circular en cada esquina que se dobla y de pronto unos poemas de donde emerge la alegría y la esperanza, la cancha del barrio como un oasis en medio del descampado, la pichanga de barrio como un ejercicio obligatorio para sobrevivir y el fútbol como una puerta que no sabes si cruzar, que tensiona los pasos esperando el carnaval. La visión de la cancha o el fútbol como un lugar de escape y ensoñación. La exaltación colectiva y el apego a los recuerdos más íntimos. Una mirada familiar al espectáculo nacional.

El territorio en el que está centrado el libro es personal, pero también es colectivo, aunque esté situado dentro de los recuerdos más íntimos que se develan. Quizás quienes lean este libro encuentren allí sus propias anécdotas, con otras calles y otros nombres, pero tiene un sentido de pertenencia humana, desde la infancia que queda como una mirada permanente en la óptica del lector, a la inhóspita monotonía de la adultez que nos hace ver las cosas con la sensación de no poder hacer nada y sin embargo escribir: “Chile como una fiesta con derecho de admisión / que acabará a balazos / sin pena ni gloria / y es muy posible que busquen a los culpables / en esta comuna levantada sobre escombros / donde antes sólo había vacas y caballos.” (28-29)

La transición del tiempo y la historia, el progreso que sepulta momentos que están anclados en el relato de quien vive sin olvidar el cómo llegamos a un punto y rescata la figura del héroe, de diversos héroes, que se van transformando en el trayecto de la lectura. Al comienzo tienen rostros muy claros, situados en un espacio, nombres y apellidos, y luego se difuminan con el paso de la literatura, del conocimiento del mito, hasta aparecer de forma concreta con el concepto del héroe como tal. Entonces pareciera que al mencionar a esta figura se estuviese condenando al destino trágico de todos esos rostros apreciados en poemas anteriores, y aunque el destino del héroe no tiene por qué ser trágico, aquí siempre se transita entre el horror cotidiano y el aferrarse a la esperanza posible, o a una esperanza al menos transitoria de la memoria: “El olvido los reclama para sí / mientras soñamos / con invertir el curso de la corriente / y salvar todo el amor / que nos robaría si lo consigue.” (46)

El poeta actúa como un espectador letrado dentro de un barrio que consume su mirar, que solo se transforma en palabras, y nace una pregunta por el peso de la poesía que se asoma y esconde, cita, apela y pregunta a aquellos que ya escribieron. Se cierra el primer poemario con una alusión directa a esta pregunta y el dilema de escribir en medio del desamparo: “Escribir / sobre el parrón de mi abuelo / en el patio de tierra / esta enredadera que crece / entre los escombros.” (61)

Es allí donde los lectores caemos en cuenta que viene una segunda parte con Territorio en disputa (2018). Esta vez se nos entregan respuestas en diálogo con los poemas anteriores. La precariedad y la infancia como punto fijo en la mirada, pero también hay cariño y reflota la esperanza. El poeta sigue siendo un espectador donde las circunstancias lo hacen pasar a ser parte del paisaje y todo se aloja en el escribir para decir, recordar y enunciar una realidad, que de la observación primera da paso a un observarse a sí mismo. Se mantiene el ritmo de los primeros poemas y emerge la convivencia con los otros que deambulan en estos territorios: “Nadie se atreve a detener el flujo / de los círculos viciosos que mantienen / el legado de las clases sociales / y la competencia.” (70)

Ese es el llamado. Desde estos escritos Patricio pone en diálogo nuestras propias inquietudes y paisajes territoriales. El preguntarse y escribir, ¿por qué escribir? Y aunque no sea suficiente este ejercicio, queda la memoria íntima y pública. Declarar las cosas que pasan, aunque no las palpemos cuando estamos escribiendo. Es la poesía una herida abierta que nos mantiene atentos a todo lo que se pueda observar, aunque debamos seguir el camino a casa guardando todos esos rostros de las infancias lanzadas a su suerte, los vecinos esperando que algo suceda, las familias reviviendo fantasmas, un gol que se pueda corear. Todo eso está presente en este libro que declara: “Para mí la poesía es una herida abierta / un dolor de cabeza / un balbuceo en mi discurso / una zona de distención y de alto al fuego / donde me reúno con mi familia a dialogar.” (75)

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